Desde hace más de un año la doctora en Antropología e investigadora del Conicet Silvia Elizalde explora perfiles de varones de 45 a 55 años en Tinder, la App de citas y encuentros. Un poco por curiosidad, otro poco para ver qué buscan y qué ofrecen en ese mercado del deseo virtual y cuáles son los imaginarios cruzados que hay entre los géneros. ¿Están desorientados por el empoderamiento femenino o directamente lo rechazan? ¿Cuál es su construcción de la mujer deseable? No se trata de una investigación formal, aclara, sino de una indagación incipiente y exploratoria. Revisó ya más dos mil perfiles y tiene cientos guardados con los que armó cinco categorías o arquetipos masculinos que develan, de alguna forma, qué quieren o pretenden de ellas. ¿Solo apuntan a un touch and go o tienen intenciones de enamorarse? En una charla con Página/12, Elizalde comenta sus hallazgos. “Me parece que hay más un deseo de salir del estado de soledad que de encontrarse con otro”, observa.

Elizalde es investigadora del CONICET con sede en el Instituto de Investigaciones de Estudios de Género (IIEGE) de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Enseña en la UNLP y en la UBA, donde además coordina el Programa de Actualización en Comunicación, Géneros y Sexualidades, en la Facultad de Ciencias Sociales. Es autora de Tiempos de chicas. Identidad, cultura y poder (Grupo Editor Universitario, 2015), Jóvenes en cuestión. Configuraciones de género y sexualidad en la cultura (Biblos, 2011) y coautora de Género y sexualidades en las tramas del saber (Libros del Zorzal, 2009).

Lo primero que quiere dejar claro es que la exploración no tiene una pretensión de representatividad, y que no le interesa concluir nada sobre “los hombres” y “las mujeres” en general, sino de las relaciones heterosexuales en una pequeña muestra aleatoria de perfiles relevados en esa aplicación de “encuentros” y “citas”.

“En las sociedades contemporáneas, y de forma acelerada en las últimas décadas, el terreno de la intimidad se ha visto fuertemente conmovido por dos procesos relevantes. Por un lado, la conquista y el reconocimiento público de nuevos derechos de género y sexualidad. Y, por el otro, la centralidad ganada por las tecnologías digitales en la tramitación de los vínculos intersubjetivos”, dice a modo introductorio.

La intimidad después del #NiUnaMenos

En particular, el campo de los lazos sexoafectivos se vio impactado por los avances y tensiones que instalan las políticas sexuales y de género, en términos de las regulaciones de la vida erótica y de las relaciones entre los géneros que ayudan a crear, dice. “Esos cambios tienen resonancias muy diversas en los sujetos concretos, de acuerdo con los distintos mandatos culturales que organizan sus vidas de relación, los recursos subjetivos con los que cuentan, y las desiguales condiciones de posibilidad y ejes de poder --de clase, edad, etnia, etc.-- que los atraviesan. El marco más amplio de esta reconfiguración es un contexto global caracterizado por la creciente valorización de la autonomía individual, la mercantilización del deseo y la radicalización de las demandas de igualdad de género”, agrega Elizalde. En este contexto, decidió explorar Tinder.

Eligió para analizar perfiles de varones de entre 45 y 55 años, porque es la edad que a ella la interpela, dice: tiene 48 años, está separada y es madre de dos hijas y sostén de hogar.

--También en esa franja hay algo vinculado con lo que Julia Kristeva --filósofa, feminista francesa-- dijo hace ya muchos años en relación con esta cuestión del amor: que es un momento en el que los varones pueden volver a experimentar una dimensión vulnerable de sí mismos. Porque a esa edad, habitualmente, ya pasaron por algún tipo de apuesta a la sexoafectividad: pueden ser separados o tener o no hijos, pero ya han tomado una decisión al respecto, pueden ser viudos o solteros crónicos que reivindican esa condición como un capital “envidiable”. En general los varones cuando no tienen hijos lo promueven como un valor: Se definen en los perfiles como libres, sin rollos, sin ataduras, dispuestos a la aventura –dice la doctora en Antropología.

--¿Qué impacto observa que ha tenido el surgimiento del multitudinario movimiento #NiUnaMenos, en 2015 y su particular interpelación al orden de género en los últimos años?

--En esta coyuntura, los asuntos de la autonomía del cuerpo, el deseo femenino y el consentimiento sexual se convirtieron en tópicos de una nueva deliberación pública y mediática, hoy plenamente activa. Y se retroalimentaron, a su vez, de la proliferación de denuncias, “escraches” y formas de linchamiento público --en la mayoría de los casos contra varones-- realizados principalmente por mujeres jóvenes a través de las redes sociales y la televisión, ante experiencias individuales vividas como afrentas a la libertad y a la integridad sexual y/o de género. Muchas de las iniciativas promovidas en el seno de lo que se dio en llamar el “feminismo popular” tienen en común el haber puesto a los guiones tradicionales de la expresión del deseo sexual en el centro de una discusión sobre las prerrogativas y desigualdades entre varones y mujeres --sobre todo heterosexuales-- respecto del despliegue erótico y la tramitación del modelo de amor romántico –responde.

Otro motivo por el que a Elizalde le interesa explorar estos procesos en nuestra sociedad tiene que ver con los interrogantes y tensiones que despierta esa matriz cultural emergente en la experiencia concreta de varones y mujeres a la hora de desplegar estrategias de seducción así como de entablar una relación sexual y/o amorosa.

--Por un lado, muchas mujeres –sobre todo de clase media, de las grandes ciudades- impulsan un proceso arduo de cuestionamiento a los mandatos machistas naturalizados en los vínculos cotidianos y las relaciones íntimas. Por el otro, numerosos varones cis-heterosexuales observan estos nuevos pliegues del deseo femenino con desconcierto, enojo, agresión o sensación de amenaza. Algunos pocos, por el contrario, parecen estar escuchando el reclamo y procuran revisar sus masculinidades desde nuevas performances eróticas y afectivas. Entre ambos extremos hay toda una amplia y difusa zona intermedia en la que se registran múltiples experiencias de vinculación y desencuentro, de negociación y disfrute. En este marco, la intensificación del uso de redes sociales y plataformas digitales para la conexión sexo-afectiva por parte de las personas jóvenes y de mediana edad, muestra de modo paradigmático cómo se expresan hoy estos cambios y tensiones en la esfera de la seducción, las fantasías amorosas y la creación de lazos libidinales entre unos y otras --señala.

Elizalde plantea como un ejemplo paradigmático el hecho de que de parte de algunas mujeres aparece la exigencia a que los varones se “deconstruyan” –esto es, revisen el machismo interiorizado que resulta de una socialización y educación sentimental sexista, clasista y racista-, en nombre de la igualdad, la reciprocidad, el consentimiento y la no violencia. Por su parte, muchos de ellos se sienten desorientados, acorralados o atacados en su virilidad ante esta nueva “reglamentación”, todo lo cual arma un mapa complejo -y a la vez rico- para leer los cambios en curso en la sexoafectividad.

--¿Cómo llegó a explorar perfiles masculinos de Tinder?

--Primero por curiosidad pero rápidamente me di cuenta de que es un lugar muy interesante para analizar algunas tendencias que se pueden pensar sociológicamente: por ejemplo, los imaginarios cruzados que hay entre los géneros. Al analizar muchos perfiles empezás a ver es que hay una construcción de la mujer ideal y de las mujeres “desechables” o “descartables” a partir de lo que ponen y lo que dicen. Por otro lado, hay maneras de presentar la masculinidad que me empezaron a llamar la atención. En el medio hay muchos grises, también hay que decirlo: los varones que dicen explícitamente que quieren enamorarse o que buscan amor: eso para mí fue novedoso. Es muy frecuente que los varones digan lo que no quieren encontrar: hay una representación de las mujeres como mentirosas respecto de su edad, de su imagen, y de cierta puesta en duda de la credibilidad de lo que buscan. Algunos dicen: “si buscas una relación seria, no aparezcas en tanga”. Lo ponen en sus propios perfiles. “Si no podés hilar una frase, no me escribas”: con ese nivel de agresividad también.

--¿Qué otros perfiles de varones observó?

--Están otros que empiezan a mostrar un lado más frágil, más de reconectar: “ya pasé por muchas”, “estoy buscando una relación tranquila”, “quiero volver a enamorarme”, “quero seguir creyendo en el amor”. No son los que más abundan pero lo dicen: hay una expresividad sobre eso. También llama la atención dado que Tinder, como otras aplicaciones de citas, son espacios que no están connotados como lugares de búsqueda de amor sino de encuentro. Lo que veo en esos perfiles es una aspiración en algunos de encontrar un ideal de pareja que muchos lo arman en relación con la posibilidad de acompañarse. Para lo cual muchos varones demuestran que pueden acompañar con capitales potentes, que todavía están legitimados en la masculinidad mainstream, es decir, “tengo independencia económica”, “margen económico”, “me gusta mucho viajar”, se muestran deseables también desde un lugar tradicional respecto a los capitales que señalan. Algunos dicen que efectivamente el sexo importa y mucho, pero también “aprendí a valorar otras cosas como la ternura, acompañarnos, el compartir momentos cotidianos”. Es una enunciación que en los jóvenes no es frecuente. Estos varones de 45 a 55 años no están socializados en las consignas de la emancipación femenina y del deseo y de la autonomía del cuerpo de las mujeres. Esto les llega más por el entorno, por su propias hijas, sobrinas, o porque se ha vuelto transversal esta nueva agenda. Pero no son temas que han sido constitutivos de su socialización y de su educación sentimental. Me parece que ahí se aloja algo interesante --señala.

--¿Cómo analiza todo esto?

--Son estos varones reaccionando a nuevos perfiles de seducción femenina o de presentación de sí, que a algunos los descoloca, a otros los reafirma en un discurso más tradicional, a otros los enoja y salen con esa especie de misoginia y agresividad, al mismo tiempo que buscan. Lo que no desaparece es la intención de buscar. Yo dudo de que estas aplicaciones sean espacios de encuentro.

--¿Por qué?

--Me parece que hay más un deseo de salir del estado de soledad que de encontrarse con otro. El desafío, la aventura que significa dejarse atravesar por un otro supone una cuota importante de valentía, una pérdida del control de lo que puede ocurrir, algo del orden del acontecimiento. Acá, en la medida en que se hace una lista de lo que se espera o de lo que no se espera de la mujer, una reflexión de una pareja ideal, es difícil pensar que esos discursos tienen que ver con encontrarse con una mujer real del otro lado. De hecho, aparece mucho en los perfile frases como “quiero una mujer de verdad”, “quiero conocer una mujer de verdad”, “no quiero perder la esperanza de encontrar una mujer de verdad”. ¿Qué sería para esta representación masculina una mujer de verdad? Y después están todos los que se atajan respecto de lo que no quieren en realidad: ahí yo leo más temor que otra cosa; el enojo viene más del temor, de la zozobra que les genera ciertas presentaciones femeninas. Lo que es común en ambos géneros es mucho juego ficcional de los datos, de la imagen, de la edad.

--¿Se miente mucho?

--Me parece que sí.

--¿Cómo lo percibe?

--Porque hay una queja reiterada: el último perfil que leí decía: “Chicas aflojen con los filtros que no me quiero encontrar con tu tía, quiero encontrarme con vos. Publicá fotos recientes. ¿Si estas en una foto en grupo, puedo elegir? Porque no sé quién sos”. Se quejan mucho de las formas en que las mujeres se siguen presentando. Con lo cual ahí hay que decir todo: en esta suerte de clima de época en que hay una celebración del mayor empoderamiento de las mujeres, hay también un porcentaje bastante importante de ellas que siguen usando los capitales clásicos del erotismo femenino, la objetivación del cuerpo y la deseabilidad construida exclusivamente para gustarle a un otro varón, más que la presentación de sí mismas desde otras dimensiones más integrales. Cuando aparece la queja de los varones respecto de que la edad no es la real o que “con anteojos todos somos lindos” o “no me muestres a tus hijos o a tu perrito caniche”, hay algo muy convencionalizado de cómo las mujeres se estarían mostrando. Después observo la imposibilidad de entrar en un código común de lectura por el cual una mujer mostrando un escote no podría tener una reflexión de lo que quiere de una relación. “Si querés una relación seria no lo digas con esa tanguita”, “no me interesa tu culo parado, me interesa saber si podemos mantener una conversación inteligente”, dicen algunos varones, lo cual me parece súper agresivo. Algunos varones se quejan de que hay mujeres que se eternizan en el chat, por lo que colijo que no contemplan que muchas mujeres necesitamos ese diálogo previo, un conocimiento mínimo del otro antes de encontrarnos. ¿Cómo se lee eso? Quizás, en parte, esto tenga que ver con la búsqueda de algún reaseguro, por el miedo que tenemos todavía a que algún varón pueda llegar a violentarnos, a agredirnos o a ser crueles. Pero no estoy del todo segura, porque también pueden existir motivos menos literales, no necesariamente asociados al fantasma de la violencia. Por supuesto es muy difícil leer en cada perfil lo que se juega subjetivamente, pero creo que revisar estas presentaciones de perfil permite, sin dudas, leer algo del clima de época que atraviesa el universo de encuentros y desencuentros que signan hoy los vínculos heterosexuales de una parte de la sociedad, en el fuego cruzado entre la búsqueda por “despatriarcalizar” las relaciones y las experiencias reales de contacto e intimidad.