Una de las tiras realizadas par Mansfield, incluida en el libro Mafalda inédita (1988)

Mafalda no nació de casualidad en 1962 sino de una idea publicitaria y su nombre tuvo una raiz yanqui, Mansfield. Mansfield era una marca de Siam Di Tella, entonces la mayor empresa industrial de America Latina, popular por sus electrodomésticos. También fabricaba grandes equipos eléctricos, tubos sin costura, panificadoras y por supuesto la mítica Siambretta, y el legendario Di Tella 1500, el único auto que tiene una estatua, en homenaje de los taxistas. Años despues Martinez de Hoz hizo lo necesario para destruir a SIAM, y eso como diría Mafalda, más que parte de la historia, es “siempre la misma historia”.

En 1962 Guido Di Tella y su hermano Torcuato habían creado ya el Instituto Di Tella. Guido, como gerente general de SIAM, sabia que la batalla cultural se daba también en la publicidad y además serviría para mejorar las ventas y la imagen de empresa. Para lograrla creo Agens, una agencia publicitaria propia. No era una agencia cualquiera sino una feria de talentos y de vanidades: Paco Urondo, Alberto Ure, Frank Memelsdorff, Palito Gonzalez Ruiz, Ronald Shakespeare, Fontana, Jorge Michel, y muchos otros “creadores” de primer nivel trabajaban ahí.

Mansfield era la cuenta mas chica de la agencia, a tal punto que casi no tenía presupuesto. En realidad, esa marca era un invento de marketing para poder comercializar los electrodomésticos en negocios que no fueran concesionarios SIAM. El mismo producto pero con otro nombre. Eligimos llamarla Mansfield, nombre de un pueblo en New Jersey,porque ahí estaba la sede de Westinghouse, de la que SIAM licenciaba los lavarropas. Y a Mansfield la dirigia el ingeniero Elias Cherniacovsky.

Una mañana Cherniacovsky me llama y dice: "Osvaldo, anoche se me ocurrió una idea. Ya que tenemos poca plata, ¿por qué no inventamos una historieta con un personaje tipo Snoopy pero argentino, y se la ofrecemos gratis a los diarios, haciendo que aparezcan los aparatos Mansfield y algún cartel de vía publica con la marca, como parte del ambiente de la historieta?".

Elegi tres dibujantes de primera, Quino y otros dos, para hacer un concurso privado. Les pagariamos los bocetos, elegiríamos el que nos pareciera mejor y lo negociaríamos con los medios. A los tres les propusimos que incluyeran personajes de una familia común, clase media apenas. Que vivan, sufran y gocen como todos nosotros, los que estamos preocupados por lo que pasa en el país.

Sabiamos de que hablábamos. Argentina tenía al peronismo prohibido, miedo por doquier y militares post Libertadora aún poniendo limites pese a haber elegido democrácticamente a un presidente de lujo. El Dr. Arturo Illia, a quien el establishment no lo dejaba gobernar, pagaba la deuda externa y al mismo tiempo habilitaba un hervor cultural a todo nivel. Y conviviamos con la censura por todos lados.

La historieta para Mansfield no debía ser de elite, ni para intelectuales. Debia llegar a esa enorme masa de buena gente que en Buenos Aires y en todo el interior, habia logrado pretender una heladera y necesitaba, ademas, un lavarropa porque la mujer de la casa ya salía a trabajar.

Uno de los historietistas no presentó nada, otro propuso escenas con personajes de caras tristes e historias pesimistas. Quino llegó a Agens con su sonrisa humilde y vivaz, acompañado por Miguel Brasco, que venía como su abogado y fue muy directo: si el asunto funciona discutiremos los honorarios, pero los derechos intelectuales son de Quino, funcione o no funcione. Yo ya era abogado y entendí que la cláusula era legítima.

La gente del departmento Medios trató de vender la idea, pero en el mejor estilo Manolito, los medios no quisieron saber de nada. Fui personalmente a su departamento de un edificio angostito sobre la calle Chile, le devolvi los bocetos a Quino y le dije que ojalá los pudiera publicar. Vaya si lo hizo.