Aquellos días de comienzos del milenio acarreaban la sumatoria de muchas injusticias, de pérdida de derechos para los sectores populares. El “que se vayan todxs”, repetido hasta el cansancio en prolíficas protestas, no apuntaba al corazón del poder ni a quienes salían gananciosos de un proceso que, después de la dictadura, había atravesado la híper de Raúl Alfonsín y el largo período menemista. El “que se vayan todxs…que no quede ningunx” era más bien un grito “desesperado y de hartazgo”, en palabras del memorioso hoy secretario de Derechos Humanos de la CTA T, Victorio Paulón. Esa consigna surgida en multitudinarias manifestaciones confluía con expectativa antipolítica y en algún punto destituyente e iba, directo, a quienes participaron en las estructuras gobernantes de los dos partidos tradicionales y mayoritarios en la Argentina, el PJ y la UCR. Lxs principales protagonistas llegaron a las calles desde colectivos diferentes a lxs históricxs actorxs de las mayores movilizaciones argentinas. Ahí estaban ahorristas “acorraladxs” por Domingo Cavallo, cacerolerxs, clasimedierxs que hicieron puentes con algunos sectores de la izquierda donde se reunían, sobre todo, desocupadxs estructurales, y donde llegó una parte de los miles y miles que habían sido despedidxs y de lxs jóvenes de los sectores más pobres que aspiraban a incorporarse al mercado laboral.

El porcentaje del desempleo en el Gran Rosario era del 22.8 en el 2001, el mayor del país junto al mismo guarismo que exhibía Mar del Plata, mayor al que tenía el conglomerado Santa Fe con el 16.5, y al promedio nacional de un 18.3 según fuentes del Ministerio de Economía nacional. El delicado estado del ánimo social que se venía gestando tenía un origen más que objetivo en los procesos de desindustrialización, de enormes despidos en las áreas del Estado con el festival menemista de privatizaciones de las empresas nacionales, de pérdida de soberanía por la entrega al capital extranjero de sectores claves de la economía, por el cierre de pequeñas y medianas empresas que no sobrevivían ante la avalancha de importaciones y el enorme endeudamiento externo. Todo un combo que permitía hablar de crisis económica, social, política y de representación en una Argentina donde muchxs padecían hambre. Quien lea estas líneas puede asociar, libremente, con el legado macrista.

Fernando de la Rúa llegó a la presidencia en diciembre de 1999 con aquel spot desde el que insistía en el “dicen que soy aburrido” e hizo transitar a lxs argentinxs por un sendero que nada tuvo que ver con la tranquilidad ni el bienestar. El gobierno de la Alianza siguió con las recetas externas. Ley de flexibilización laboral, reducción del gasto público en la Nación y provincias, ajuste fiscal, blindaje financiero y pagos de deuda externa dominaban el discurso y la política oficial hasta que para evitar que lxs ahorristas sacaran sus depósitos de los bancos -cuando el FMI con Anne Krueger anunció que la Argentina no recibiría más dinero-, se dispuso el corralito en diciembre de 2001. Entre lxs ahorristas estaban todos lxs particulares damnificadxs y aquellas pequeñas pymes que operaban en la economía más informal acostumbradas al uso de efectivo. Y sólo se permitía la extracción de un pequeño monto semanal.

En la provincia gobernaba Carlos Reutemann, el hombre que llegó y creció de la mano menemista y que en 1999 logró su segunda gobernación después de ganarle al candidato de la Alianza Horacio Usandizaga. Paulón recuerda que antes de las privatizaciones los ferrocarriles tenían 110.000 trabajadorxs en el país y después del cierre de ramales sólo quedaron 10.000 y, que en Somisa, de 13.000 personas, se pasó a 3.000.

Entre marchas y concentraciones diarias, acampes, cortes de calles y rutas, los llamados saqueos y declaración del Estado de sitio se llegó al diciembre sangriento. El estado de sitio enervó aún más el clima social. Los saqueos se multiplicaron en distintos puntos de la ciudad como reflejo de lo que pasaba en el país. Hasta ahí la dirigencia sindical no había participado de manera orgánica en las jornadas previas y en el 19 y 20 de diciembre, pero sí lo hicieron muchas de sus referentes y militantes, entre ellxs el propio Paulón.

Más de 30 muertos en el país, 8 en Rosario y 1 en Santa Fe. Todxs lxs trabajadorxs de prensa en la calle, yendo y viniendo como se podía. Esta cronista no olvidará la actuación policial en Ayolas y San Martín, en el primer destino de la cobertura del día 19. Esos hombres parecían perros rabiosos cuando llegaron y fueron recibidos con piedrazos. Ahí estaban los harapientxs con hambre, muchxs descalzxs pujando por entrar a La Reina. Y ningún ahorrista, o algunx perdido entre tanta confusión. Uno de esos policías, acercó su ametralladora al cuello de quien esto escribe: una forma de señalarle que lxs niñxs que querían protegerse tomándose de su brazo debían salir del pretendido refugio. Después en Grandoli y Gutiérrez los árboles fueron el mejor refugio contra la lluvia de balas junto al fotógrafo de Rosario/12, Alberto Gentilcore. Desde allí a Pasco y Necochea, donde asesinaron a Juan Delgado (24). Ese día también mataron al militante barrial Claudio “Pocho” Lepratti (36) en la escuela N° 756 de Las Flores cuando pedía desde los techos que no dispararan porque sólo había chicos en el comedor, la joven mamá Yanina García que salió hasta la puerta de su casa y recibió un balazo en el estómago (18), la militante del PC y del MTL Graciela Acosta. Entre el 19 y 20 también cayeron bajo las balas de la represión Rubén Pereyra (20), Walter Campos (15), Ricardo Villalba (16), Graciela Machado (35) y Marcelo Passini(35), este último muerto en Santa Fe.

Reutemann tuvo que sacar a su ministro de Gobierno, Lorenzo Domínguez, señalado como responsable de haber impartido la orden de reprimir. Sin embargo, tiempo después y con la actuación de la Comisión Investigadora No Gubernamental creada a tal fin, se abrió la causa judicial contra Reutemann que fue cerrada y archivada en dos oportunidades, en 2003 y en 2007. De aquel pedido original para que se vayan todxs, quedó que no se fue casi nadie. Sí el presidente de la Rúa, el día 20, subiendo al helicóptero en los altos de la Rosada en una escena que recorrió el mundo. Algunos participantes de la Alianza, Enrique Nosiglia, Patricia Bullrich y Hernán Lombardi se reciclaron en el PRO o Cambiemos. Desde la renuncia de De la Rúa hubo cuatro presidentes en 10 días y faltaba más de un año para un nuevo proceso eleccionario.

 

Dos cuestiones para destacar: la importancia de la salida parlamentaria de la crisis y la experiencia participativa de muchxs en los procesos de asambleas y en el tejido de organización comunitaria donde las mujeres jugaron un rol central. Néstor Kirchner abriría, en 2003, una primavera para lxs trabajadores y sectores populares.