Lo que más llamó la atención en las históricas elecciones este 25 de octubre recién pasado en Chile fue la caída rotunda de las grandes falacias alzadas desde el estallido social por los grupos económicos, los medios y la clase política, ideas que cayeron a la vista de todo Chile acompañadas del porcentaje de participación más alta de la historia, una votación que aprobó redactar una nueva constitución y dejar atrás la ilegítima constitución de la dictadura con un 78,26% de aprobación para una nueva constitución y un escuálido 21,71% de rechazo. A partir de esos números contundentes lo primero que cayó fue la idea de que estábamos en un Chile dividido, que la polarización nos arrastraba a visiones históricas que citaban el terror y el fantasma de un país caminando al abismo (como algunos de nuestros hermanos del barrio latinoamericano según sus discursos), y el anuncio profético a la debacle que nos llevaría la revuelta y la movilización popular. La idea del país dividido terminó desvaneciéndose. El país exigió los cambios estructurales del modelo y desnudó a la minoría económica y política que ha impedido las transformaciones por un largo tiempo. Esa minoría retratada brutalmente en con un 21% apareció dibujada ominosamente en tres comunas del gran Santiago, Las condes, Vitacura y Lo Barnechea donde vive gran parte de la clase política, donde se concentra el poder económico, un chile clase A fuera y muy lejos del chile clase B. Una concentración vergonzosa y naturalizada, que dibuja la segregación espacial de la ciudad, zona de la ciudad ligada al tráfico del capital global y montada como una araña de rincón (araña más venenosa en Chile) al borde del barrio alto de Santiago; pegada a cordillera por si algún momento hay que arrancar, salir y dejar a las grandes masas gobernadas con el simulacro de una “democracia ejemplar” que se desmoronó esta vez sin vuelta posible.

El grito de las multitudes

La calle decía: “no era depresión, fueron 30 años de neoliberalismo acérrimo”, la calle decía: “no fueron los 30 pesos subidos por el Metro (transporte publico subterráneo) fueron 30 años. Hoy día ese rumor callejero donde se conjuga la sabiduría popular y el signo del tiempo vuelve a decirnos en pocas palabras: no eran 30 pesos, no eran 30 años: eran 3 comunas. El nuevo mapa de las votaciones revelaba lo que sabíamos la mayoría del país, pero ahora teníamos el dato duro que lo refrendaba: Las condes, Vitacura y lo Barnechea es ese pequeño sector del país que se ha beneficiado económica y políticamente de la constitución del 80 impuesta por la dictadura.

Lo que viene: La crisis de representación política, la redistribución de la riqueza concentrada en la elite que vive en esas tres comunas es lo que develó la votación histórica el domingo recién pasado. No es que no se supiera antes, pero la concentración del rechazo en esa porción de tierra y la diferencia con el resto del país expresa sin duda cómo funciona la matrix del poder. Chile camina con aires nuevos, pero a la vez complejos, lo que se viene no es fácil. Para salir de la crisis luego de octubre del año pasado, la clase política acordó el plebiscito que acaba de ser ganado por el pueblo chileno, pero la tarea que viene es titánica, la opción que se preguntaba en una segunda papeleta también ganó: convocar a una convención constitucional integrada por 155 ciudadanxs que redactaran la nueva carta magna obtuvo el 78,99% frente a la convención mixta constitucional integrada por mitad parlamentarios vigentes recibió un 21,01% de la votación. Y la guinda de la torta del proceso: una convocatoria absolutamente paritaria, es decir constituyentes en igual proporción de hombres y mujeres. Caso relevante, curioso y novedoso que instala una señal no menor en este nuevo paisaje que vivirá Chile en abril de 2021.

No somos peligrosas, estamos en peligro

El 25 de octubre fui como la mayoría de los chilenxs a votar, no sin la sospecha del acuerdo como muchos otros que se realizaron para maquillar el modelo durante estas décadas de transición interminable, pero esta vez la imagen de Santiago en llamas en el estallido y todo lo que se ha vivido desde entonces, pone en el escenario la idea que ya no hay pie atrás, los costos han sido altos, violaciones a los derechos humanos como nunca en tiempos de “democracia formal”, miles jóvenes presos políticos, más de 400 personas con daños oculares, es decir una larga lista que tendrá que ser respondida en algún momento. Ese día en mi “cola” de votación me encontré con muchas maricas activistas votando con la misma sensación de sospecha, de alerta con el proceso, pero también de algarabía y con la sensación que, por una vez en décadas, el pueblo, las multitudes ya habían ganado. Luego de la votación me reuní con maricas activistas, amigas trans que votaron como nunca desde la disidencia al modelo. Una de ellas, Anastasia María Benavente cargaba un cartel que decía: “Nosotras no somos peligrosas, estamos en peligro”. Quizás esa frase elocuente de Anastasia pueda dibujar el momento crucial que se viene para la convención constituyente: estamos en peligro si a esa nueva asamblea la clase política quiere robarle el triunfo a la calle.

A pesar del contexto pandémico global y local, la respuesta ha sido un viento fresco de resistencias que tiene atentos a todo el mundo. La nación convertida en multitudes pareciera volver a respirar, las locas en la calle han sido parte de esa utopía callejera, que no ha sido regalada sin duda. Incluso resulta sincrónico y emotivo que, en medio de la revuelta movilizada, se haya cruzado en el camino la exhibición de la película Tengo Miedo torero, basada en la novela de Pedro Lemebel, y cuyo personaje principal, la loca del frente, interpretada magistralmente por Alfredo Castro, soltará esa frase ya emblemática que increpaba al guerrillero: Si algún día haces una revolución que incluya a las locas, avísanos, ahí vamos a estar todas las locas en primera fila. Quizás ese mantra que nos dejó Lemebel en algo acompañó la revuelta y la experiencia que todavía hay un cielo posible donde las locas puedan soñar.