“Ya lo sabemos: la realidad empieza siempre en las palabras” dice el ministro de Cultura Pablo Avelluto, en una columna publicada en el diario La Nación, principal tribuna de la doctrina negacionista, a la que en forma vergonzante adhiere el gobierno nacional. Su artículo del jueves sostiene que el documento leído en la Plaza de Mayo al concluir el acto del Día Nacional de la Memoria efectuó “una reivindicación explícita de la lucha armada como si se tratara de una herramienta legítima de acción política”. A su juicio, “lo que ha sido reivindicado” fue la clandestinidad, los “atentados, copamientos de cuarteles, focos guerrilleros e innumerables secuestros y asesinatos” cometidos por “los grupos que practicaron y promovieron la lucha armada como un camino para la toma del poder”. Avelluto advierte contra la “reedición de las aventuras político-militares que acaban de ser reivindicadas con irresponsabilidad histórica por los organismos de derechos humanos. Desconozco cuál fue la finalidad detrás de la reivindicación. Pero no desconozcamos sus posibles efectos”. 

Esas afirmaciones son falaces. El documento de los organismos de ninguna manera reivindicó la lucha armada. El párrafo tergiversado dice en cambio que “recordamos las luchas en los ingenios azucareros, las Ligas Agrarias, el Cordobazo, el Rosariazo y las comisiones internas en las fábricas, el movimiento sindical, estudiantil y popular, la militancia en las organizaciones del Peronismo Revolucionario: UES, Montoneros, FAP, Sacerdotes por el Tercer Mundo y FAL; la tradición guevarista del PRT, Ejército Revolucionario del Pueblo; y las tradiciones socialistas y comunistas: Partido Comunista, Vanguardia Comunista, PCR y PST; y tantos espacios en los que miles de compañeras y compañeros lucharon por una Patria justa, libre y solidaria”. Cuando gobernaba el ahora añorado Raúl Alfonsín, los Avelluto de entonces reprochaban a los organismos que sólo se refirieran a los detenidos-desaparecidos como víctimas de la represión, sin mencionar su militancia. Ahora que lo hacen, les enrostran una reivindicación en la que como se ha leído no incurren. 

Hace una semana, al cumplirse 40 años de la Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar y del asesinato y desaparición de los restos de su autor, me toco hablar de Rodolfo J. Walsh en la EXMA. Allí conté que la conducción de Montoneros aceptó que firmara la Carta Abierta pero objetó el párrafo según el cual “en la política económica de ese gobierno debe buscarse no solo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”. Rodolfo desobedeció esa censura, inspirada en una exaltación romántica de la sangre. Cuando discutía políticas, señalaba la diferencia entre una vanguardia y una patrulla perdida. En la intimidad, arrojó con furia contra la pared un ejemplar de la revista “Evita Montonera”, donde autodenominados comandantes predicaban las retóricas consignas bélicas del jet-set revolucionario internacional. Le parecían una burla a los compañeros que a duras penas conseguían sobrevivir.

El último escrito de Walsh es la mejor descripción contemporánea de la barbarie que las Fuerzas Armadas estaban desatando sobre el pueblo argentino. Para homenajearlo no hace falta reivindicar las opciones políticas de entonces, que Walsh ya había cuestionado en un documento autocrítico elevado a la conducción de Montoneros en 1976, cuando instó a trocar el fusil de la guerra perdida por el mimeógrafo y el caño de la resistencia. La Carta Abierta era una pieza en esa estrategia, de repliegue hacia el pueblo y el sentido común, como lo eran la “Cadena Informativa” y la “Agencia Noticiosa Clandestina” (ANCLA), que creó para romper el bloqueo informativo, instrumento maestro del terror. El museo de sitio de la EXMA no presenta una visión sesgada de la historia. En la entrada hay un video del ex presidente Alfonsín y otro del ex presidente Kirchner. Está dirigido por una ex detenida desaparecida que además es museóloga profesional. Muestra lo que ocurrió allí y cada afirmación está debidamente documentada. Sólo puede objetarlo quien niegue la existencia del terrorismo de Estado. 

Walsh no se sentó en su casa a esperar la muerte mirándose el precioso ombligo intelectual después de desafiar con su Carta a un gobierno sangriento, como lo presenta una mala pieza de teatro. Tampoco lo seducía la dialéctica de los puños y las pistolas ni la estética de la muerte que le han endilgado. Su verdadera opción vital cabe en estas palabras del mensaje de la CGT de los Argentinos al pueblo: “El campo del intelectual es, por definición, la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto pero no en la historia viva de su tierra”, escribió hace 49 años. 

La realidad no empieza siempre en las palabras, como balbucea Avelluto. Pero las palabras pueden emplearse para incidir sobre la realidad, y ese torpe escrito del Ministro de Cultura forma parte de una operación que no sólo intenta demonizar a los organismos defensores de los Derechos Humanos sino también descalificar cualquier actitud de lucha presente asociándola con las prácticas de entonces, que hoy son un anacronismo. Falsificar lo que los organismos dijeron sobre el pasado y de allí extraer conclusiones para el presente y condicionar el futuro es de una deshonestidad intelectual flagrante. Con el pretexto de la presunta desestabilización se prepara así el camino para justificar la represión del disenso legal y democrático que enerva al gobierno. Hace apenas dos semanas la vicepresidente Gabriela Michetti propuso suspender las elecciones de medio término, porque “de esta forma por lo menos hay tres años para gestionar sin tener que estar compitiendo”.