Textos escritos para desarrollarse durante una video llamada: eso pedía «Conexión inestable», dramaturgias para el momento. La convocatoria, lanzada por la Diplomatura en dramaturgia del Centro Cultural Universitario Paco Urondo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y la Coordinación de Difusión de Cultura de la Universidad Nacional Autónoma de México, se orientó a la creación de textos de obras teatrales en pequeño formato como memoria dramatúrgica del confinamiento que se vive hoy en el mundo a causa de la covid-19. 

Ni lerdo ni perezoso, el dramaturgo rosarino Sebastián Villar Rojas, autor de Gioconda, viaje al interior de una mirada y coautor con Adrián Villar Rojas de la novela Poemas terrestres (Iván Rosado, 2020), escribió, envió y dirige una obra en zoom para dos actores. Quedó seleccionada entre las 10 finalistas que (premiadas cada una con 4000 pesos mexicanos) se publicarán en 2021 en libro digital y en papel por la Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA dentro de la Colección Dramaturgia y por la UNAM. Una cuestión de distancia se estrena este jueves a las 20.30. La entrada se paga por Mercado Pago o por transferencia bancaria. El link a cada función estará en el Instagram @unproblemadedistancia y en Facebook, en "Un problema de distancia".

"Reponer algo del ritual del teatro", fue el objetivo que Villar Rojas explicitó al presentar el preestreno para prensa y colegas, por zoom, el jueves pasado. "Desde el teatro nos debatimos si la copresencia física es la única forma del teatro que debemos sostener", dijo al hablar de su propuesta como "exploración teatral de este espacio, tecnovideo o escena digital, pero que nosotros llamamos encuentro". Confesó sus nervios de estreno (síntoma bien teatrero) e invitó a "vivir esta emoción como si estuviéramos en una sala". Y no se levantó el telón, pero se apagaron e invisibilizaron los micrófonos y las cámaras.

"El amor es como el boxeo: una cuestión de distancia", le dice un padre a su hijo varón por videoconferencia. La frase resume tanto el espíritu de ambivalencia afectiva de la pieza como el "estar en situación" (dijera Sartre) de los dos personajes, que también es el de los dos actores. Villar Rojas convocó para este duelo actoral a dos intérpretes muy experimentados: Julio Chianetta para el papel de Rodo (el padre) y Juan Biselli como Octavio (el hijo). Además de estar 100% creíbles en sus personajes, respondieron con tanta desenvoltura a un imprevisto técnico del preestreno que pareció parte del libreto. 

La tensa charla (que en la ficción transcurre entre Argentina y el extranjero) fluctúa entre el amor y el odio, entre el drama y la comedia, un mix de climas producto del rico texto y de la versatilidad de los actores. El hijo migrante sacará a relucir la humillación que le produce el que se lo haya apodado en la pequeña familia ficcional como Oto, que le suena a "opa"; un soliloquio del padre revelará que este escozor era acertado. Papá Rodo es un festival de incorrección política: carnívoro, cavernícola asumido, fumador y bebedor, exasperantemente sarcástico, ex violento ocasional y burlón de las "verduras eléctricas" que come el hijo vegano y straight edge, Rodo encarna un paradigma de masculinidad obsoleto en comparación con el del milennial Octavio. 

"Yo le hubiera cortado a los 15 minutos", comentó después Biselli, quien por lo demás se siente bastante cerca de Octavio. Veterano de los match de improvisación de The Jumping Frijoles, contó en la cálida conferencia de prensa pos-preestreno que trabajó con la incomodidad física que le produjo la restricción de no poder levantarse del sillón en toda la obra (donde está obligado a permanecer frente a la pantalla). Sin embargo, los cuerpos de los actores no están solos; hay objetos de los que se acompañan en su expresión de los personajes. Y también sienten todo el tiempo la presencia del público, que permanece respetuosamente fuera de la pantalla mientras dura la obra y después es invitado a reactivar micrófonos y cámaras no sólo para aplaudir, sino para iniciar una instancia de teatro-debate, una olvidada costumbre que Villar Rojas decidió recuperar.

"Rodo es más viejo que yo", dijo Chianetta en la conferencia por zoom que siguió al preestreno para prensa. La brecha generacional suma pintoresquismo costumbrista contemporáneo al lenguaje realista naturalista en que dramaturgo y actores pintan la pequeña familia, que se completa con personajes ausentes por diversos motivos que no revelaremos. Una mujer-bisagra entre ambos hombres, Mirna (hija de Rodo, hermana de Octavio, fuera de la escena), es quien les ha impuesto, por razones de salud del padre, esta conversación que los atrapa como un ring de boxeo, en especial al hijo.

Además de la facilidad con que es posible para muchos identificarse con los personajes y situaciones que muestra, la obra toca cuestiones que nos atraviesan como sociedades: ¿dónde termina el cuidado y dónde empieza el control? ¿Qué es vivir, tener una vida?  Es también una forma que ha encontrado el teatro de reinventarse, no sólo en pandemia, sino quizás a futuro. En ese sentido fue muy rico el debate, donde se discutió si este teatro, tecnológicamente mediado por video en tiempo real, era o no teatro, lo cual llevó a pensar lo específico del teatro como medio artístico, que es la copresencia. Y que se reformuló entre los participantes del debate no ya como estar actores y público en un mismo lugar, sino en un mismo tiempo, "en un aquí y ahora, en vivo", como sostuvo la dramaturga Carla Saccani. "Si el radioteatro era teatro, esto también lo es", afirmó. 

La emoción estuvo, el placer estuvo; la sensación al apagar la computadora y levantarse fue la de salir del teatro. No todxs estuvieron pegados a la pantalla, y sin embargo nadie se distrajo. Carla escuchó mientras cocinaba la cena; un colega miró unos minutos por teléfono en el ascensor. La reunión de zoom sustituyó al tercer tiempo en el café, otra costumbre que se estaba perdiendo. Villar Rojas recordó la experiencia Teatro Abierto y habló de la capacidad del teatro independiente para responder creativamente a las crisis. Es una tradición donde esta nueva obra se inscribe, en una Argentina con teatros cerrados donde (cabe agregar) el desempleo entre actores y actrices es hoy de un 90%. 

Hubo un momento de la función preestreno en que, después de una discusión particularmente áspera, y de varias amenazas de salir de la conversación por ambas partes, Octavio quedó solo en el zoom room, llamando con mucha angustia a su papá. Fue un instante de dramatismo parecido a ciertos momentos graves del cine de ciencia ficción: esa escena sublime de desesperación profunda en que (como en 2001 Odisea del Espacio, o en Gravity) el o la astronauta queda a solas en el éter sin atmósfera.

El corte no estaba previsto. Fue una conexión inestable quien en lo real obró por su cuenta y creó la interrupción. Tras bambalinas, se trabajó velozmente por resolverla. "Llamala a Mirna", le aconsejaba Sebastián a Juan, quien en el personaje de Octavio agarró su teléfono celular gritando: "Papá, te fuiste, la llamo a Mirna". Era hasta una buena metáfora de ese padre población de riesgo con los riñones y el hígado al límite. 

Ya calmado después de haber podido llevar la obra a término, Julio Chianetta contó una anécdota. En una función de la tragedia Romeo y Julieta, en su papel de Fray Lorenzo, tuvo que improvisar cuando se les cayó el balcón del decorado, que hubiera matado a los amantes de Verona si no se separaban un instante antes como lo indicaba el texto. "¡Verona se cae de a pedazos!", exclamó, detonando las carcajadas. El teatro resiste.