Lazos de sangre                  7 puntos

Mother; Japón, 2020.

Dirección: Tatsushi Ohmori.

Guion: Tatsushi Ohmori y Takehiko Minato.

Duración: 126 minutos.

Intérpretes: Masami Nagasawa, Sadao Abe, Halo Asada, Sho Gunji.

Estreno: disponible en Netflix.

A pesar de contar con una docena de largometrajes previos, el japonés Tatsushi Ohmori (Tokio, 1970) es virtualmente desconocido en nuestro país, falta subsanada en pequeña medida gracias al lanzamiento online de su última creación. El título original, Mother, resulta más pertinente que el español Lazos de sangre: si bien la madre en cuestión no es el único personaje de relevancia, su injerencia en la narración es tan poderosa que, ya sea por acción u omisión, se transforma en el eje de rotación de todos aquellos que la rodean. Madre separada e hija díscola, Akiko (Masami Nagasawa) lleva a la rastra a su pequeño hijo Shuhei, de unos nueve años, a la casa de los abuelos. La visita puede parecer social, pero la razón es la misma de los últimos encuentros: pedir prestado algo de dinero. Ya en esos primeros minutos Ohmori deja en claro que las relaciones familiares no serán sencillas y en el abandono de Shuhei durante varios días, luego de la aparición de un nuevo amante, Lazos de sangre comienza a imponerse como la descripción de una infancia quebrantada y dolorosa.

Hay algo del cine de Hirokazu Kore-eda en el tono seco y dramático que recorre las dos horas de metraje, aunque varios de los “pedidos” de la madre y pareja circunstancial al pequeño recuerdan a Boy, de Nagisa Oshima, en la cual el estilo de vida de un matrimonio incluía la utilización de sus hijos como sujetos ideales para imponer el chantaje a las posibles víctimas. De más está decir que Akiko es un desastre. A sus constantes escapadas nocturnas y borracheras se le suma el nulo interés por la educación de su hijo, quien ha dejado de ir a la escuela como si eso fuera lo más normal del mundo. Un embarazo no esperado es la gota que rebalsa el vaso y la razón por la cual los abuelos terminan por darle la espalda. Lazos de sangre introduce entonces una elipsis de cinco años y la primera imagen luego del salto temporal es la de una mujer, un adolescente y una niña caminando por las calles con todas sus pertenencias a cuestas.

Se trata, desde luego, de Akiko, Shuhei y su hermanita Fuyuka, un trío inseparable en las malas y en las… malas. Al borde de la marginalidad total, nada bueno podría ocurrirles, hasta que una trabajadora social (Kaho Indo, protagonista de Tokyo Vampire Hotel, de Sion Sono) se interesa por el caso y termina ofreciéndole a la familia un techo y la posibilidad de trabajo. A esa altura, resulta claro que el interés del director Ohmori es reelaborar ciertos temas del melodrama clásico (el japonés en particular) a partir de un tamiz hiperrealista. La relación de profundo amor y respeto del hijo hacia la madre supera cualquier lógica racional o emocional y Lazos de sangre irá llevando esa simbiosis de alta toxicidad hacia terrenos realmente inesperados. De esa forma, el maltrato infantil no es tanto “el tema” de la película como la consecuencia de un desequilibrio esencial, el rostro más visible de un vínculo madre-hijo al cual se le ha eliminado cualquier variable posible de normalidad.

Basada aparentemente en un caso real –o, tal vez, en una suma de casos reales–, Mother adquiere tintes trágicos sin sumar crueldades cinematográficas. Lo que ocurre en pantalla (y, a veces, en un pudoroso fuera de campo) puede ser horrible y extremadamente triste, pero el realizador nunca deja de lado la posibilidad de la empatía. En particular hacia el joven Shuhei, que a pesar de todos los dolores, humillaciones y golpes literales y metafóricos no deja de apoyar –de todas las formas posibles, entrando incluso en terrenos peligrosos– a esa madre-monstruo de la cual no logra separarse ni, muchos menos, enfrentar.