“De regreso a Octubre / (Desde Octubre) / Sin un estandarte de mi parte... / Te prefiero igual, internacional”; cantaba Patricio Rey por primera vez,  el 18 de octubre de 1986 en Paladium. 

Buffon decía que el estilo es el hombre, pero no sabemos a cuál de los hombres se dirige el tema de los Redonditos de Ricota; si es a los jóvenes militantes de una marginalidad decidida en base a la ya impuesta, o a los universitarios que leyeron a Marx y hacen gala de su marginalidad erudita en nuestras comarcas.

Quién podría aventurar que en la canción “sin un estandarte” significa sin símbolos gastados de sentido, o que “la prefiero internacional” alude a la diferencia entre lo internacional del socialismo y peronismo nacionalista opuesto al del conservadurismo de la sociedad rural. Como corresponde al fenómeno artístico, puede que ni su autor lo sepa.

De lo que no cabe duda es que en otro octubre, en 1917, mientras la zarina desayunaba en los aposentos del palacio de invierno, los soviets tiraban abajo las puertas del Hermitage al son de la Internacional, llamando a la unión de los explotados del mundo.

El fenómeno “ricotero” es un elogio de la diferencia radical que marcan los lingüistas entre el enunciado, lo que se dice, y la enunciación, el lugar desde donde el emisor dice lo que dice.

En su mentada soledad, el cantante recluido en parajes costeros parece descreer que existan “zonas de promesas” y que esta sociedad tenga alguna posibilidad de cambio, pero su presencia hipnótica en el escenario frente al público y el tono –la enunciación–, dejan algún resquicio de salvación en la erótica del pogo, un ritual de pseudo sacrificio donde un cuerpo se lanza a la multitud que velará por su circulación de brazo en brazo, y garantizará su supervivencia.

En los fenómenos de masas los escepticismos se diluyen, más aún cuando los que escuchan son casi medio millón de personas juntas. La soledad de la existencia se hace más audible en la soledad de los auriculares que en el fenómeno de los recitales, y medio millón de personas no se lanzan a lo largo y ancho de un país para escuchar que la existencia no tiene ningún sentido. En ese contexto, la enunciación del que convoca deja entrever que sí.

Dice Horacio González de la poética ricotera: “Hay desdichas que se van desvaneciendo y una mordacidad sobre los logos comerciales”.

Entendemos que eso podría deberse a una fugaz rectificación del cuerpo como mercancía solitaria; los jóvenes ricoteros demostrarían, por un rato, que los cuerpos están para algo más que ser explotados.

Con su ironía humorística, Jacques Lacan recomendaba a su público “hagan como yo, no me imiten”. El Indio, líder solitario, desconfiado de todo liderazgo, pedía “Cuídense”, consejo de valor performativo, que podría declinarse de distintas formas; cuídese cada uno a sí mismo, cuídense entre ustedes, cuídense de mí, o, lo que nos ocupa en este caso, cuídense de ustedes mismos.

La filosofía ricotera parece un inciso de la de Foucault en su crítica a la transversalidad de los estamentos de poder que atraviesan la sociedad. Las compañías discográficas fueron para el Indio Solari la oportunidad de construir un semblante revolucionario –autogestivo– a la hora de lanzar sus discos. El comentario de los fans frente al lanzamiento de un nuevo disco era “el Indio sacó un disco nuevo pero como no transa con las compañías discográficas, tiene la propia”, un comentario crítico interpretativo. Por su lado, el líder había creado un mercado a la doble potencia; el mercado del no mercado.

El Indio Solari dirigió por años el coro ricotero vivando contra la corrupción del Estado, los inescrupulosos privados y su poder mortífero de disolución social.

El “último show”, el de la despedida, es una figura muy utilizada en la industria musical que quintuplica las utilidades de los shows y discos y agrega un nuevo público, el de los que saben de la identificación con la nostalgia ajena.

Si bien no fue dicho en forma explícita, dejaba entrever una inminente despedida. La “despedida” de una banda toca la construcción fantasmática de la separación del sujeto con sus seres amados. En el caso del Indio, cacique director de las pulsiones amorosas desatadas de sus seguidores, se trata de la finitud reflejada en la separación del líder de sus seguidores y en este caso, el de la separación de su propio cuerpo en el que se ha desatado la pulsión al desnudo, la del deterioro progresivo y retorno a un  estado primigenio, no representable, sólo bordeado por la angustia. 

Más allá de la innecesaria verdad médico-biológica, lo que se opera en este caso es el mito fundacional de la muerte del padre y por consiguiente de la propia que nos toca a todos. 

“El ángel de la soledad y de la desolación”, anuncia el final, pero la misa ricotera lo conjura en el ritual de los cuerpos misales.

Lacan sostenía que la última barrera que puede proteger a un sujeto frente a la pulsión de muerte es lo bello, que señala y a la vez esconde algo que de aparecer deja al sujeto frente a lo siniestro, la experiencia en la que el sujeto se reconoce en lo más extraño y amenazador, lo familiar.

El hablante está sólo frente a la lengua, que le es propia pero no transparente, que es familiar y a la vez extraña. La lengua no se comparte pero sí la soledad frente a ella. El arte señala este fenómeno y no se le pide que lo explique. Los fenómenos de masa reniegan de la condición solitaria de la existencia convocando a la mística colectiva de fusión con el todo entre todos. 

En las antípodas, el psicoanálisis insta al sujeto a circular por los laberintos de su propia lengua, en una experiencia inédita gracias al peculiar fenómeno de la transferencia. La intención no es que las personas entiendan todos los sentidos ocultos de las palabras para hacer un código morse sino que localice los insensatos agujeros de lo que la lengua no puede nombrar y el padecimiento intenta tapar.

Del primero al último de los responsables del concierto de Olavarría debe pagar por los efectos de su corrupción voraz y asesina para resaltar el consabido e inútil “para que no vuelva a repetirse”; pero cabe la pregunta de cómo cada uno de los casi cuatrocientos mil asistentes ha entregado su seguridad, y, en algunos casos la de sus hijos, amparado en la garantía mentirosa de ese otro de antemano conocido como siniestro, demonio que la misa deberá exorcizar con la denuncia de sus canciones.

La hipótesis de la incautela y ceguera de los jóvenes fanáticos no resulta suficiente. Hay un acto deliberado en el que se propone renegar de la propia finitud, la de la banda y la de su líder. En ese sentido, Freud subrayaba que si bien sabemos que vamos a morir no creemos en verdad en que ello ocurra.

Muchos jóvenes varados a miles de kilómetros, entrevistados por noteros voraces de sangre denunciaban la irresponsabilidad y vileza de los organizadores y el Estado, cómplice e inoperante, pero lo hacían mimetizados con la jerga televisiva, la del establishment denunciado como manipulador y mentiroso. “Muchos no teníamos entradas pero no podés meter a toda esa gente en un lugar preparado para la mitad. La organización tiene que hacerse cargo”.

Marx decía que los explotados tenían conciencia de serlo, pero que desconocían los mecanismos y causas por las cuales lo eran. Freud no creía que la conciencia de clase fuera lo determinante de los padecimientos  humanos sino el inconciente de los sujetos particulares, y los poderes de la alienación, debido a la cual se puede sucumbir a las identificaciones más feroces. Las personas pueden constituirse así como víctimas de la iniquidad de otros bajo el destino de la repetición.

Freud, que descubrió que la muerte y el amor gozan de un estrecho parentesco, doce años después de la Revolución rusa, una vez más desencantado de los fenómenos de masa, le escribía a Einstein sobre la revolución bolchevique: “Yo creo que eso es una ilusión... mantienen unidos a sus partidarios, en medida no escasa, por el odio contra todos los ajenos”, pero cabe recordar que desde el comienzo de su obra advirtió que en muchos casos es difícil discernir quién es el enemigo.

* Psicoanalista. Miembro de la Asociación mundial de Psicoanálisis (AMP). Miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL).