Un herbario, en la Antigüedad y en la Edad Media, era un libro que reunía nombres y descripciones de plantas medicinales, con sus sinónimos, sus características botánicas, sus propiedades curativas y otra información necesaria: cómo y cuándo sembrarlas o recolectarlas, de qué región son nativas, etcétera. Las ilustraciones, si las había, solían preceder a la descripción, que era manuscrita, porque la imprenta se inventaría recién después y en lo que historiadores llaman la Edad Moderna. Por entonces se empezaron a denominar "herbarios" a las colecciones de especímenes vegetales disecados. La Edad Moderna instauró el imperio de la taxonomía o clasificación, relegando a las tradiciones populares orales los nombres cotidianos de las plantas, que son poesía en sí mismos, al reunir una variedad de ricas metáforas inspiradas en sus formas, duración o tropismos.

En su quinto poemario, Huertero estelar (Niña Pez Ediciones, Buenos Aires, 2020), el jardinero y poeta Sebastián Muzzio (Rosario, 1988), quien se presenta en la contratapa en ese orden de términos, retoma para la tradición literaria de la poesía aquella poesía, popular y erudita a la vez, de los herbarios antiguos y medievales, tradición en la que su contenido se inscribe. A Metapoesía fractal (Rangún, 2019), un primer libro de alto vuelo místico y poético, le siguieron una edición artesanal limitada de una selección de dos de sus "mantras bicicleteros" por el sello santafesino Ediciones Arroyo; otra más artesanal aún, de hojas sueltas, La mantis subida al dragón (2019) y Savia Azul (2020) por La gota.

Siempre en primera persona, el poeta jardinero se acerca a cada planta de la flora nativa con respeto y maravilla, desde una cercanía muy diferente a la distancia estética que es habitual en autores de poesía. Aquellos más bien contemplan la naturaleza como idea abstracta metafórica, como dato autobiográfico espeso o como pura, leve imagen. Muzzio se siente interpelado por un verso de una canción de Luis Alberto Spinetta que dice: "El jardinero amaneció..." y pone manos a la obra con pala y tijeras de podar. En el encuentro cuerpo a cuerpo con lo vegetal, despliega saberes inmemoriales, salpicados de términos científicos botánicos modernos que parece haber elegido por su belleza.

Muy adecuados en una editorial de literatura para grandes y chiques como Niña Pez, estos breves poemas de hermosura sencilla y musical producen emoción estética y transmiten información vital para la soberanía alimentaria, haciéndose eco de un acervo oral en vías de extinción justo cuando es más necesario. Educan en un mundo posible de reencuentro armonioso entre el ser humano y las plantas, al ritmo de las estaciones, en el intercambio sagrado de abonos y cosecha, imbuido de una renovada cosmovisión originaria que les atribuye espíritu y sabiduría. El libro se cierra con un canto a "la magia de las plantas": "Alucinante cómo surge la vida, desde lo diminuto hacia la inmensidad; como el multiverso, dede la nada oscura, hacia la luminosa diversidad".