“Una historia sobre una mujer que se rebela pero aún no sabe a qué”. De eso se trata Amor y anarquía (Netflix). La sinopsis es descrita por la propia protagonista de la serie sueca que propone insurrecciones de distinto orden. En su pasado, Sofie (Ida Engvoll) había querido publicar una novela con esa premisa y título aunque abortó el proyecto por la seguridad de una carrera en administración de empresas. La comedia, compuesta de ocho episodios de media hora, sigue la convulsa de esta mujer que hace carne aquel deseo juvenil y de paso toca cuestiones ligadas a las máscaras sociales, las reglas laborales, los cánones artísticos y la cultura en los tiempos de internet.

No han pasado ni dos minutos del primer episodio y Sofie abandona sus obligaciones como madre, esposa y profesional para esconderse en el baño y masturbarse. Su trabajo es para una editorial tan prestigiosa como empantanada a donde llega con aires de reformadora mercantil. Al poco de iniciar su labor en Lund & Lagerstedt, Max (Björn Mosten) la pesca en su oficina dedicándose nuevamente al onanismo. Lo que parece un chantaje por parte del joven, será el trampolín para un recíproco juego de amo y esclavo. La consultora y el técnico informático escalarán su montaña de retos y flirteos hasta implosionar su status quo. ¿Algunos de los desafíos? “Mañana vení vestida de Cindy Lauper”. “Caminá para atrás todo el día”. “Llamá la atención en la Feria del Libro”. “Regañá a alguien”. “Sembrá el caos”. “Hoy te toca ser el jefe”. La revolución tendrá lugar en ese espacio cerrado, a veces como una The Office nórdica, y en otros como una comedia romántica sobre dos almas enemigas de la rutina.

La serie, creada por Lisa Langseth, también se aprovecha del dramedy que los escandinavos parecieran llevar en su ADN. Así aparecen las “delicias” de la vida conyugal de la protagonista. Lamentablemente, el rol del esposo de Sofie, esnob hasta la médula, es un subrayado innecesario. En cambio, el de su padre, un viejo antisistema con signos de Alzheimer, implica un espejo con más peso discursivo en la propuesta. Amor y anarquía lleva el sello de FLX, la misma productora de Familia Bonus (notable ficción acerca de las relaciones humanas disponible en la N roja). Más allá de su ácida mirada sobre los vínculos familiares, sus méritos pasan por la química entre Sofie y Max, los diálogos picantes, y esas microsituaciones que exponen los caprichos y las imposturas de las élites artísticas y –específicamente- el absurdo cotidiano.

Fresca, desacartonada y muy oportuna, Amor y anarquía también lidia con temáticas como la corrección política en tiempos de Internet, sea la cultura de la cancelación y los nichos del mercado propios de la Generación Z. También en cuestiones más universales. Ahí está la ¿impúdica? escena en que Sofie sale desnuda de una pileta en un hotel. El gag de los obreros interrumpiendo en la editorial no hace más que exponer las diferencias y los hábitus de clase. O que el salvoconducto financiero para la firma provenga de una plataforma de streaming. Hay un gran evento para la prensa y el director literario explica el acuerdo: “Convertiremos nuestras obras literarias en coloridas películas y podremos verlas en nuestros celulares mientras hacemos cualquier cosa. ¿Por qué temerle a la frivolidad del entretenimiento ligero? Es la esencia de la calidad, amigos míos. Todos sabemos que los libros no tienen futuro. El pensamiento intelectual debe ser prohibido. Todos a bordo”, se sincera el hombre tras haber sido drogado producto de uno de los challenges de Sofia y Max.