Una y otra vez recordamos ese momento como un parteaguas en nuestra vida, en la vida de nuestro pueblo y de nuestra patria. Como escribí cada vez que lo evocamos, la vida y la muerte del hombre que se atrevió a proponernos un sueño, que era también el nuestro, marcó para siempre la historia por venir. Y fue tan inesperada, tan impensada su partida, que todavía hoy apelamos a la memoria para refutarla. Porque cuesta creerlo. Aceptarlo. Nuestro país había encontrado en él al piloto de tormentas para afrontar la brutal crisis que se desató en 2001 y que amenazó con destruirlo todo. Y a pesar de ser casi un desconocido, Néstor Kirchner demostró a partir del 25 de mayo de 2003 que para él la banda presidencial no era un adorno. A poco de andar, dejábamos atrás esa crisis brutal y crecíamos en economía, había trabajo y podíamos mirar con esperanza al futuro. Así lo habían gritado las calles de todo el país, durante la maravillosa fiesta del Bicentenario, donde millones de argentinos y argentinas se reencontraron y se abrazaron celebrando el nacimiento y también el renacimiento de la patria. Él ya no era Presidente, gobernaba su esposa y compañera Cristina, que había demostrado a propios y extraños, demoliendo todas las campañas en su contra, que estaba allí por mérito propio y que no habría doble comando. Algo en lo que insisten todavía hoy los mismos personajes. Desde 2007, Cristina se dedicó a lo suyo, a ejercer su mandato, y él a la articulación política necesaria para seguir avanzando con el proyecto de país en marcha. Y también en la región, desde la Unasur, de la que fue su primer secretario general, junto a Mujica, Lugo, Chávez, Correa, Lula, Evo. Porque Néstor puso de pie junto con ellos el sueño de la Patria Grande, de una Latinoamérica Unida, que fue además el sueño enorme de los patriotas que fundaron la historia común de nuestro continente.

Pero el destino quiso otra cosa. Entonces ocurrió lo indeseado. Lo brutal. Tal como lo que dijo el gran poeta español Miguel Hernández en sus versos: “un manotazo duro, un golpe helado/ un hachazo invisible y homicida/ un empujón brutal te ha derribado…”. Y desde horas tempranas de aquel 27 de octubre de 2010, y mientras miles de censistas recorrían calles, barrios y casas para radiografiar la Argentina que había renacido de sus cenizas, el rumor que nadie quería ni se atrevía a dar por cierto se confirmó: Néstor Kirchner había muerto. Lo habíamos visto unos días antes en un acto organizado por jóvenes, en el que no pudo hablar por prescripción médica. Lo habían operado tres días antes. Igual pensamos que volvería a salir, como en otras oportunidades. Esta vez no fue así.

Ahora, a diez años de su partida, quisiera recordarlo como el luchador infatigable que fue y al que no lo amedrentaban ni la complejidad de los desafíos ni la fortaleza de los enemigos a enfrentar. Tal como escribí en Caras y Caretas en estos días, conocí a Néstor en la década del 90, cuando distintos sectores del peronismo se plantearon la tarea de recuperar las banderas históricas del movimiento. Néstor llegaba de su Santa Cruz natal buscando instalarse a nivel nacional. No estaba solo. Cristina, su compañera de toda la vida, militaba el mismo proyecto palmo a palmo. Néstor era frontal, directo, heredero de los ideales de la generación del 70, esa generación diezmada, como él la definía. Desde el comienzo, establecimos una relación franca y cordial que se fue fortaleciendo con el tiempo, contando con nuestro apoyo y acompañamiento permanente. Ya presidente, asumió el compromiso de no dejar las convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno, y cumplió. Los años de experiencias neoliberales habían dejado una profunda huella. Para reparar el daño realizado, Néstor fue abordando la enorme lista de demandas de la Argentina pendiente, recuperando la esencia transformadora del peronismo. Con él volvimos a las paritarias. Recuperamos derechos. Nuestros salarios crecieron. A Néstor, el peronismo y los argentinos le debemos también habernos reconciliado con la lucha por los derechos humanos, al derogar las leyes de la impunidad para abrir la esperada etapa de los juicios a los responsables de crímenes de lesa humanidad basados en el principio innegociable de Memoria, Verdad y Justicia. La Argentina se puso de pie y los argentinos recuperamos el orgullo de ser nación. No nos dimos cuenta del esfuerzo, de la entrega y del sacrificio que exigía semejante epopeya. Pero Néstor no especuló jamás. Lo dio todo, hasta su vida, para cumplir con el sueño que nos propuso cuando asumió: una Argentina unida y un país más justo. En eso estamos. Y como dijo también el poeta, te evocamos Néstor porque aún: “tenemos que hablar de muchas cosas, compañero.”