Me arrepiento de no haberlo votado, pero más me arrepiento de haber convencido a un amigo de hacer lo mismo cuando fuimos juntos aquel domingo de 2003 a cometer el que, con el tiempo, supimos fue un enorme error. Porque no es cierto que el pueblo nunca se equivoca, pruebas al canto.

Y fue poco el tiempo el que nos llevó comprobar que Néstor Kirchner no era el hombre que creíamos que era. Y lo que creíamos, esencialmente, era que nada bueno para la Argentina podía surgir de un candidato hasta entonces ignoto para los porteños y elegido por Eduardo Duhalde después de que decidiera adelantar las elecciones producto de la Masacre de Avellaneda.

Nosotros nos equivocamos y por suerte para la Argentina, Duhalde también. Me pregunto cuántas veces se debe haber reprochado la elección de un hombre que transformó el país y dejó de responderle apenas pudo. Porque Néstor Kirchner decidió gobernar para el castigado pueblo argentino. Nos ganó el corazón en tiempo récord y cambió para siempre la historia de la política del país. Qué apaleados estábamos. No podíamos creer que un hombre que usaba mocasines, firmaba decretos con una lapicera bic y se mezclaba entre la gente al punto de salir lastimado el día de su asunción cumpliera su palabra de no dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada. No estábamos acostumbrados.

De a poco, fue construyendo poder. Quien haya leído alguno de los libros que cuentan cómo surgió su quijotesco plan de ser Presidente --incluido el del actual primer mandatario  Alberto Fernández, Políticamente Incorrecto-- podrá verificar fácilmente cuánto trabajo artesanal, cuánta osadía y cuánta voluntad de hacer posible lo que parecía imposible hubo en ese proyecto.

Que triunfó.

Porque Néstor Kirchner llegó a la presidencia de la Nación. Y Alberto Fernández cuenta siempre que cuando después de la jura y emocionado le dijo al oído "Néstor, llegamos", él le contestó: "Esto recién empieza. Andá y ponete a trabajar".

Y fueron y se pusieron todos. Había que trabajar en dos planos: las políticas a implementar para un país que tenía que salir del infierno y la construcción de legitimidad de un Presidente que había ganado legalmente, pero con un porcentaje más alto de desocupación que de votos, como suele repetir Cristina Fernández de Kirchner.

Yo tenía 22 años en esa época y trabajaba en un programa de radio bastante escuchado. Fue gracias a su entonces jefe de Gabinete que llegué a ver a Kirchner brevemente un par de veces. Recuerdo como si hubiese sifo ayer una de esas apariciones: yo estaba conversando con Alberto Fernández cuando Néstor apareció de la famosa oficina de al lado y su entonces jefe de Gabinete me lo presentó. "Estamos caminando por una línea muy finita, no podemos cometer errores porque vuelve la derecha", dijo.

Y en ese sentido no los cometieron durante los dos doce años que duró el kirchnerismo, en los que como periodista me cambió completamente la cancha.

Porque entré a trabajar a PáginaI12 cuando tenía 17 años, en pleno menemismo y un día después de la renuncia de Domingo Cavallo. No había sido contemporánea de ningún Gobierno que hiciera cosas con las que yo soñara y me tuve que acomodar a la idea de que sí, por una vez estaba pasando: un Presidente no me decepcionaba.

No lo voté en 2003, pero desde entonces nunca dejé de meter en la urna la boleta del  entonces Frente para la Victoria, que hoy es el Frente de Todos, me gustara más o menos el candidato en cuestión.

Pero así como el triunfo de Néstor Kirchner fue una especie de milagro, su muerte fue una suerte de milagro al revés. Yo estaba de visita en la casa de mis viejos cuando la noticia se difundió y junto con su corazón se paralizaba también, metafóricamente, el de todos los que lo habíamos querido sin conocerlo. 

Me acuerdo de que mi mamá, asustada, me dijo: "no lo puedo creer. Es terrible y ahora la oposición va a lograr que Cristina pierda la elección". Le contesté: "Es terrible, pero no va a pasar eso. Cristina va a arrasar".

Y ahí no me equivoqué.

Después del histórico triunfo de la actual vicepresidenta, que gobernó este país mientras hacía el duelo de su amor y compañero de militancia de toda la vida, la historia es harto conocida. En 2015, Mauricio Macri ganó la presidencia, hizo todo lo que pudo para arruinar la Argentina y cuando casi habíamos perdido toda esperanza y creíamos que todo lo bueno había quedado en el pasado, ella se reconcilió con Alberto Fernández, lo ungió candidato y en una jugada de ajedrez brillante logró que un gobierno popular volviera a gobernar la Argentina. Supongo, apenas puedo suponer, que pensó que más allá de la ignominiosa persecución que le tocó sufrir fuera del poder y las no pocas veces que debe haber pensado en retirarse de la escena política argentina (derecho que a mi entender hubiese tenido bien ganado); sintió que le debía a Néstor este triunfo.

Yo siento que todos los argentinos, incluso los que no lo quieren, le deben mucho a Néstor Kirchner aunque no lo sepan ni lo admitan. Así que, gracias Néstor, donde quiera que estés, si es que estás en algún otro lugar además de en la memoria del pueblo al que nunca traicionaste.