Cuando comencé mi transición estaba cursando el quinto año del secundario. Recuerdo lo difícil que fue; no contaba con ningún referente que me acompañara ese momento difícil de la vida. No tenía contención. Y lo peor de todo, no tenía información. ¿Está claro que la adolescencia es un momento traumático, no? Sumemos adolescencia y trans. Una bomba de tiempo que iba explotando lentamente y hacia adentro. Porque en el entorno no había nada: vacío total, el silencio absoluto. ¿Dónde estaba parada yo? En un mar de incertidumbre donde no hacía pie en ninguna parte. Mucho miedo. Pero también, pura convicción y coraje. 

¿Educación sexual integral? (Risas). Ni siquiera había educación sexual. Les doy un ejemplo. Una mañana entré a la escuela con una compañera –bien adolescentes las dos—, a pura carcajada y ganas de vivir. Yo, en transición y superandrógina, llevaba un pañuelo en la cabeza. Tenía un pelazo que hubiera envidiado la Kloosterboer, pero yo lo odiaba por indomable y voluminoso y la única solución era envolverlo. Con onda siempre, nada de así nomás. También usaba ropa ajustadísima para que en ámbitos desconocidos se me percibiera como me percibía yo: femenina. Hasta ahí todo bien. Llegamos con mi compañera, como les contaba, y ahí mismo nos encaró el director del colegio. Un señor muy heteronormativo que me tenía entre ceja y ceja y no me dejaba pasar. “Usted así no entra”.

Tengamos en cuenta el contexto para que entendamos lo dramático de la situación. En esa época, la OMS consideraba a la homosexualidad como una enfermedad mental. ¿Perdón? Sí, mis queridxs. Eran épocas donde “muchas personas pensaban y argumentaban que el desorden de identidad de género era una patología que se consolidaba en la adolescencia”. O sea, hasta los dieciocho debías aprender a soportar a médicos, psicólogos, curas y la escuela tratando de meterte a la fuerza en la matriz patriarcal héteronnormativa para que te “curaras” de esa enfermedad. “Ya se le va a pasar”, decían. Los nenes con los nenes, las nenas con las nenas.

Esto sigue ocurriendo en la actualidad. A Casa Trans llegan todas las semanas muchas familias pidiendo ayuda. Después de haber recorrido consultorios médicos y psicológicos buscando respuestas que muchas veces son erróneas y confunden aún más. La mayor alegría de les activistas es cuando una mamá les dice: “Es la primera vez que mi hije sonríe”.

La categoría infancias trans nos hace pensar que las identidades se construyen muy tempranamente y que existe el derecho de eses niñes a expresarse, a vivir sus cuerpos de la manera que lo sienten. Eso es un cambio actual que está legalizado, pero no del todo incorporado.

Esta semana tuve un zoom con Zulma Olmedo y su hijo Lizardo, secretaries de la Secretaria de infancias y adolescencias trans de la FALGBT para que me cuenten cómo viven niños, niñas y niñes con una ESI que no visibiliza todas las situaciones. Me describieron la triste realidad en que se encuentran muches niñes y adolescentes trans hoy en Argentina. Hace unos días presentaron dos denuncias en contra de una escuela de Quilmes que no respeta la identidad autopercibida de un chico trans adolescente. Hablaron con el director y le preguntaron por qué razón no respetaba la identidad autopercibida de este alumno y por qué no se respetaba la ley. Él respondió, muy suelto de cuerpo: “Se rompen muchas leyes todos los días: una más que se rompa no pasa nada”. Y no conforme con eso, llamó al estudiante y le repitió lo mismo.

Actitudes como esta nos siguen mostrando al patriarcado como el origen de todas las violencias. El pedido urgente de una ESI no binaria viene a eso, a luchar contra esos mandatos. Esa, para mí es la contribución más importante de la ESI: el sentido no violento de la sociedad. Buscando la transformación de los estereotipos en las aulas desde jardín de infantes. ¿Por qué seguimos enfrentándonos a docentes que se rigen bajo normas obsoletas, binarias, que se resisten a respetar los cambios que pide una sociedad civilizada, justa e inclusiva?

¿A que no saben cómo terminó la historia? El estudiante abandonó la escuela.

Por suerte están Zulma y su hijo presentes tramitando un pase a su nueva escuela. Este es un caso en AMBA, tratemos de imaginar lo que sucede en el resto del país.

Es urgente comprender que, para nuestro colectivo, el primer foco de conflicto es el hogar. Hay que educar con el ejemplo, parece una obviedad, pero sigue siendo así. Lamentablemente muchxs niñes viven en hogares donde se afirman normas sexistas, heteronormativas y la intolerancia a lo diferente. Elles replicarán esa conducta en sus ámbitos y frente a sus compañerites. Ahí nace el acoso escolar, hoy llamado bullying. Les hijes replican la conducta de les adultes porque es lo que ven como normal en sus hogares, o se les enseña así. Suponen que todo es blanco o negro, y lo que sale de esos parámetros está mal. Y algunos colegios no quieren actuar o prefieren mantenerse al margen. Lo que se denomina acoso escolar sostenido y alentado por la institución.

Esto me hace pensar ¿cuál es el lugar de la escuela? No separemos la escuela pública de la privada laica. La escuela como el espacio del Estado, que tiene como tarea el compromiso ético de la defensa de los derechos humanos. Si queremos una pedagogía inclusiva y popular, la escuela debe ser el espacio donde se expanda esta mirada para que todes les niñes y adolescentes tengan el derecho a elegir sin ser juzgados.