“Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”. La última frase pública de Juan Domingo Perón, aquella con la que cerró su acto final del 12 de junio de 1974 --tres semanas antes de su muerte--, instaló una proclama repetida. Aunque, en otro sentido, también dejó flotando un subtexto poco profundizado: ¿la música fue influyente en su educación cultural, en su proclamada sensibilidad y en su íntimo temperamento?

Perón ya es un mito, también Gardel, y mucho más aún cada versión sobre los encuentros entre ambos. En la autobiografía “Yo Perón” (escrita en realidad por Enrique Pavón Pereyra) contó que, en su época de soltero, lo fue a ver al Palais de Glase junto a unos amigos. Al terminar su show, el Morocho de Abasto se sentó en la mesa de ellos para pedirles “un faso”. “Nos creímos los elegidos”, aseguró. Sin embargo, en “La novela de Perón”, Tomás Eloy Martínez pone en su boca una consideración menos apoteótica: “Era un hombre con más sensibilidad que inteligencia”. Es que Gardel había rechazado su pedido de cantar el áspero tango “¿Dónde hay un mango, Viejo Gómez?” en una milonga de Avellaneda a principios de la Década Infame. Quizás el encuentro más poderoso de ambos se haya producido en la imaginación de Borges: según el escritor, ambos tenían la misma sonrisa (y quizás por eso mismo los rechazaba con igual esmero).

Otra historia lo relaciona en España con Edmundo Rivero, quien se presentó en Madrid durante siete meses de 1959. En una de esas noches, el cantante hizo llorar a Perón en su exilio mientras entonaba “Cuando me entres a fallar”. La imagen es poderosa, no así la veracidad del relato: el General llegaría a España recién al año siguiente. Más conocido fue su acercamiento con Enrique Santos Discépolo, sobre todo por el apoyo de este al peronismo, aunque el vínculo personal era con Evita y la adhesión le generó numerosos problemas. Como sea, Perón simpatizaba con el tango y lo estimuló durante sus dos presidencias, especialmente cuando derogó en 1949 la orden que prohibía el uso del lunfardo en las radios (“la canción popular retomó el camino masivo”, se jactaba).

Según Norberto Galasso, Perón aprendió a tocar el piano en Paraná, adonde fue destinado una vez que se graduó de subteniente de Infantería en el Colegio Militar. Según narra el historiador en su libro doble “Perón", hasta solía tocar en diversos festejos. Ahí también incursionó en el teatro y llegó a poner en escena algunas pequeñas obras de su autoría con una compañía que armó junto a varios conscriptos del regimiento. El aporte de Galasso es interesante, ya que establece en Perón un marco cultural previo a su llegada a la política.

Menos conocidos son sus consumos musicales ya en el exilio. El periodista Ramón Landajo lo recuerda en Panamá con discos del guitarrista clásico español Andrés Segovia. “Escuchaba los primeros acordes y puchereaba, le caían las lágrimas”, dijo. Según Landajo, la nostalgia se debía a que relacionaba esos sonidos con Aurelia Tizón: su primera esposa, fallecida en 1938, era concertista de guitarra. Distinto era el ánimo que le generaba “Pancho López”, un exitoso simple del mexicano-estadounidense Lalo Guerrero, quien en ese 1955 había vendido medio millón de copias en el mercado yanqui. Se lo había regalado la gringa Eleanor Freeman, una chica con la que tuvo un amorío antes de conocer a Isabelita en ese país el 23 de diciembre de aquel año.

“Yo soy un polifacético”, solía definirse Perón. En una subasta que se hizo en 2004 fueron vendidos varios elementos de su pertenencia, entre ellos unos cuantos vinilos del bolerista Mario Clavell. Y en una entrevista publicada por la revista Siete Días en diciembre de 1968, dijo que era “un discómano de primera línea, me gusta todo tipo de música, hasta la ye-ye”, aunque marcaba notable distancia con la beatlemanía del momento (“¡Cómo me van a gustar esos espantosos melenudos!”, postuló).

Igualmente Perón tuvo un pequeño pero memorable flirteo con el rock. Fue cuando invitó a su casa a Los Pekenikes, banda pionera del género en España. Formado en 1959, el grupo había sido ayudado en sus inicios por otro argentino, el locutor Alberto Ventura Domper, quien pasó su música en Radio Intercontinental cuando fue su director artístico. “El nexo lo hizo el padre de los hermanos Sainz, quienes tocaban en la banda, ya que editaba una revista en la que habían entrevistado a Juan Domingo”, recuerda Ignacio Martín Sequeros, bajista del conjunto aún en actividad. “Le dijo: ‘Tengo unos chavales que tocan’. Y él dijo: ¡Sí! ¡Qué vengan!”.

Sequeros cree que fue en la primavera europea de 1963, aunque en ese entonces Perón aún vivía en un departamento del barrio El Viso, curiosamente a cien metros de la Plaza de la República Argentina y a un piso de distancia de la actriz Ava Gardner (cuya intolerante relación de vecinos inspiró la serie “Arde Madrid” en España). Probablemente el pequeño show privado de Pekenikes haya sido exactamente un año después: Perón escritura la finca de Puerta de Hierro en abril de 1964, rebautizada como Quinta 17 de Octubre e inaugurada con una pequeña fiesta similar a la descripta por el bajista.

“Conectamos todo a un entarimado en el parque. Había gente, pero no conocíamos a nadie. Hicimos unas pocas canciones, algunos covers de Elvis. A Perón le hizo mucha gracia nuestra música frenética. Se acercó a hablar con nosotros y nos pareció una persona muy agradable, con estilo. Se notaba que sabía tratar a la gente”, recuerda Sequeros, impresionado más por el interés del General en el entonces incipiente rock que por el pasado político que tanto él y sus compañeros ignoraban.

Pero eso no fue todo: “También nos preguntó si nos podía ayudar con algunos instrumentos y le dijimos que nos gustaban los Fender, aunque se fabricaban en California y aquí no se conseguían. Le pidió a su amigo Jorge Antonio que tomara nota y, para nuestra sorpresa, a las semanas nos enviaron un bajo, una guitarra, un saxo, equipos de voz y hasta unos aparatos de eco. Jamás nos cobró por eso y sus regalos fueron fundamentales para que pudiéramos crecer, porque todo eso nos permitió tener un sonido mucho más profesional”, concluye Sequeros. “Y, para más casualidades, la mandaron a la casa de los Sainz… ¡A 200 metros del Parque Eva Duarte de Perón!”.