Los hombres que sueñan con animales   6 puntos

Argentina, 2019

Dirección y guion: Lucas Distéfano.

Duración: 68 minutos.

Estreno disponible en la plataforma CineAr Play.


Cierta leyenda wichí que habla sobre el comienzo de los tiempos y los males repartidos por el diablo hace hincapié en el peor de todos ellos: el desaliento. Luego de ese prólogo de leyenda el documentalista Lucas Distéfano dejará de lado la mitología para concentrar la cámara y los micrófonos en la más estricta y palpable realidad (con una notable excepción). Si en su ópera prima, Crimen de las Salinas, Distéfano buceaba en la vida comunitaria de un pequeño pueblo cordobés a partir del único homicidio cometido en el lugar en toda su historia, Los hombres que sueñan con animales penetra en Tres Pozos, una pequeña comarca de El Impenetrable chaqueño, para registrar la vida cotidiana de una pareja de ancianos y su hijo Serafín. Wichís “españolizados”, según la descripción del realizador en la gacetilla de prensa. Si se deja de lado una secuencia onírica donde los sonidos de un burro y varios cerdos alcanza cotas expresionistas, lo suyo está muy cerca del documental antropológico observacional, entendido en este caso como documento de los últimos vestigios de una cultura al borde de la extinción.

El rancho es humilde y los animales conviven con los humanos casi en igualdad de condiciones espaciales. En la radio, la publicidad de un elixir pergeñado para conseguir al amor de toda una vida se mezcla con el rezo de Doña Clara, un Ave María apenas susurrado, mientras sus manos resecas acarician un par de santos de cerámica. Su marido, Don José, recibe la visita de una curandera que lee esforzadamente de un librito algunos versos dedicados a San Pantaleón, un intento por exorcizar alguna dolencia física intermitente, reemplazo del ibuprofeno faltante. Más tarde, otra emisión radial dejará oír el relato de la final del mundial de fútbol, ubicando temporalmente al espectador de manera precisa: el año 2018. En Tres Pozos conviven las costumbres criollas de antaño con la presencia creciente del evangelismo y una secuencia alejada de los protagonistas consigna una ceremonia de bautismo a la vieja usanza, en el río y con nuevos fieles adolescentes.

Los hombres que sueñan con animales no ofrece ninguna clase de adorno formal ni, mucho menos, una mirada romántica sobre la vida en esos parajes. Las necesidades materiales básicas son palpables y la supervivencia es una rutina repetida día a día. Alguna reunión al aire libre con paisanos habilita el berretín del acordeón, mientras la mirada algo perdida de Serafín señala la fugaz coraza de alegría del alcohol en sangre. Los viejos, en tanto, hablan sobre la cercanía de la muerte y, una vez más, destacan la presencia de ese diablo que puede adoptar mil formas. A partir de una rigurosa dirección formal, Distéfano logra algo cercano a un poema audiovisual realista. Una poesía cruda, ajada por el paso del tiempo y el clima cada vez más reseco del lugar, consecuencia del constante desmonte. Y los animales, desde luego, que aún parecen unir a los protagonistas a un pasado de creencias más fuertes, una ligazón con la tierra más férrea y fértil.