Un día encontró una partitura de tango instrumental titulada “Lita”. Le cambió un poco el tempo, le agregó algunas notas y –lo más importante de todo– le escribió unos versos con el propósito de salir a cantarla por ahí, como si de dominio público fuera. Cuando le preguntaban de qué canción se trataba, él respondía: “Percanta que me amuraste”(Los interlocutores que desconocían el lunfardo creían que el hombre les hablaba en lenguas). Finalmente, para atenuar el disgusto del compositor Samuel Castriota, al que poca gracia le hacía tanto manoseo de su partitura –de por sí bastante modesta–, convino en titular la criatura del modo más castizo que la cultura popular de aquellos días le permitía: “Mi noche triste”. 

Quizá hoy parezca un título corriente, habida cuenta de que la tristeza es un tópico que, astutamente dosificado, puede resultar muy rentable. Obviamente también lo era a principios del siglo pasado. Milongas y valses del novecientos solían arrancar lágrimas fácilmente. Ni que hablar de las novelas por entrega, ese “imperio de los sentimientos”, como Beatriz Sarlo llamó a los dominios de la literatura de folletín. Pero la singularidad de “Mi noche triste” estaba en su deseo de pertenecer al mundo pantagruélico del tango criollo. ¿Un tango triste? Sí, un tango triste, sin orilleros pavoneándose frente a sus morochas portentosas.

¿Qué había hecho Pascual Contursi antes de escribir la letra modélica del tango canción? Si a un siglo de su invención pudiéramos revivir al bueno de Pascual y llevarlo a pasear por estudios de grabación y mesas de mezcla de audio de la música popular del sigo XXI, posiblemente lo veríamos entusiasmarse con tanto mashup y reutilización de materiales diversos. De hecho, a Pascual le gustaba inventarles letras a tangos instrumentales en boga, como hizo con “Champagne tangó” de Manuel Aróstegui y “El flete” de Vicente Greco. Reemplazos y sustituciones sin mayores recaudos autorales: el tango como folclore de todos, y de ninguno en particular. Otras veces, en  sentido inverso, el dúctil poeta le inventaba melodías a versos sueltos robados al azar.

Nacido en Chivilcoy en 1888, Contursi había trabajado de titiritero y vendedor callejero, tanto en Buenos Aires como en Montevideo, su ciudad favorita. Conocía bien del arte de ilusionar por dinero. Sus interpretaciones, sin embargo, no descollaban al punto de inducirlo a meterse en el próspero mundo del disco de gramófono. Claramente necesitaba un intérprete. Un cantor más cantor que él. Y entonces se atrevió a mostrarle “Mi noche triste” a Carlos Gardel, la mejor voz que había en plaza para que vidalitas, zambas y estilos cobraran vida. Agudísimo oyente y máquina de detectar potenciales hits, Gardel vislumbró allí el futuro del tango, su posibilidad lírica. Por supuesto, había tangos con letra desde varios años atrás –Ángel Villoldo era el rey de los versificadores en ritmo acriollado–, pero a esas coplas les faltaba, amén de la intención narrativa y las huellas de Evaristo Carriego, el punto de vista del derrotado. Esa tristeza posinmigratoria. 

Aseguran que Gardel lo estrenó en una función del Maipo o del Empire una noche del 17, no se sabe bien la fecha, aunque se cree que fue en invierno. Esta imprecisión de lugar y tiempo nos habla de una creación más bien casual. Más allá de cualquier intuición, nadie creyó que aquel palimpsesto de Castriota y Contursi fuera la piedra angular del nuevo edificio de la canción argentina. Al año siguiente, cuando ya circulaba la versión discográfica de Gardel con la guitarra de José Ricardo, la actriz Manuelita Poli cantó “Mi noche triste” en la obra de teatro Los dientes del perro. En esos tiempos, el teatro tenía la última palabra. Y también la primera. La gente salió de la sala con ese lamento temblando en los labios: “Percanta que me amuraste/ en lo mejor del mi vida/ dejándome el alma herida/ y espina en el corazón...”.

 Un siglo de tango canción es un siglo de Carlos Gardel. Su estilo interpretativo marcó una doble invención: la del nuevo texto de la cultura popular y la del modo canónico de su interpretación. Aun así, Contursi tuvo lo suyo. Por más que hoy nadie incluya “Mi noche triste” en el ranking de sus canciones favoritas –rara vez los temas fundacionales son los mejores–, hay en sus versos elementos bien interesantes. La idea de un tango como expresión de lamento era completamente novedosa en 1917. Y más aún las razones de aquel sollozo apenas contenido: el abandono y la traición. Contursi descubrió que el alma en pena era un espectáculo que merecía ser contado de modo musical. También vale reparar, como escribió Francisco García Jiménez, en el pulso misterioso de las cosas inanimadas, las cosas que piadosamente testifican aquel drama pequeño y barrial: la guitarra en el ropero, el espejo empañado, la puerta siempre abierta, los bizcochitos y los “matecitos” (la foto más conocida de Pascual Contursi es aquella en la que está tomando mate) y la lámpara que nos conduce al momento axial de este tango y de todos los que en 1917 aun aguardaban ser escritos: “Y la lámpara del cuarto/ también tu ausencia ha sentido/ porque su luz no ha querido/ mi noche triste alumbrar.”