A sus cincuenta y pico de años, Carlotta recuerda la escuela como una de sus peores pesadillas. Siempre se equivocaba de grupo cuando la hacían formar en el patio y recién se daba cuenta del error cuando llegaba al aula y notaba que no era la suya. Los profesores se burlaban de ella y sus compañeritos de clase los imitaban. La niña volvía a su casa corriendo para sumergirse en lecturas que la hacían soñar con destinos lejanos y solitarios, como el Congo o el Amazonas, donde podría finalmente vivir en paz y sin ser molestada. Lo que nadie sabía –ni ella misma, que le pudo poner nombre a lo que le pasaba recién cerca de los 40 años- es que Carlotta había nacido con prosopagnosia, una agnosia visual que impide reconocer rostros y, en los casos más agudos, incluso el propio. Esta se produce cuando se ve afectada el área del cerebro responsable de procesar las imágenes de las caras. “Fue el horror absoluto”, asegura esta mujer de Múnich acerca de su paso por la escuela en el documental Lost in face, que se podrá ver el sábado 12 y el lunes 14 en el 20 Festival de Cine Alemán online y gratuito que comienza este jueves.

Sin embargo, con los años, Carlotta –que prefiere no revelar su verdadero nombre- pudo transformar su imposibilidad en un arte: incapacitada para reconocer su imagen en el espejo, comenzó a dibujar autorretratos tocándose la cara y trasladando esa geografía humana de montículos y hendiduras al papel. Fueron esos inquietantes autorretratos de rasgos desfasados, hechos de trazos casi fantasmáticos (algunos se pueden ver en la cuenta de Instagram @carlottahimself), los que llamaron la atención del neurocientífico alemán Valentin Riedl, director del documental.

“Primero la conocí por una foto de ella que publicó el diario alemán Süddeutsche Zeitung con motivo de una exposición suya acá en Múnich, que mencionaba que era el retrato de una artista con prosopagnosia”, comenta Riedl a Página/12 desde Alemania. “Como neurocientífico me pareció muy interesante que de un déficit del cerebro pudiera surgir una forma de arte. Primero la contacté por email, y así nos fuimos conociendo muy de a poco. Al principio ella no quería saber nada con hacer una película, le parecía mucho lío, pero finalmente logré entusiasmarla con mis trabajos de investigación sobre el cerebro, así que de alguna forma fue un toma y daca”, comentó Riedl, quien trabaja como investigador en la Universidad Técnica de Múnich (TUM), donde estudia la economía energética del cerebro, es decir, cuánta energía necesita cada región y si hay regiones más o menos eficientes.

-Como neurocientífico usted podría haber escrito un paper sobre Carlotta. Pero hizo una película. ¿Por qué?

-Siempre fui de tomar muchas fotos, las representaciones ópticas siempre me parecieron un medio muy interesante y el cine más aún porque estimula dos sentidos a la vez. Sin embargo, llegué al cine a través de mi novia, que es cineasta y actriz, y que me ayudó a entender cómo se hace una película. Como científico nunca me hubiera animado a hacer un largometraje desde cero, pero la película fue creciendo poco a poco. Empezó con una idea de cortometraje de 15 o 20 minutos, pero luego me fui dando cuenta de que Carlotta tenía muchas más capas de las que me había imaginado.

-Carlotta es una persona muy solitaria, que elige sus trabajos de acuerdo a si le permiten tener el menor contacto posible con otras personas, que asegura que nunca se imaginó en pareja… ¿es común este tipo de aislamiento en las personas con prosopagnosia?

-La prosopagnosia tiene distintos niveles. Se estima que la sufre entre el 1 y el 2 por ciento de la población, lo cual es mucho, pero porque también se refiere a gente que tiene algo más de dificultad en reconocer a otras personas en comparación con otros grupos. A veces se trata de formas muy leves. Carlotta tiene una de las formas más agudas: no se reconoce ni a sí misma en una foto o mirándose al espejo. Por estudios psicológicos con personas con prosopagnosia se sabe que hay determinados mecanismos que son comunes en todas ellas. Uno es fijarse siempre antes de salir de casa si hay alguien delante de la puerta o en el pasillo como para no cruzarse con nadie, o elegir un camino al supermercado que les permita en lo posible evitar encontrarse con alguien que los salude de lejos y no poder reconocerlo. Esto lleva inevitablemente al aislamiento. Carlotta tiene la ventaja de que decidió afrontarlo. Creo que está en paz con ella misma. Tiene pocos vínculos, pero los valora. Cuando conoce a una persona nueva le cuenta lo que tiene y le avisa que quizá no la reconozca cuando se lo vuelva a encontrar. Eso la ayudó bastante a la hora de manejarse socialmente.

-¿Cómo logró que Carlotta confiara en usted?

-Pasamos juntos unos cuatro años, con un ritmo bastante irregular. A veces no nos veíamos durante tres meses y quizá después rodábamos durante 15 días. Fue un período largo y ese tiempo ayudó a crear confianza. Son procesos que no se pueden acortar, sobre todo para este tipo de documentales tan intensos, que se basan en que haya un largo periodo como para conocerse e ir discutiendo el trabajo. Por otro lado, siempre le di la posibilidad de abrirse del proyecto. Si bien yo le había contado qué sensación quería transmitir con la película, ella no sabía qué iba a hacer yo con todas esas horas de material, si iba a presentarla como un fenómeno. Pudo ver la película recién al final; no le fui mostrando resultados parciales. Tenía que confiar.

-Como muestra en su documental, Carlotta se filma a sí misma y hace autorretratos. Pareciera que la gran pregunta para ella se refiere a sí misma, “¿quién soy yo?”, más que a los demás…

-Para ella, el arte es en primer lugar un espacio donde elaborar su déficit y su soledad. Ella misma dice que empezó a hacer estos autorretratos como una especie de autoanálisis y no para hacer arte porque sí. Estudió arte y podría haber elegido otro tema. Pero en su caso el arte convergió con su búsqueda de autoconocimiento. “¿Por qué soy distinta a los demás?”, “¿Cómo puedo tener una idea de mí misma si no me reconozco en las fotos?” Ese es el motor primario de su arte. De hecho, suele recordar en qué estado emocional se encontraba cuando dibujó cada uno de sus autorretratos. Más que reconocer el contexto, como nos pasa a nosotros con las fotos que nos sacamos, ella recuerda cuál si estaba de buen o mal humor, si estaba estresada o si estaba soleado.

-No reconocer las caras de los demás implica que no se pueden hacer comparaciones. En sociedades como las nuestras, donde hay en juego determinados ideales de belleza… ¿eso puede tener algo de liberador?

-Carlotta no tiene espejos en su casa. En realidad tiene uno, pero lo pintó todo. Ella dice que no necesita tener ese tipo de control sobre cómo la ven los demás. Eso hace que sea bastante relajada, no se siente atrapada por un ideal de belleza. Por otro lado también hace que sea poco prejuiciosa. En general solemos formarnos una opinión de las personas en base a la primera impresión que tenemos de ellas. Ella misma cuenta que una vez la invitaron a una cena y recién se dio cuenta de forma consciente de que uno de los invitados era de piel oscura porque vio sus manos cuando levantaron los platos.

-Más allá de tratar de transmitir cómo “ve” Carlotta con sus ojos –hay secuencias animadas donde aparecen personas con sus caras suplantadas por figuras geométricas, por ejemplo-, la película también transmite su visión del mundo en un sentido más amplio: su relación con la naturaleza, lo que piensa de la soledad, del amor…

-Originalmente, la idea con los dibujos animados era ilustrar la forma en que Carlotta ve el mundo. Pero luego nos interesó también representar mediante la animación las historias que escribe en su diario de sueños. No se trataba de representar una visión física del mundo de Carlotta, sino su mundo interior. Usamos la cámara para el mundo exterior y la animación para su mundo interior. Por otro lado, me interesaba mostrar el efecto de un pequeño déficit en el cerebro sobre muchos ámbitos que uno ni siquiera podría imaginar. En su caso, su desconfianza hacia las personas puede ser vista como uno de los motivos profundos de por qué conecta más con la naturaleza, o se dedica más a los animales, o no tiene pareja... No porque la cara del otro sea esencial para enamorarse, pero si te recluís, es más difícil conocer a otras personas. De hecho, originalmente quería hacer una película que involucrara a muchos científicos. Pero después comprendí que lo más importante era entender a Carlotta como individuo. Tenemos que partir de la base de que todas las personas ven el mundo de forma algo distinta que nosotros.