Clarísima la tenía el gran escritor y cineasta Jean Cocteau al decir que el secreto tiene la forma de una oreja: allí se vierte con sigilo este saber escamoteado que, aunque bajo ocho llaves, siempre pugna por aflorar. A la medida de semejante cuestión acaba de aparecer una propuesta que invita a escuchar tramas susurradas, soterradas, inconfesables, desentrañadas por algunas plumas sumamente incitantes del panorama local. Trabajos inéditos o descatalogados, difíciles de encontrar, conviven en el episódico podcast Me lo llevo a la tumba, recién lanzado en distintas plataformas (Spotify, Apple Podcasts, Google Podcasts…). Un proyecto que, en lo que corre el 2020, hará entrega de piezas que rondan “el secreto y sus consecuencias”, deslizándose las voces por frondosos jardines interiores, quitando el velo a las espinas vergonzantes, abordando pactos o tabúes desde los más diversos géneros, yendo de lo ensayístico a lo ficcional. Leídas con la necesaria intención por sus propios autores, ya están en línea obras de las escritoras Camila Sosa Villada (“El asesino precoz y su irresistible recuerdo”) y Mariana Enríquez (“Secretos de familia”), de Franco Torchia y Esther Díaz (“Autobiografía anal”), a las que se irán sumando entregas de la directora y dramaturga Maruja Bustamante, la cantante y compositora Juana Molina, el periodista Pablo Schanton, la cuentista y novelista Aurora Venturini, interpretado su texto recuperado por la actriz Sofía Gala Castiglione… Para develar más acerca de Me lo llevo a la tumba y su vedette, el secreto, brinda sus respuestas una de sus creadoras, la escritora y periodista Liliana Viola, que junto a Torchia y Tomás Balmaceda, ha pergeñado una iniciativa que hará las delicias de quienes quieran descubrir -no sin una pizca de morbo- revelaciones habitualmente consideradas vergonzantes.

Llevan más de dos años trabajando este tema apasionante. A partir de la indagación, ¿encontrás que hay un modus en cómo se gesta y cómo permanece escondido el secreto?

- Una de los aspectos más interesantes que lo definen es el peligro de su develación. Podés tener pensamientos y sentimientos que nadie conoce, pero se vuelven un secreto cuando lo compartís, o cuando alguien puede llegar a descubrirte. Es decir, cuando lo ponés en peligro. Un secreto no es algo que se calla simplemente, es algo que se le confía a alguien ¿Para qué? En parte para sacártelo de encima ¿Y qué le pasa al otro que de pronto se convierte en custodio? Entre el poder y la debilidad, como en un subibaja, están los dos actores que secretean. No solo todas las personas tenemos secretos sino que somos un secreto hasta para nosotras mismas. En este sentido es un motor social: porque a pesar de no saber, avanzamos y con los fragmentos que observamos, nos formamos una imagen propia y de los demás.

Has mencionado, de hecho, que es fundamento de las relaciones sociales.

- Podríamos estar toda la tarde enumerando fórmulas de lo social y de lo regulatorio de lo social donde aparece la palabra secreto: secreto de confesión, secreto profesional, secreto de sumario, secreto de estado. La ley se ocupa de resguardar lo privado frente al perjuicio que se podría sufrir si se vuelve público. Sigue teniendo vigencia la idea del secreto como una forma de socialización como lo pensaba Georg Simmel hace un siglo en su ensayo sobre las sociedades secretas.

¿Encontrás algún vínculo entre el secreto y el universo femenino?

- El secreto durante siglos ha estado ligado al universo de lo femenino. De hecho el pudor, asociado a la vergüenza y a la protección del cuerpo y de la sexualidad es un sentimiento que se le atribuye, y se le exige a la mujer. ¡Existe una línea de ropa interior que se llama Victoria’s Secret! Y cuando se habla de belleza, se habla de secretos de belleza. Pero también es cierto que este modo de expresión que circula en cartas, diarios íntimos y cuchicheos también significó la posibilidad de una vida paralela. Un ejemplo extremo es el idioma inventado por y para mujeres en el siglo XIX en un pueblo del sur de China. El nüshu, que significa “escritura femenina”, fue un modo secreto de pasarse informaciones, enseñanzas y tradiciones por fuera de la mirada del varón. El secreto significa una vida ampliada en los márgenes de la vida pública, en ese sentido podemos pensar que “el segundo sexo” ha tenido “un segundo mundo”.

Maruja Bustamante protagoniza el podcast

¿Dirías que existe una arquitectura íntima del secreto?

- Sí, pero que no es siempre la misma. La arquitectura de la intimidad no es la misma hoy que en la época victoriana. Los vínculos que en otro momento dependían del mutuo disimulo, hoy se consideran falsos. El universo de la intimidad a partir de las redes sociales es cada vez más laxo, los límites de lo tolerable que se muestre o se diga de uno cada vez son menos. Yo, por ejemplo, siempre he tenido rechazo a que me sacaran fotos. Me acuerdo que Lohana Berkins me llamaba la editora sin cara, durante años no había fotos mías en Google. Hoy soy capaz de recordar ese sentimiento, pero ya no lo tengo. Y no es que haya superado una fobia: es que el hábito de sacar fotos y de subirlas a la web está tan instalado que negarme significaría una toma de posición que tampoco tengo. Veo que apuntan y me aguanto, veo que graban y ni me doy cuenta; ha perdido el peso que tenía para mí.

¿Qué llevó a los creadores de Me lo llevo a la tumba a hurgar por los siempre sinuosos caminos del secreto?

- Tratar de pensarlo en relación al momento presente: la red como un lugar donde gritamos un secreto pero como lo gritamos todos a la vez, no termina de escucharse. Queremos tratar de escucharnos.

Han tenido el buen tino de pensarlo como podcast, formato cuyo interés alcanzó su cima durante estos meses de confinamiento.

- El podcast es un formato que tiene mucho de programa de radio, del mensaje de voz que dejás en un celular y del audiolibro. El modo de escucha que propone es ideal para el tema del secreto. Escuchar la voz de Mariana Enríquez contando un cuento que no está en ninguno de sus libros y que empieza diciéndote “Tengo miedo que mi madre se entere de que…” impone que te marees y que desconfíes de que sea una ficción o una verdad. En el texto que lee Camila Sosa Villada pasa lo mismo. ¿Es ella ese niño que traiciona a su madre? Y al revés, cuando escuchás a Sofía Gala Castiglione contándote algo que le ha pasado con el marido de su madre, podés pensar que esa historia espeluznante que cuenta es una confesión. Pero no, es un trabajo de interpretación impresionante de un cuento de Aurora Venturini. El secreto no es simplemente no dar información, sino un modo particular de darla.

Las obras en línea transitan dos de las rutas más populares del secreto: el secreto sexual y los secretos de familia ¿Dirías que son las vertientes principales de Me lo llevo…?

- No necesariamente. El episodio que subimos esta semana, escrito y leído por Maruja Bustamante, se llama “Manual de la mentira”. Podés interpretarlo como un secreto familiar pero lo más interesante es cómo un padre, que necesita que la hija le mienta a la madre, deja en evidencia que el arte de mentir es un subsidiario del secreto. Y digo el arte porque lo oscuro de los otros, lo opaco de una misma es necesario para relacionarnos. Pablo Schanton cuenta una historia de reminiscencia olfativa. El secreto aparece aquí como reconstrucción del recuerdo…

¿Podés adelantar algo de las obras por venir, incluida la tuya propia, la de Juana Molina…?

- No, no puedo, es un secreto. Y por eso… te adelanto algo. Yo voy a trabajar con lo que ocurre en el baño, un espacio creado para hacer cosas en secreto. No concebimos encarar un tema sin sentido del humor, que está presente en prácticamente todos. Pero los episodios de Juana Molina apuntan con todo para ese lado de la vida… El equipo que conformamos con Torchia y Balmaceda se llama CON, que hace alusión a que todo lo que salga de aquí estará hecho “con” otras personas, sus puntos de vista, comunidades, lecturas colectivas. En este sentido, las personas que convocamos nos parecieron ideales para esto, les contamos de qué se trataba e hicieron lo que quisieron y cómo quisieron.

Sofía Gala Castiglione le pone voz a un relato de Aurora Venturini

¿Habrá próxima derivación del proyecto? Mencionaste un posible ensayo teórico, un libro de crónicas...

- Es un proyecto de investigación cuya parte más audible es la serie de podcast, que de aquí a fin de año se completará con 12 episodios. Vamos subiendo 3 por mes. También hay una cuenta en Instagram, con apostillas a veces teóricas, a veces delirantes, siempre sobre el secreto. El año que viene aparecerán más episodios seguramente, nos están llegando textos, confesiones, comentarios de gente que tiene algo que revelar o destapar: imagino un cofre sonoro con secretos terribles de gente famosa, secretos famosos de gente común. Y mucho silencio.

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Los caminos insondables del secreto: una cartografía imposible

Desde que el mundo es mundo despierta fascinación lo que la RAE define como “cosa que cuidadosamente se tiene reservada y oculta”. Nótese que, entre mediados del siglo XVI y el XVIII, las imprentas europeas publicaban libro tras libro de cierto popular y muy recurrido género: la literatura de los secretos. Especialmente exitosas en la Italia renacentista, fueron obras de moda con información práctica, con su puntito esotérico, recabada por diligentes buscadores de secretos que hurgaban por los escondrijos de la naturaleza y dispensaban cuanto saber pueda imaginarse: desde medicina herbal hasta técnicas de metalurgia, alquimia, teñido de telas, elaboración de perfumes, largo el etcétera. Algunos títulos famosos: I Secreti del reverendo donno Alessio Piemontese, de 1555; o el Liber de experimentiis de la indómita Caterina Sforza (1463-1509). Condesa que además de plantar cara a los Borgia y a las tropas pontificias, de ganarse la admiración de Maquiavelo y hacer buenas migas con Da Vinci, se tomó una pausa de las intrigas políticas (¡campo fértil como pocos para que brote el secreto!) y dejó asentadas unas 470 pociones para curar enfermedades y preservar la belleza. Entre las más preciadas, el agua celestial, un tónico a base salvia, albahaca, romero, clavel que prometía demorar el envejecimiento. Acaso por rima, hinojo para agudizar la vista (el ojo fino). Plomo y sangre de murciélago para una depilación no definitiva pero sí duradera.

Entre fogones también se cuece el sigilo, bien lo supo Puig, empapando incluso recetas de abuelas y tías que han sabido mantenerlas a resguardo, solo para pasar la antorcha especiada en pos de mantener el legado culinario vivito y deleitando. Delantal aparte, hasta la bebida cola más consumida está velada por el halo enigmático, su fórmula original celosamente guardada bajo tierra en una bóveda de Atlanta. Cuando un programa radial, This American Life, aseguró haber dado con su composición, fue tal la estampida de visitas que en un periquete colapsó su web, ansiosas tropecientas personas por saber qué se ocultaba tras la burbujeante pócima, supuestamente irreplicable. El marketing sí que se mueve como pez en el agua de las confidencias, sacando rédito a presuntos “secretos” que prometen ayudar a la gente a alcanzar la felicidad, el primer millón, la media naranja, la más lustrosa de las melenas… Notoria paparruchada la de aquel libro de enorme suceso, con cándidos creyentes intentando practicar su predicada “ley de atracción”: el bestseller El secreto, de Rhonda Byrne, tachado de timo por darse ínfulas de ciencia.

Puede que hoy día hacedores de cómics estén haciendo públicos los DNI de superhéroes y superheroínas, liberándolos de la doble vida -para inri de quienes se la pasaban pipa viendo cómo lidiaban con semejante intríngulis-, pero desde el comienzo, la identidad secreta ha sido pilar inexorable de estas historietas, un aspecto definitorio del mito del superhéroe durante más de un siglo. Apañándose más en la torpeza que en esas gafitas de morondanga, Clark Kent pudo andar a sus anchas como Superman, aunque la lanzada reportera Lois Lane poco tardó en sospechar quién era en realidad el hombre de acero. La Mujer Maravilla vistió las ropas de Diana Prince, soltando el lazo y aparcando el helicóptero para laburar de enfermera, empresaria, astronauta o miembro de Naciones Unidas con el correr de las viñetas… Un prototipo que, según historiadores del tebeo, mucho le debe a una baronesa brit de carne y hueso: Emma Orczy, que en 1905 creó La Pimpinela Escarlata. Tal era el nom de plume del protagonista de este clásico del género de capa y espada, Percy Blakeney, un dandy aparentemente fatuo y vanidoso que, durante el Reinado del Terror en la Revolución Francesa, salvaba a inocentes de perder la cabeza vía guillotina. Antes de la saga de Orczy, dicen voces en tema, había personajes que asumían el disfraz ocasional (Sherlock Holmes) o mutaban de una identidad a otra (el conde de Montecristo), pero su héroe clandestino mantenía la dualidad en forma sostenida, sirviendo de inspiración al Zorro y el extenso derrotero de tapados que no tardaría en llegar.

Para secretos oscuros del pasado, esos anclados en el linaje verdadero de la protagonista, los de los culebrones -ay, Thalía, ¡qué manera de sufrir!-, y su antecedente: los dramones por entregas del folletín. Aunque si de menesteres lacrimógenos se trata, que no falte el pañuelo para ver el melodrama Imitación de la vida (1957), obra maestra de Douglas Sirk, que se hace eco del racismo imperante mostrando a la hija mestiza de la humildísima negra Juanita Moore manteniendo en secreto sus orígenes afro. Tormento el de Don Draper, precipitándose a un abismo sin fin en las 7 temporadas de Mad Men, arrastrado por el peso de haberle robado el nombre a un oficial muerto en acción en Corea para escaquearse de combatir; un sofocante secreto que hacer fuerza por salir porque, como dicta el proverbio, no hay nada escondido entre el Cielo y la Tierra.

Secreta la identidad de Leo (Marisa Paredes) en La flor de mi secreto, esa maravilla almodovariana sobre una escritora de novela rosa que escribe bajo el pseudónimo de Amanda Gris. Secretas ¡cantidad! de autoras que debieron apelar a alias ambiguos o directamente masculinos para poder publicar antaño; entre ellas, Charlotte, Emily y Anne Brontë: léase Currer, Ellis y Acton Bell. Y ¡milagrosamente! secreta la vida de la tana Elena Ferrante, que tiene al mundillo literario en vilo por haber logrado el más estricto anonimato en plena era hiperconectada, con cómplices muy devotos, entregados a un pacto sin fisuras… aún. Porque, tarde o temprano, de una manera u otra, el secreto emerge… ¡o explota! Sino pregúntele a Catalina de Erauso, la Monja Alférez, que durante el siglo de Oro español, fue doncella y don Juan, novicia y soldado: tras fugarse del convento a los 15, la díscola muchacha se cortó un traje masculino con la tela del hábito, y pasando por hombre, administró negocios, sedujo mujeres, recorrió las Américas y peleó mil batallas, llegando a alférez. Solo hizo público el engaño para salvarse de una muerte segura, corriendo entonces su fama a ambos lados del océano, y perdurando hasta el presente.

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La pesada carga

Quien mucho sabe de estos menesteres recónditos es la psicoanalista y escritora Laura Palacios, que se ha encargado de estudiar con dedicación la construcción íntima del secreto, cómo se gesta y con qué elementos se sostiene, cuál es el costo final de la “obra terminada”, si es que puede hablarse de obra terminada al estar en continuo mantenimiento… Autora del ensayo El Secreto y el Chisme, Palacios es miembro adherente de la Asociación Psicoanalítica Argentina, y ha escrito libros imperdibles como Hadas, una historia natural, Provincia de Buenos Aires y El bolero. Canto a la felicidad clandestina. Actualmente, cada miércoles a las 21 horas se aviene a revelar -con su característico humor cómplice y su erudición sin alardes- historias de boleros en su programa Soy lo prohibido, por Radio Alter Sapukai. Jovial, se toma una pausa de estos relatos que bordan enamorados ebrios de erotismo, entre las mieles del triunfo o las hieles del fracaso pasional, y conversa con Las12 sobre cómo se tejen confidencias entre palabras que no deben ser dichas. Tiene la palabra Laura Palacios…

¿Existe secreto si no es compartido?

- Generalmente necesita de un cómplice, y de uno o más terceros excluidos. En ese sentido se parece al chisme y al chiste, donde tiene que haber algo que implique a un otro significativo. Es un hecho de palabra, interpersonal; un saber escamoteado que se pone en reserva y se saca de circulación. Secretos de familia, amorosos, políticos que se sustraen del discurso hablado y se guardan. Se mantienen subterráneos pero, al estar hechos de palabra, siempre acaban por salir. Porque la ley de lo sumergido, en especial cuando concierne a las cosas del decir, es reflotar… Tarde o temprano, se escapa. No por nada existe ese famoso dicho: “Somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras”. Porque no hay sepultura a prueba de la palabra: cuando se la entierra, se la entierra viva, y allá abajo en la sombra, allá abajo en lo húmedo, siempre se está removiendo, nunca se queda quieta. Tiene una pulsación autónoma: late constantemente, jamás deja de trabajar.

Incumplible, entonces, el famoso “hasta la tumba”.

- Todo un tema el de las metáforas… A partir de analizar la cuestión desde la etimología, encontré cierto origen oscuro: la palabra secreto tiene una raíz común con el excremento. Proviene del latín secretum, separar, poner aparte; término relacionado a una antigua operación agrícola: el tamizado del grano usando una zaranda, herramienta con la que se separaba al buen grano del excrementum, de los residuos indeseables. Secretum, entonces, está asociado al desperdicio, eso que hay que tirar, esconder… Tiene que ver con descarte y separación, a nivel casi fenomenológico ¿Y qué hace la gente? Guardarse el grano podrido ¿Y dónde lo guarda? En un recipiente cerrado, bajo tierra. A un secreto “se lo sepulta” o “se lo entierra”, y a la persona que sabe callarlo se la compara con una tumba. Le secret de la vie est dans les tombes closes, decía Leconte de Lisle. Y Benjamin Franklin pensaba que un secreto puede ser guardado entre tres… siempre y cuando dos de ellos estén muertos. También se usan otras metáforas, como las culinarias. Para significar que un secreto ha sido revelado, suele decirse que se descubrió el pastel o que se destapó la olla. Los franceses, por ejemplo, usan la expresión découvrir le pot pourri, destapar la cacerola podrida. Y también, con el mismo sentido, découvrir le pot aux roses, metáfora fragante y muy delicada, que -según la filología- es lo mismo que decir: ¡se destapó la pelela!

Para prometer reserva, sigilo, hablamos de “cosernos la boca”, figura que oscila ¿entre la crueldad metafórica y lo culinario?

- Vinculada a los sentidos, yo diría, que aquí cumplen su parte. El olfato, por ejemplo. La gente “mete la nariz” donde no la llaman, esa idea de andar husmeando para dar con algo que ni debe ni se puede enterar. O sea, lo pútrido. El psicoanálisis también lo compara con la mecánica de guardar y dejar escapar, de retención e incontinencia. Se cierra el esfínter pero un día explota, sale todo, y con un tufillo…

Acorde a tu pericia psi, ¿qué busca ocultar la gente, que convierte en indecible?

- Lo que quita brillo, lo que da vergüenza o genera culpa. Hay de todo: infidelidades, incestos, delitos, psicosis… Si te mandás una macana, mejor que nadie lo sepa; y si unos pocos lo saben, mejor que se callen.

Según Marguerite Yourcenar, la confianza siempre es perniciosa cuando no se pretende simplificar la vida del otro ¿Hace mella psicológica guardar un secreto?

- Absolutamente, porque el secreto es denso, una carga muy pesada. Sea una pavada o una cosa seria -un pequeño cáncer encapsulado que va carcomiendo-, actúa en detrimento. Quien lo guarda tiene un jardín secreto, oculto y misterioso, bien cercadito para que nada pueda salir. El chisme hace rizoma, en términos de Deleuze: se mueve, avanza, se ramifica, pero al secreto hay que podarlo todo el tiempo para que no se escape, y eso implica un desgaste psíquico enorme. En casos clínicos que he tratado, muchas consultas tienen que ver con secretos no manifiestos, que tardan en ser dichos, a veces años, incluso en el marco del análisis. Fijate que, además, altera la relación con los demás porque, como reza el saber popular, “a quien digas tu secreto siempre estarás sujeto”. Ese pacto tácito o manifiesto, sellado al plantar el “de esto no se habla”, transforma los lazos. Mantener reserva enrarece el vínculo con todas las partes involucradas, también con uno mismo… Porque da un regocijo narcisista: tengo un tesorito y no lo largo, y eso aumenta mi aura, algo del orden absolutamente imaginario. Además, puede usarse como factor de poder, para ganar la curiosidad de los demás, para hacerse interesante, para dominar… Siempre digo que en la política y en la comedia de los sexos (o sea, en la vida sexual, en la relación de pareja) es el deporte que más se ejecuta.

“Ante la susurrante instalación del secreto, las antenas del tercero no hallarán reposo”, has escrito sobre cómo agudizan las antenas los demás.

- Hay algo flotando en el aire y, de pronto, para ese tercero el mundo se llena de indicios, se incrementan los controles, se agudiza la manera de mirar, concentrada en cada pequeño detalle. Por eso yo creo que el chisme y el secreto son antagonistas: el chisme quiere meterse en ese lugar cerrado, en ese compartimento estanco, y agudiza toda su inteligencia para lograr su meta.

Históricamente el secreto ha gozado de buena fama, relacionado a la ética, al honor, al pacto sagrado. En tiempos donde la buena reputación y la intimidad parecen haber perdido vigencia, ¿podría decirse que el secreto está en decadencia, va cayendo en desuso?

- El secreto tiene dignidad, prestancia, un prestigio histórico, social y ético; aunque, como te decía antes, provenga de un detrito, tenga un fondo excrementicio. Y hoy día es más porquería que otra cosa lo que pulula en, por ejemplo, los cientos de programas de chimentos, que hacen un oficio del secreto revelado con total impudicia. Así y todo, creo que cuando toca la angustia, el secreto no sale. Cuanto más se dice, es porque hay un núcleo mayor que permanece tapado, queda un resabio inconsciente a resguardo; del lado del goce, diría el análisis. Los psicólogos sabemos que lo que escamotea el secreto no es un saber banal sino algo que ocupa un lugar aparte en el conjunto de los conocimientos de una persona. Esos contenidos se encapsulan, alteran profundamente su posición subjetiva. La sabiduría popular ha inventado una pavorosa sentencia: “Ni siquiera pienses en lo que no quieras que nadie sepa”. Esa alteración, para mí, es la peor: sepultárselo a una misma, porque es una represión de doble pared, una lleva una bomba de tiempo… Hay secretos muy difíciles de mantener, pero al celoso guardián aún le queda otro recurso: sucumbir, entregarse al aliviante operativo de hablar, hablar, hablar… En terapia, por ejemplo, para que el secreto deje de arruinarte la vida. Porque hay un momento en el que se torna insoportable. Lo veo en los pacientes, en la literatura, en el cine: en un momento, el/la protagonista, héroe o heroína, tiene que largarlo, incluso corriendo riesgos, porque en eso se le va la vida. Es el último bastión narcisista: si lo digo, ¿qué van a decir de mí?, ¿cómo me van a mirar?

Hay pocos espacios para hacer catarsis: el diván del psi, el confesionario…

- Todavía hay gente que habla con el cura en vez de analizarse, porque el sacerdote te perdona, y ese claramente no es el trabajo del analista. Otra forma de sublimar sería a través del arte. El psicoanálisis lacaniano, como continuidad freudiana, promueve esta conducción de la cura en función de transformar lo doloroso y terrible, el fondo patético, en una obra artística. A eso se le llama “saber hacer allí”, savoir-y-faire, con el síntoma.

Quien no ha gozado del mismo prestigio que el secreto, es su primo hermano, que has mencionado antes: el chisme.

- Si hay un secreto dando vueltas, la propia naturaleza del chisme lo lleva a averiguar; es como un ratoncito que se entromete, mete la nariz en lo que está guardado. O como una viborita que va rápido, feliz de correr. Son movimientos del discurso opuestos: el secreto se trata de constreñir, de meter en la cajita o la cacerola; el chisme es más liberador, de compuerta abierta, asociado al intercambio, a lo recreativo, al divertimento. Consciente o inconscientemente se sabe que va a salir, siempre disfrazado con las ropas del que lo cuenta: una persona graciosa cuenta chismes divertidos, un plomazo no salpimienta… Y cualquier chismoso dará fe de que, cuanta más levadura se le ponga, más entretenido y más atrapante el cotilleo. Ojo, la maldad existe, y en manos equivocadas, puede ser pólvora: el límite puede volverse difuso entre el chisme condimentado, inofensivo y lúdico, y el que intenta ser dañino, que viene con ponzoña. Pero, sin maldad, cumple una función social: ponerte al día, aportarte información útil… Hay una anécdota que cuenta Borges de una señora que proclama cuánto aborrece los chismes, cómo prefiere pasarse los días leyendo y estudiando a Marcel Proust. Entonces alguien le hace notar que las novelas de Proust… ¡están plagadas de chismes!, uno tras otro dan estructura a sus obras. Donde, por ejemplo, baja de un hondazo a los Guermantes, da cuenta de su hipocresía y de su prepotencia… Él decía que el chisme es maravilloso porque aun cuando se refiera a uno mismo, nos revela aspectos que estaban adormecidos…

O sea que, contrario a lo que nos han remachado toda la vida, el cuchicheo no es exclusivo de las mujeres.

 

- Claro que no. Hay una cita de La Fontaine que dice: “Nada pesa más que un secreto, llevarlo lejos es difícil para las espaldas femeninas”, pero cuando se trata de estos secretos densos, pesados de los que venimos charlado, diría que no existe distinción alguna entre mujeres y tipos. Sí existe una tradición femenina ligada al chisme; la literatura está plagada de referencias. Etimológicamente, en francés, se llama potiner a cotillear. Potin era el nombre de los pequeños calentadores que usaban las mujeres francesas en el siglo XVII en las fiestas, cuando los varones se retiraban para hablar “cosas de hombres” y ellas se juntaban para conversar a la lumbre de estos calentadorcitos. Posiblemente, el chisme tiene que ver con esta cosa gregaria y conversacional de las mujeres. Damos curso a este bullente cúmulo de cosas pequeñas de la vía, detalles en los que los hombres no acostumbran reparar. Mirá, en Los dos hilos, un trabajo buenísimo de Ricardo Piglia, él plantea que toda narración tiene dos hilos: el manifiesto, que es el relato que vos lees, y el que no se cuenta, la trama subterránea, oculta. La gracia de un cuento tiene que ver con la densidad de lo que no se dice y no se sabe. Hemingway hablaba de “la teoría del iceberg”: del tremendo bloque, el cuento es apenas la punta visible. Me traigo estas ideas para el campo del chisme, que la Real Academia Española llama invención; una ficción, en resumidas cuentas: una siempre piensa que hay más, algo que no se cuenta, por eso es tan excitante y queremos seguir hurgando. Conocer ese iceberg que sabemos que existe pero no tiene forma te mete en el túnel de la curiosidad.