Dino Saluzzi acaba de publicar un nuevo disco. Desde el viernes pasado está en las plataformas, editado por el sello alemán ECM. Es un trabajo para bandoneón solo, con música propia, que más allá de ser un compendio de las posibilidades técnicas y expresivas del instrumento, es una especie de legado espiritual de uno de los grandes músicos argentinos de estos tiempos. A Saluzzi no le preocupa el número que el álbum ocupa en su extensa discografía -que tiene más de 30 títulos a nombre propio-, sino más bien lo que se cifra en su nombre. Albores, se llama. “Este nombre tiene que ver con un amanecer, con las esperanzas en un mundo mejor”, dice el músico al comenzar la charla con Página/12.

“Esta época nos tiene desorientados”, continua el bandoneonista, y asegura que ante las fuerzas negativas, las contradicciones y los contrastes, en la música de este disco hay una gran carga de fe. “Traté de dejar de lado lo demostrativo, lo exterior de la música, para establecer una comunicación directa, sencilla e inmediata con quien escucha. La música no puede ser una demostración de poder sino la búsqueda de un punto de equilibrio para llegar a otro corazón que sea capaz de entender que en toda comunicación hay una confesión”, asegura. Hace mucho que por sobre las circunstancias de los géneros y más allá de las discusiones sobre la autenticidad, la música de Saluzzi suena como la tierra que la engendró. Sin recurrir a los ajados oropeles de las tradiciones, su obra suena con el sentido de lo que viene de un lugar y un tiempo precisos. Es argentina y contemporánea.

En la otra ventanita del Zoom, el músico salteño conversa animado. Sonríe, gesticula, se enoja y vuelve a sonreír. El gesto severo del rostro se remarca con las arrugas que recortan su perfil americano. También eso se escucha en Albores, al fin y al cabo la expresión de una música hecha de memoria y tiempo, la evocación de lo perdido, el regreso lo añorado. “Te decía que hay mucho de confesión en este disco. No puedo renunciar a la música como una forma de honestidad y en el mundo de hoy el gran desafío para un compositor pasa por despertar en el oyente la fe y la esperanza. Entonces no podemos ofrecer una pieza artística como una carga pesada”, dice Saluzzi, que a los 85 años siente la satisfacción profunda de haber aprendido que componer tiene más que ver con sacar que con poner. “Con la casa limpia”, dice.

-¿De qué habla ese despojo?

-No hace falta mucho para expresar lo que nos está pasando ahora. Parece dolor, pero es sentido de fragilidad. Por eso evité esa segunda intención de toda expresión artística, que está en las distintas formas de virtuosismo. Esos son recursos para conquistar a los demás, pero no en su individualidad sino como multitud. Las multitudes admiran el éxito y el éxito, en ese sentido, no es verdad, no existe. Compuse esta música desde un sentido de orfandad, revolviendo dentro de mí. Si llegué a tocar la sensibilidad de alguien, podría ser una forma de éxito. Tal vez. Pero prefiero llamarlo “paz”.

-¿Esto representa una evolución en tu música?

-No diría evolución sino capacidad transformadora. Si es cierto que los modelos de la música nos llegan desde afuera, podemos terminarla dentro nuestro, a partir de esa capacidad transformadora.

-¿No hay tradición?

-¡Sí que la hay! La tradición es invención. El problema de la tradición es que muchas veces se confunde con la falta de talento. Se toma la referencia externa y se repite, como un mandato superior. No creo en eso. Soy de los que prefiere pensar que el arte nos da una gran oportunidad para hacer otra cosa la tradición, para transformarla. Tomar la belleza de la tradición para hacer algo nuevo.

Como para Rainer María Rilke, también para Saluzzi la patria está en el regreso, en esa idea circular que ordena los sueños y apacigua los deseos. Lo que ya se insinuaba en su disco anterior, El valle de la infancia (ECM, 2014), se concreta en este Albores. “En esta música está el reflejo de mi tradición musical. Cierro los ojos, vuelvo a Campo Santo y me acuerdo de todo lo que viví en mi niñez, en mi juventud. Recuerdo cuando mi viejo me enseñaba el bandoneón, que para mí fue como jugar; me resuenan los primeros bailes, las primeras salidas a tocar. Esa es mi tradición y ahí regreso”, explica Saluzzi y agrega: “Vos sabés muy bien que un ingenio azucarero no es el mejor lugar del mundo. Ahí la vida es muy dura e injusta, sin embargo, para mí fue un momento de felicidad. Así lo rescato y solo puedo transmitirlo con música. Música instrumental”.

-¿Por qué música instrumental y no canciones?

-Porque con la música instrumental no puedo mentir. Soy yo y acá estoy. No hay segundas intenciones. Mi música es muy libre, pero tiene giros que vienen del folklore, sonoridades de la música andina, gestos del tango, también algo del jazz y mucho de la tradición escrita. Esa es mi historia, mi experiencia, mi vida. Son cosas que están dentro de un instrumento maravilloso como el bandoneón, que toco desde hace más de 70 años

-Eso no se hace en un día…

-No, seguro. Pero no sabría explicarte cómo llegué hasta aquí. No se cómo lo hice y tampoco podría explicarte por qué en un momento de mi vida decidí hacer música que abra esperanzas.

-¿Que es una esperanza hablando de música?

-No imitar. Hacer música diferente. Buscar, siempre buscar. Encontrar algo que nos demuestre que la vida va pasando y nosotros vamos mejorando.

-¿Mejorar es despojarse?

-Despojarse es aprender a elegir.

En ese refinado arte del despojo que se expresa en Albores, entre Saluzzi y su bandoneón está el tiempo. Es ahí, en el dominio absoluto del tiempo, donde un fraseo del bandoneonista es capaz de hacer retumbar un silencio o contar la historia de un siglo en apenas un segundo. “Mi música es tiempo, claro. Y yo respiro en ese tiempo. Sin apuro, avanzo sobre la posibilidad de que quien me escucha encuentre ese mismo tiempo”, dice Saluzzi. “Eso está en la esencia sonora de este instrumento tan impresionante que es el bandoneón. Ahí la respiración no es un concepto abstracto, es algo real. Mientras la respiración produce silencios, sus sonidos quedan retumbando en algún lugar. El bandoneón permite esa forma narrativa, que es la base de su lenguaje, de su originalidad. Cuando digo que la única posibilidad que nos queda en la música instrumental es la verdad, tiene que ver con eso de hacer sonar el instrumento según sus características naturales, de encontrar la propia narrativa que está en las entrañas del instrumento”, agrega el bandoneonista salteño.

-¿Cómo se llevaron el compositor y el bandoneonista en este disco?

-Uf, fue duro. No se llevaban muy bien. Hasta que se conocieron mejor. Uno compone a partir de ciertos gestos, de ciertas ideas. Una vez que la música está sobre el atril, empieza el trabajo de cómo tocar. El compositor trató de ser original, entonces el instrumentista no tiene referencias y tiene que encontrar su propia originalidad. Ese fue un trabajo apasionante y muy arduo, que me llevó a grabar algunas obras varias veces, hasta encontrarle la sonoridad que buscaba, hasta que el bandoneón sonara como lo había imaginadoel compositor. La música salió de mi memoria y a la interpretación tenía que encontrarla en mi corazón.

-¿Qué hay de académico y qué de popular en esta música?

-No hay música académica o popular, hay música sincera y de la otra. La compuse sobre ideas nuevas y también sobre apuntes viejos, que redescubrí y me hicieron notar que de alguna manera sigo siendo el mismo.

-¿Quién sos?

-Un buscador insaciable.

-¿Escuchás tus discos?

-A veces.

-¿Te gustan?

-En general, sí.

-¿Cuáles te gustan más?

-Me encanta escuchar el ardor de mi juventud en el folklore.

-¿Por qué?

-Porque eran los tiempos del aprendizaje. Las distintas épocas te van dando lecturas diferentes de un mismo texto.

-¿Qué música argentina te gusta más?

-Toda la música argentina me encanta. La música argentina nació grande, pero incompleta.

-“Grande pero incompleta”. Es una gran definición de música argentina.

-Tenemos que completarla. Con la verdad del dolor y la alegría de la esperanza.

Espíritu de contar

El campeón de la narrativa musical

“¿Te acordás de Alberto Lysy?”, se pregunta Saluzzi, hablando de recuerdos. “Gran artista”, se responde y enseguida completa la idea: “Cada vez que nos encontrábamos con Lysy, me decía que yo era el campeón de la narrativa”. Ese espíritu de contar, que no es de ninguna manera un uso descriptivo de la música, está en la raíz de este nuevo disco del bandoneonista salteño, que comienza con un recuerdo de Giya Kancheli. Tras el leve suspiro del fueye, se escuchan las notas de una escala pentatónica que se despliega hacia otros horizontes. Es el universo sonoro de Saluzzi que se abre para encontrarse, en lo que se podría imaginar como el otro polo, con el compositor georgiano, de quien grabó su música junto al violinista Gidon Kremer y Andrei Pushkarev en Themes from the Songbook (ECM, 2010). “Tengo recuerdos muy profundos de Kancheli, también de Arvo (Pärt), de Valentin Silvestrov, de Tigran Mansurian. De ellos aprendí que la música no es expresión de poder sino más bien de humildad. La intención de acrobacias varias solo pone en evidencia la falta de ideas, la carencia de profundidad”.

“Ausencias”, sobre los que ya no están; “Según me cuanta la vida”, tema que según Saluzzi evoca el aura de “Milonga del forastero” que está en Para las seis cuerdas de Jorge Luis Borges; “Íntimo”, que rememora aquella Buenos Aires que lo recibió hace casi medio siglo “Muy distinto al de ahora”, dice; “La cruz del Sur”, una evocación del Martín Fierro, y “Ficción”, obra que Saluzzi define “un ejercicio imaginativo”, son algunos de los temas del disco, entre los que están también “Don Caye -Variaciones sobre obra de Cayetano Saluzzi” y “Ecuyere”, otro recuerdo. “Este último es de cuando a Salta había llegado un circo. Ahí conocí a la muchacha que hacía las acrobacias sobre el caballo. Jamás me olvidé de eso”, cuenta Saluzzi.{

El disco

Un gran diccionario del bandoneón

Los discos para bandoneón solo fueron cruciales en la vida artística de Dino Saluzzi. Con Kultrum, comenzó hace casi cuarenta años su colaboración con ECM (Editions of Contemporary Music), el sello discográfico creado por de Manfred Eicher en 1969, por mucho tiempo la referencia más sólida para el jazz europeo. Ese disco fue “un manifiesto de identidad, de susprincipios y valores, y sobre todo de una estética desnuda, en un punto hastaingenua, sin la enorme influencia que su experiencia en Europa va a nutrir sumanera de tocar y componer”, como señala Luján Baudino en las notas que acompañan la edición de Albores. A partir de aquel, la obra de Saluzzi se expresó en distintas formaciones y en varias direcciones. Con su familia, como por ejemplo en El valle de la infancia (2014), y con diferentes músicos de jazz. Con Charlie Haden, Palle Mikkelborg y Pierre Favre, en Once upon a Time - Far Away in the South, un disco de 1986; con Enrico Rava en Volver (1987); con Marc Johnson y su hijo José Saluzzi en Cité de la Musique (1996); con Tomasz Stanko y John Surman en From de Green Hill ( 1998) -disco de Stanko-; con Palle Danielsson en Responsorium (2003) -donde también está Jose Saluzzi-; y con Jon Christensen en Senderos (2005), además de otro Kultrum, de 2007, con el Rosamunde Quartet.

“Hacer un disco solo fue un gran desafío y un gran aprendizaje”, insiste Saluzzi. “Las páginas de este álbum debían tener cada una sus características, su expresividad propia, y al mismo tiempo ser parte de la misma obra. Fue una trabajo de búsqueda muy interesante”, agrega.

-Por la cantidad de recursos instrumentales que pone en juego, ¿este disco podría ser un gran diccionario del bandoneón?

-No lo se. Es posible. Puse todo lo que sabía. Pero no terminé. Quiero seguir aprendiendo, saber más.