Preguntas a futuro hay muchas. Desafíos también. Pero el paro deja unas cuantas certezas.

La Confederación General del Trabajo unificada hace solo siete meses consiguió el suficiente nivel de coincidencias para realizar un paro general. 

El paro se concretó solamente 16 meses después de la asunción de Mauricio Macri. 

La medida de fuerza tuvo el apoyo de las dos vertientes que reivindican la sigla CTA, Central de Trabajadores Argentinos, que por otra parte están en pleno proceso de unificación. 

El paro vino precedido de una ola intensa de movilizaciones este mismo año, pero también de niveles de coordinación y diálogo entre los dirigentes sindicales de todas las extracciones, entre los dirigentes de los movimientos sociales y entre los unos y los otros. Es una novedad política y social porque solo la CTA se fundó en 1991 con la intención de representar también a los desocupados y a los movimientos sociales. La novedad es que ahora la CGT y muchos sindicatos, sobre todo industriales y de transporte, consideran que el universo de trabajadores va más allá de los registrados y en blanco y abarca también a los desocupados y a los de la economía informal.

Los sectores sindicales y políticos identificados con el Frente de Izquierda y de los Trabajadores o con alguno de sus integrantes, como el PO y el PTS, también adhirieron al paro general. No ahorraron críticas contra las conducciones sindicales mayoritarias por la decisión de no haber hecho una movilización simultáneamente con la huelga. Sin embargo, otra vez se equivocaron quienes albergan visiones anacrónicas y convierten definiciones sobre los años ‘70 en peligrosos monstruos que acechan desde el pasado. No hubo balazos entre las conducciones sindicales de alcance nacional y las comisiones internas o los partidos del FIT. La única violencia la produjo el Estado cuando, al estilo de Fernando de la Rúa, quiso demostrar poder y autoridad y terminó revelando impotencia: cuando hay represión es porque antes fallaron el consenso y el diálogo. Patricia Bullrich, convertida en el símbolo de las similitudes que en este sentido tienen aquel gobierno y éste, ya venía advirtiendo que si la sociedad quería orden habría ejercicios de violencia estatal. No se trata solo de retórica. El discurso desde los más altos niveles del Estado nunca es nada más que discurso. Las palabras duras también hacen que las policías se sientan más dueñas de las calles que nunca. De las calles, los comedores y las casas, como lo revelan la agresión en Lanús y los golpes contra una chica a la que para colmo dejaron esposada en su propia casa. 

Con un gobierno que asumió hace menos de un año y medio y registra altos niveles de apoyo parece razonable pensar que el paro se concretó porque el nivel de descontento con la situación económica es amplísimo. Salvo el Presidente y sus ministros, obsesionados por persuadir de que la bonanza que no se ve ni se siente en realidad existe, ni siquiera afirman estar mejor quienes apoyan, esperan o se esperanzan en un futuro de color amarillo. Dicen estar peor. En todo caso el debate social se produce entre quienes nunca confiaron en Macri como piloto y quienes en 2015 confiaban y dejaron de hacerlo, por un lado, y por otro los que aún le dan crédito al Gobierno. Los grises de este último sector son infinitos. La intensidad de tonos de gris no depende exclusivamente de la situación actual de cada uno sino de cuanto les pesa su percepción sobre el pasado kirchnerista. 

El disgusto por la economía aún no parece haber encontrado su traducción política. Una mala lectura de las encuestas tampoco ayuda a comprender la realidad ni a dibujar escenarios probables para el futuro. Es obvio que tanto el macrismo como lo que fue o es el Frente para la Victoria, que en la provincia de Buenos Aires se expresa en un peronismo unido bajo la conducción cotidiana de Fernando Espinoza, buscarán quitarse votos entre ellos y birlarle votos que fueron al Frente Renovador. Pero por más que se polaricen las elecciones de octubre, son legislativas y por eso no están sujetas al ballottage. La pelea, difícil para los dos principales contrincantes y también para el massismo, no es por la mayoría absoluta sino por la primera minoría relativa. En este contexto las apelaciones al pasado no alcanzarán como argumento ni para el macrismo ni para el peronismo. En el escrutinio de octubre quedarán cuantificados, más bien, cuántos argentinos todavía están dispuestos a esperar y a la vez cuál es la noción social predominante sobre las consecuencias de esa espera incluso en caso de que algún sector de la economía se reactive. 

Si el paro es una bisagra que marca etapas, viene una segunda etapa de gran debate político que el paro no agota. Es la discusión sobre el futuro colectivo. El desafío de quienes no comulgan con el macrismo es convencer, con fuerza legalmente ejercida y con argumentos serios, buscando como hasta ahora el debilitamiento político del oficialismo sin ningún ardid antidemocrático, que el problema va más allá de los brotes verdes. El punto es la posibilidad (o no) de realizarse como sociedad. Y de advertirlo colectivamente a tiempo.