Recién comenzaba 2004 y en el verano prácticamente nadie quedaba en la ciudad de Buenos Aires, situación que se replicaba en la redacción de Página/12. Seguramente fue ésa la razón por la que ligué el viaje a Venezuela, que sería el primero fuera de países limítrofes del flamante presidente Néstor Kirchner. A decir verdad, yo tampoco estaba en Rosario cuando recibí un inesperado llamado de Hugo Soriani, que lo primero que quiso saber era si estaba de vacaciones. Ese mismo día, estaba emprendiendo el regreso después de unos días en la playa con la familia cuando escuché por el teléfono "Kirchner viaja a Venezuela, son dos o tres días, es en el avión presidencial ¿Querés ir a cubrir para la edición nacional?", dijo Soriani amablemente.

Así fue que los últimos días de ese febrero, bisiesto como este año, partimos desde Aeroparque en el Tango-01 con destino a Caracas, y mi primera impresión fue entregar el pasaporte a un funcionario de Cancillería --junto al del resto de los colegas que viajaban-- que formó una pilita al lado de otra, entre los que se veían el de Cristina Fernández, Rafael Bielsa, José Pablo Feinmann, José Nun y el de Néstor Kirchner, que al parecer estrenaba ese día. Ese detalle fue el primer "approach" con el grupo de prensa que integraban Rosario Lufrano, Mariel Di Lenarda, Ari Paluch, Mariano Obarrio, Alfredo Leuco y este cronista. "Me parece que es la primera vez que Kirchner sale del país", dijo uno de ellos, que rápidamente fue corregido por Lufrano, que apuntó que, ni bien asumió, el Presidente había viajado a Brasil para reunirse con Lula. Pero sí era verdad que inauguraba el pasaporte.

Subimos al avión y nos hicieron pasar hasta el fondo.Cuando alcanzamos la altura crucero, los que estaban en la parte de adelante comenzaban a ir y venir por el pasillo que dejaba a la izquierda dos habitaciones en las que había un escritorio con sillón y sillas, y pegado, más atrás, un dormitorio con una cama "matrimonial", una suerte de placard y un perchero.

No habíamos visto a Néstor Kirchner , pero sí a Cristina, que se había arrimado a la "perrera" (como definió un diputado que viajaba al sector que ocupábamos nosotros) a saludar a quienes realizaríamos la cobertura del encuentro de Kirchner con Hugo Chávez.

Después llegó Bielsa, a quien conocía desde hacía años, ya que Rafael publicaba contratapas en Rosario/12 con su reconocido vuelo literario y, otras veces, con su incurable lepra. La lógica indicaba que aparecería Kirchner en algún momento del vuelo. Eso no ocurrió, pero aún así, o tal vez gracias a eso, yo tuve mi primer contacto con el Presidente. Y fue el Presidente el que lo provocó.

Aproveché una de las idas al fondo del Tango del canciller Bielsa para volver junto a él para adelante y me quedé un rato sentado a su lado conversando más de fútbol que de otra cosa. Después, cuando él también dejó de hablar y cerró los ojos, me levanté silenciosamente y empece a caminar lentamente hacia mi butaca. Miré las puertas entreabiertas del escritorio, donde estaba sentada Cristina leyendo, sin levantar la vista, y la del dormitorio, donde estaba recostado Néstor. Debo haber pasado tan despacio que probablemente mi sombra sobre su cuerpo le llamó la atencion y levantó la mirada. Yo  detuve mi marcha y vi que el Presidente me hacía una seña. Abrí la puerta y apoyado en el respaldo de la cama hizo un gesto levantando el mentón como diciendo ¿qué pasa? Creo que le dije "cómo está Presidente", y como única respuesta tuvo otro gesto: juntó sus dedos pulgar e índice de la mano derecha y los pasó sobre sus labios de izquierda a derecha simulando un cierre y mirándome fijamente. Lo entendí y me fui a mi butaca a tratar de dormir. Mi "oportunidad" con el Presidente había sido un fiasco, como puede estar resultando esta nota para el lector que espera algo que diferencie esta crónica del genial personaje de Diego Capusotto, Eduardo "Eddy" Di Vulba, relator de "no-anécdotas".

Yo no me había dormido y vi llegar a Bielsa. Se me acercó y me pidió que lo acompañara. Me preguntó si había visto al Presidente. Le dije que sí, pero nada más. Pensé que Kirchner le había preguntado quién era ese desconocido, seguramente después de revisar la lista de periodistas y ver un tal Feldman, de Página/12 en una nómina de periodistas porteños. Presumo que Bielsa le debe haber dado buenas referencias. 

Cuando volvía a mi lugar, pasé por la puerta del escritorio, que estaba cerrada, y la del dormitorio que seguía entreabierta. Caminé normalmente y de pronto escuché "¡¡Página !!", volví sobre mis pasos y el Presidente me hizo una seña para que entrara. No había mucho lugar para estar parado. Apoyé mi rodilla sobre la punta de la cama y escuché: "Feldman... una pregunta: ¿el Lole es o se hace ?"

Antes de que ensayara una respuesta reiteró: "¿vos charlás con él, hablás, tenés trato ?"

Le dije que sí, ya que por entonces tenía un diálogo fluido con el hoy silencioso Senador de Juntos por el Cambio.

Y volvió a la carga: "¿es o se hace?"

Yo, sin saber si el "es o se hace" refería a su peronismo, su personalidad o vaya a saber qué, le respondí "las dos cosas, depende de la situación". Y abundé en datos generales: "si usted le pregunta algo y no dice taxativamente sí o no, no es sí pero tampoco es no". "Si levanta las cejas, abre los ojos y cruza sus dedotes sobre la otra mano, hay algo que le preocupa pero no se lo va a decir"

Kirchner asentía con la cabeza y se mordía el labio inferior. Después de un silencio que pareció eterno, y moviendo la cabeza para ambos lados como diciendo que no, levantó la vista y me dijo "debe ser así nomás, qué macana --creo que no dijo macana precisamente-- que no hablamos antes". Me contó un par de cosas sobre cómo sería el viaje y me dijo "andá a descansar que vamos a tener baile".

Estuvimos solo un par de días en Caracas y hubo que escribir y transmitir el material desde el avión.

Yo llevaba más de una década dirigiendo Rosario/12, pero para mí ese viaje fue un mojón en mi vínculo con el diario. Revisando las crónicas publicadas los dos últimos días de febrero de 2004, me reencontré con definiciones y relatos que pasados 16 años revitalizan la figura de ese Presidente al que conocí casi de casualidad y al que vi otra vez poco antes de su muerte, en un almuerzo en Olivos, al que habían invitado a periodistas "del Interior". Al momento de saludarlo --sin esperar que recordara esa breve charla-- me estrechó la mano y me dijo: "rosarino, no se hace... es". Ahí entendí que hablaba de aquella noche en el Tango-01