Artistas, locos y criminales. En el manual del psiquiatra forense Mariano Narciso Castex hay lugar para todos. Lleva más de cuarenta años sondeando las mentes de simuladores y asesinos, humillados y ofendidos, víctimas y extraviados, ilustres y desconocidos. Su muestrario incluye nombres y causas que silenciaron el país: Alberto Nisman, Carlos Menem Jr., Ricardo Barreda, el padre Grassi, Nora Dalmasso, el soldado Carrasco, el “tirador de Belgrano”, Horacio Conzi, Fabián Tablado. “He participado hasta la fecha, calculo, entre causas en lo Penal y en lo Civil y Laboral, en más de mil cómodo”, dice Castex, ochenta y ocho años, en el amplio estudio de Recoleta donde trabaja. “Ahora con esto del encierro encontré el Zoom y fue un descubrimiento magnífico. Me reinventé”.

Desde que comenzó la pandemia se dedicó a desempolvar los cuadernos arrumbados y puso en orden su archivo digital. Cientos y cientos de peritajes psiquiátricos, reconstrucciones de crímenes, entrevistas con asesinos, sentencias examinadas, tests psicológicos. En términos de Nietzche, contaba con su propia genealogía de la moral. Luego de hacer una precisa curaduría, estaba listo para salir al mercado.

“Como ya me jubilé de la docencia universitaria, desenterré los casos y abrí mis propias clases virtuales. Empecé en abril. Todas las semanas analizo un caso en el que trabajé”, explica Castex, que entre sus credenciales cuenta con un doctorado en Medicina, licenciaturas en Filosofía y en Teología, el sacerdocio jesuita y la militancia política, además de haber publicado poesías, cuentos fantásticos, obras de teatro, novelas en clave mitológica, ensayos y cerca de cuatrocientos trabajos científicos. “Zaffaroni me dijo que yo podría haber sido un excelente cardenal del Renacimiento, y puede que esté en lo cierto”, se ríe.

--Estamos en medio de una “explosión” mediática de los casos policiales, a partir de las series en plataformas digitales. Ocurrió hace poco con Nisman: El fiscal, la presidenta y el espía y ahora con Carmel: ¿Quién mató a María Marta? Están en camino proyectos audiovisuales sobre Ricardo Barreda, Nahir Galarza y Nora Dalmasso. ¿Cómo observa este fenómeno?

--Vivimos en una sociedad donde abunda la morbosidad. Hay una atracción muy poderosa por el horror, por las pasiones más crueles del ser humano. Entonces estos hechos horrendos, fuera de lo común, pero que además le ocurren a alguien cercano, en términos de especie, son como un imán. Luego uno se acerca por la curiosidad científica.

--¿En su caso la atracción por el crimen es puramente científica?

--Sigo sin tener claro el por qué… desde jesuita yo quería hacer criminología y no me dejaron. Hubiese salido un positivista bruto, así que fue mejor. Yo a los veintidós años me recibí de médico y entré a los jesuitas. Ahí ya había algo germinal. Estaba interesado en la biología y trabajé con los peces venenosos. Estando en la orden fui el único latinoamericano en ir al Primer Simposio sobre Toxinas Animales, en 1966. Fue en Atlantic City y llevé una investigación sobre las rayas de río. De la orden me salí en 1970 y estudié psiquiatría. Eso se juntó con la cárcel y ahí empecé en el peritaje forense.

--¿Qué sucedió en la cárcel?

--En realidad estuve presos dos veces. Primero en 1953, mucho antes de la orden, con 21 años. Pasé noventa días encerrado por haber participado en lo que se llamó “la conspiración de los bebés”. Habíamos preparado un atentado para asesinar a Perón, que fue descubierta apenas unos días antes. Veíamos en él la reencarnación del fascismo. Pero la vida me fue haciendo ver las cosas de una manera muy diferente. Yo terminé como director del Observatorio de San Miguel, creado por Perón, y durante ese tiempo me escribí cartas con él. En julio de 1971 me avisaron que quería conocerme. Viajé a Madrid, a Puerta de Hierro. En ese encuentro le pedí disculpas por haber intentado matarlo. Fue una cosa muy agradable, se rió, recordaba perfectamente la conspiración. Lo que me impactó fue su lucidez y su pensamiento como estadista. Estaba muy atraído e impresionado por De Gaulle. Era otra época, otros valores, sucedían esas cosas.

--¿Y cuál fue su otra experiencia?

--Luego estuve preso entre 1981 y 1982. Volví al país luego de estar exiliado la mayor parte del Proceso y enseguida me armaron una causa. Me acusaron de prescribir recetas indebidas. Solo a mí me hicieron eso. Me perseguían porque para ese momento ya llevaba varios años militando en el Peronismo de Base. En la cárcel leí mucho pero nada de ciencia. Tenía un montonero que era bibliotecario y me pasaba libros de Herman Hesse, García Márquez, Alejo Carpentier, Vargas Llosa. Esas lecturas, pero por sobre todo las horas y horas y horas hablando con presos y las esperas inacabables, me fueron movilizando. Te sacaban a las tres de la mañana, te ponían en fila, en pelotas, te tenían horas así para hacer las requisas, te cagaban a trompadas, te cargaban en camiones. Yo juré, el día que salí, que iba a hacer todo lo posible para que las personas que estaban presas estuvieran en una cárcel el menor tiempo posible. Hay que determinar el estado mental de una persona que comete un crimen antes de meterlo en una cárcel.

--¿Qué hay de cierto en la idea de que para un acusado de asesinato la mejor opción es que lo declaren inimputable?

--Se cree erróneamente que el hecho de que un victimario sea loco, psicótico, implica salvarlo de la prisión. Nada más alejado de la verdad. La internación equivale muchas veces a una condena perpetua. Pero lo que sí habilita es un tratamiento. El encierro en cambio solo agrava esos casos. En los noventa yo gané el concurso para ser parte del Cuerpo Médico Forense, pero era el único psiquiatra que seguía la línea de Zaffaroni y me consideraban de "ideas peligrosas". Decían que conmigo "todos los presos iban a estar libres", porque yo sostenía la inimputabilidad de muchos de ellos.

--Ese pensamiento luego se reduce, en una amplia porción de la sociedad, al sentido común que asegura que los presos “entran por una puerta y salen por la otra”.

--Hay una necesidad muy fuerte de castigar. Una alquimia peligrosa que une el castigo con la venganza. Y lo que hay que hacer es buscar justicia. El caso típico es el de Martín Ríos, el “tirador de Belgrano”. Querían tenerlo en la cárcel y ahora está en la calle, para matar gente de vuelta. De entrada los cinco peritos oficiales y los dos de parte dijimos que estaba loco. Y sobresimulando. Era tan inteligente en su locura que se dio cuenta de que podía exagerar los síntomas. Pedimos la inimputabilidad. Tenía que ir al Hospital Borda, pero la jueza nos contestó: "¿Qué va a decir el periodismo y la opinión pública?". Pidieron pericias y pericias hasta que una "ilustre" forense, ubicada a dedo, aseguró que todos estábamos inventando, que el tipo no estaba loco. Lo declararon lúcido para meterlo en la cárcel y ya está en la calle. La locura en muchos casos dejan intacto el conocimiento y eso permite el engaño. Lo mismo sucedió con Conzi. Si hubiese sido inimputable no salía nunca, ahora está más loco que antes y en la calle.

--¿Cómo se originan esos conflictos entre peritos?

--Se aplica mal el artículo 34 del Código Penal, que es el de la inimputabilidad. El artículo dice que si la persona “no comprende o no dirige”, hay que tratarlo e internarlo, porque está enfermo. Muchos presos que cometieron grandes crímenes actúan en función de un trastorno mental, que a veces es transitorio y otras permanente. Hay médicos que todavía sostienen que para declarar inimputable a alguien, el artículo exige una persona totalmente "perdida”. Pero hay enfermedades psiquiátricas como la neurosis, las obsesiones, que pueden llevar a alguien a matar. Cualquier persona con una alteración que requiere ayuda psiquiátrica es un enfermo mental y tenemos que tratarlo como tal.

--¿Qué incidencia tienen los medios de comunicación y la opinión pública en un fallo judicial?

--El periodismo hace oscilar las causas. Por ejemplo con Barreda, que para mí no era imputable. Se falló por la presión que había, y eso que en aquel momento los medios no estaban tan en contra de él. Luego sucede que hay diarios que se dicen garantistas sin saber siquiera de qué se trata. La Nación, que se jacta tanto de ser un diario que aboga por las garantías y la república, es un diario antigarantista. Están en la línea del castigo, de la venganza, predican el odio. Instalan un discurso que deforma y oculta lo que sucede en la Justicia.

--¿En qué casos siente que eso se expresa con más claridad?

--Son medios, por ejemplo, que nunca hablan de la gente que pasó años encerrada, acusada de un crimen que no cometió. Personas que vieron destruidos sus hogares. Yo por ejemplo estuve dos años preso y salí absuelto. He tenido muchos casos de jóvenes acusados con dibujos policiales. El chico acusado de haber matado un policía en Mercedes, tres años estuvo preso. Destruyeron su familia y luego salió absuelto. Los medios para montar su discurso se ponen del lado de la víctima, de la familia de un muerto, que es humano que tengan resentimiento y pidan venganza. Pero una cosa es la venganza y otra la justicia. Eso no debería confundirse. La madre del chico que había desaparecido en el sur, Facundo Astudillo, ella pide justicia y no venganza. Hay una diferencia muy clara.

--¿En dónde nace esa confusión entre la justicia y la venganza?

--La venganza está afincada en la naturaleza del ser humano: la pasión, el odio, la bronca. Pero cuando hablamos de justicia sin venganza es algo que también surge de la naturaleza humana. Es la ecuanimidad, la prudencia, la misericordia. La tradición judeocristiana tiene una postura de venganza: la ley de talión, el ojo por ojo. La grecorromana en cambio es la justicia de Temis, la diosa de la equidad. Cuando Orestes mata a su madre cumpliendo con el oráculo de Delfos, las Furias lo persiguen y se refugia en el templo de Atenea. Ella las convence de que es mucho más sano, que en vez de vengarse en él, se conviertan en diosas venerables. Siguen ese consejo y dejan ir el odio.

--Trabajó en casos que estuvieron en el centro de los debates mediáticos. En la causa del fiscal Alberto Nisman defendió al único imputado, Diego Lagomarsino. ¿Por qué aceptó ese caso?

--En Nisman lo primero que dijeron fue "esta loca lo mandó a matar". Eso nace porque la gente opositora a la línea de los Kirchner quería tirarles el caso. Y Lagomarsino quedó en el medio. El Cuerpo Médico Forense y el policial dijeron ya al principio que no había indicios de asesinato. Sin indicadores, solo quedaba el suicidio. Menos Osvaldo Raffo, que estaba medio perdido ya. Y Julio Ravioli, que dijo cualquier cosa. En la psiquiátrica, la que yo trabajé, dije que Nisman tenía aspectos inmaduros que permitían explicar por qué desbarrancó. El día anterior a su acusación contra Cristina Kirchner, apenas tenía material para investigar, nada para acusar. Se da cuenta de eso y ahí se terminó todo. Un narcisista como él, "coqueto", como decían sus allegados, que exhibía sus fotos con mujeres, se le derrumbó el ego y se pegó un tiro. Un acting out. Después lograron encarajinar toda la causa y la verdad quedó sepultada.

--¿Hubo alguna persona a quien haya decidido no defender?

--Solo me dio asco el caso del ex comisario Etchecolatz, que tiene noventa años y sigue preso. Yo peleaba con los organismos de Derechos Humanos porque digo que los militares represores tienen que salir de la cárcel en caso de enfermedades. Pero lo digo porque siento que así defiendo un derecho a la legalidad. Lo que me indigna a mí es la injusticia, el mal procedimiento, la manipulación en la Justicia argentina, los fiscales que persiguen como la única verdad su propia hipótesis o la sugerida por el poder de turno. A partir de eso siento que toda persona tiene derecho a ser defendida honestamente. Y yo tengo una empatía por quien está preso, caído, perseguido. Sin importar quién sea. No me comprometo afectivamente con los casos, aunque a veces sucede. Etchecolatz me dio la impresión de que era un farsante, un hijo de puta. Y lo rechacé. En su mirada me dio la impresión de que nos estaba sobrando a todos. Solo vi esa mirada otra vez, en Pablo Schoklender, a quien también defendí. Eran iguales en su mirada. Uno se vuelve muy observador y entiende mucho más con los sentidos que con el pensamiento.

--¿Es posible desarrollar un peritaje forense basándose en la intuición?

--Creo que la intuición es un modo de conocimiento mucho más importante que el deductivo inductivo. Intuitivamente se avanza mucho más. El problema es cómo lo fundás. Tenés que buscar los indicadores, los fundamentos. También es algo que te hace mucho más humilde. Cuando hago los dictámenes, siempre digo que me puedo equivocar. Admito la duda prudente contra lo que sostengo. Nada en psiquiatría y psicología es cierto. Todo es probable. No hay certezas, solo dudas prudentes en contra. La seguridad siempre son posturas inventadas. La suma de indicadores te llevan a una respuesta, una solución. Pero hay siempre indicadores que quedan por fuera y señalan otro camino.

--¿Cuál es el método más efectivo que tiene un psiquiatra forense para detectar la locura, el engaño, la violencia, en un ser humano?

--El mejor método es escuchar. Lo que no hace ninguna pericia forense. Dicen que eso no es pericia. Escuchar es lo esencial, lo decía ya Pichon-Rivière. Él pasaba horas escuchando a los pacientes para poder comprenderlos. No para interpretar analíticamente sino para comprender la estructura de la personalidad. Pero todo el mundo trabaja rápido, apurado, quieren informar cuanto antes, presionados por el juez. Improvisan cualquier cosa. Fiscales que acusan casi sin preguntar. Preguntan de dónde viene, su nombre, edad y listo. El sesgo domina el Poder Judicial, la inclinación a ver las cosas desde una sola lente. Solo persiguen condenas fuertes. Y lo que tendrían que buscar, lo único que tendrían que buscar, es la verdad.

¿Por qué Mariano Castex?

Mariano Narciso Castex, hijo del reconocido médico argentino Mariano Rafael Castex, nació en 1932. Es uno de los peritos forenses más requeridos y prestigiosos de los últimos treinta años en la Argentina. Se define a sí mismo como un “humanista por excelencia”. Es doctor en Medicina por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Licenciado en Filosofía por la Universidad del Salvador y en Teología por la Compañía de Jesús, conocida como la orden jesuita, de la que formó parte durante quince años.

Como docente universitario trabajó en las cátedras de Medicina Legal de la Facultad de Medicina --de la que fue titular-- y de Psicología Forense de la Facultad de Psicología, ambas de la UBA. En 2012 publicó el libro Mito, Transgresión Creación y Transiciones. Reminiscencias de una vida rebelde (Editorial Ad Hoc), en el que reúne sus cuentos, novelas, obras de teatro y ensayos, escritos algunos en la cárcel y otros becado por la Fundación Rockefeller. “Me aceptaron porque en mi presentación mandé una nota del diario La Nación donde decían que yo no sabía escribir. Cuando pregunté por qué me eligieron, me dijeron que si alguien mandaba un recorte del diario La Nación haciéndolo pelota, a modo de recomendación, debía valer”.