La caída puede ocurrir en un instante. El tiempo que tarda una mano en rozar a otra, tal vez con la intención definitiva de provocar en quien siente esa caricia una mutación irremediable, puede ser el pasaje hacia algunas de las variantes del exilio.

Esto lo sabe con exactitud Dani Garber y se decide a contarlo. Carne de chancho podría ser una suerte de diario íntimo o de registro testimonial adaptado a las formas de comunicación que ofrece la web. Si toda escritura sospecha o esconde una abundancia de lectorxs, aquí el personaje que asume Luís Almeida necesita de un auditorio para que su drama se conozca. En una sala este monólogo no hubiera podido escapar de la artificiosidad escénica. En el teatro por streaming se impone cierto realismo, Sebastián Kirszner como director y autor incorpora los recursos técnicos para crear una estructura narrativa.

Este hombre que vivía con su familia en Belgrano descubre en una mirada diáfana un deseo que parecía habitarlo aunque él jamás se había animado a dialogar con esa parte suya, suerte de doble que se aloja en su cuerpo. Un cuerpo que ahora, ante la posibilidad de amar a otro hombre, le resulta desconocido. Pero la trama de Carne de chancho construye su verosímil en el amparo de la comunidad judía ortodoxa. La ajenidad que podemos experimentar frente algunos detalles, esos datos que resultan exagerados para las formas de vida actuales donde cada conflicto parece tener un derecho que lo protege o resuelve, se convierte aquí en la ruptura con una serie de pactos que el actor expresa en la humanidad de una masculinidad vulnerable.

Es juntamente la actuación de Luís Almeida la que abre la desolación de su personaje a un mundo que se asemeja a un pequeño music hall desangelado. En esa pensión de Constitución desprotegida, donde los ruidos se apoderan de su cuarto como si el afuera lo manchara y golpeara entre los ladridos de perros y las voces de sus vecinos, él intenta darle a su tragedia el tono de un musical de lxs abandonadxs. No hay en él ni reproche ni énfasis, el lamento no es un registro que lo apasione. Desde una calma que le permite variar hacia el humor sin perder la posibilidad de la empatía, Almeida utiliza el canal de youtube como una posibilidad de escapar, de sustituir el espacio marchito de su albergue por el regocijo de algunas canciones que le darían algo de vitalidad pero que también hacen de su discurso una forma más atractiva, capaz de interesar a alguien en el deambular por la web.

El gran acierto dramatúrgico de Kirszner es haber convertido el dispositivo digital en un procedimiento estético. Si el protagonista queda relegado de su comunidad y su familia, si le impiden hablar y explicarse, qué mejor forma de decir todo aquello que le pasó y que ni él mismo entiende. Un canal de youtube puede ser tan catártico y terapéutico como estratégico al momento de anhelar capturar la atención de la comunidad ortodoxa de la que ya no forma parte.

La cámara se mueve junto con el actor sin disimular cierta desprolijidad propia del personaje. Esto hace que el objetivo de la obra se desplace del dolor de Dani Garber a la premura por dejar un registro de su situación. Carne de chancho es también una forma de pensar cómo hacer de la fatalidad un relato y eso obliga al actor a no quedar pegado a los hechos. Sabe que tiene que convertir su experiencia en un pequeño show y lo hace aunque el escenario de la pensión parezca imponerle la tristeza.

En las acciones que enlaza Almeida se descubre una sensibilidad que lleva a su personaje a perderse y regresar para entender que la desgracia no requiere de descripciones y que esa persistencia por rechazar todo abatimiento es lo que nos conmueve.

Carne de chancho se presenta los domingos a las 19 en www.teatrouaifai.com