NUNCA, RARA VEZ, A VECES, SIEMPRE 8 PUNTOS

Never Rarely Sometimes Always, EE.UU/Gran Bretaña. 2020

Dirección y guion: Eliza Hittman

Duración: 101 minutos

Intérpretes: Sidney Flanigan, Talia Ryder, Théodor Pellerin

Estreno en Flow

Estrenado en Sundance y ganador del Gran Premio del Jurado en la última edición del Festival de Berlín, el opus 3 de Eliza Hittman es un objeto infrecuente en el panorama del cine de autor contemporáneo. Nunca, rara vez, a veces, siempre no es “canchera” ni caprichosa, no es solo para iniciados y tampoco peca de mero narcisismo esteticista. Se trata, por el contrario, de un film seco y económico, de pocas palabras y un drama que queda fuera de lo visible. De él solo se perciben signos, indicios, leves turbulencias. Nunca, rara vez … ofrece otra rareza: no está protagonizada por cineastas, guionistas, artistas o escritores jóvenes sino por gente de clase media-baja. Gente que además no vive en Nueva York, Los Ángeles o Chicago sino en una ciudad periférica del estado de Pensilvania. “Qué excitante suena la vida allí”, comenta con sorna un muchacho neoyorquino, cuando la protagonista le cuenta que lo que le gusta hacer es trabajar como cajera de supermercado. Y con suerte salir con su mejor y, según parece, única amiga.

“De qué sirve felicitar a una persona a la que nada le gusta”, dice el padre de Autumn (Sidney Flanigan), después de que ésta se presenta en un escenario amateur, luciendo iguales dosis de timidez y desafinación. Hija única, no la tiene fácil Autumn en su casa. Al menos en lo que se refiere al padre, que se revuelca por el piso del living besuqueando a la perra, según dice la única que lo quiere allí. Tampoco la tiene fácil Autumn en su vida privada, que resulta del todo invisible para sus padres. La chica de 17 años tiene una pancita que no parece producto de algún exceso gastronómico, entre otras cosas porque en la mesa se niega a comer. Autumn, que sufre distintas clases de microbulling, no le cuenta a nadie lo que le está pasando. El novio, si es que lo hay, no aparece por ningún lado. La única persona de confianza es su prima Skylar (Talia Ryder), quien tomará la decisión que a la desorientada Autumn no le sale. Hacerse de unos pesos de forma poco legal y viajar juntas a Nueva York, donde en las clínicas de salud no se dedican, como en las de Allentown, a mostrar a las chicas que quieren abortar videos en contra de la interrupción del nacimiento.

Dos planos narrativos circulan paralelos en Nunca, a veces… Uno es el de lo visible, en el que cada detalle cuenta: la incomodidad de Autumn sobre el escenario, su rostro pálido y hierático, el habla de dientes apretados. Su condición de zurda parece expresión de una diferencia, un fuera de norma cultural. El frío de Nueva York obliga a las dos amigas a recurrir a abrigos con forros de piel y “canguros” con capucha. Chicas del interior, Autumn y Skylar parecen perdidas en la megaurbe. El equipaje pesa demasiado, arrastrarlo arriba y abajo en las escaleras del subte cuesta esfuerzo. Los espacios que las primas atraviesan son los más impersonales que un arquitecto pueda diseñar: estaciones de ómnibus o de subte, un bolichito de fast food, un bowling, un karaoke. La ciudad está llena de mecanismos, de rutinas repetitivas y despersonalizadas: el control de equipajes, la expendedora automática de tickets de transporte. Artificios sin sentido, como el pollo que juega al ta-te-ti en un local de maquinitas.

En el otro plano, el del fuera de campo, asoman datos que es necesario imaginar o completar: el origen del embarazo de Autumn, la suerte que les espera a ella y a su prima al regreso, cómo serían ambas si no estuvieran atravesando la circunstancia en la que están. La fábula se prestaría al miserabilismo y el golpe bajo si Eliza Hittman --a quien habrá que seguir-- y sus dos actrices no fueran tan contenidas, tan económicamente bressonianas como para centrarse en la intimidad de la protagonista, poniéndole freno a toda efusión, todo exceso dramático, toda apelación directa al espectador.