Maradona no fue solo un jugador de fútbol sino que es fundamentalmente un nombre del pueblo y un ideal colectivo, un líder.

Maradona es un significante que habiendo surgido de la cadena articulatoria de los significantes del Otro, se desalienó y devino una letra de goce que, condensando infinitas razones, pasiones y afectos populares, representa al pueblo.

Como ideal posibilitó la identificación y una pertenencia que permitió el orgullo de decir “soy” en un jubiloso engrandecimiento yoico. Por ejemplo, cuando en tierra extraña se decía “Maradona”, no era necesaria ninguna aclaración, sucedía una súbita comprensión.

No solo entregó la “mano de Dios” y el gol necesario para el triunfo como para la justicia popular contra los ingleses. También puso el cuerpo, el alma y encarnó el ideal que dignificó a una golpeada multitud heterogénea.

El mejor jugador del mundo, el atrevido capitán insolente que gambeteó a la muerte venciéndola en varias de sus jugadas maestras, una y mil veces para volver cantando al sol. ¿Cómo no amarlo?

El poder no entiende que tener un ideal colectivo no significa fanatismo fundamentalista sino compartir y afectarse mutuamente con pasiones alegres, como decía Spinoza. Un amor surgido de la voluntad popular produce un sentimiento de comunidad.

Y ahora el pueblo llora.

¿Cómo se hace para vivir si “el “10” ha muerto?

¿Cómo hace un pueblo para elaborar el llanto y vivir con el agujero que deja la orfandad?

Los pueblos no aceptan la muerte de sus referentes, rechazan hacer el duelo, lo que no implica negacionismo ni melancolía.

Hay un mecanismo de sublimación colectiva que consiste en elaborar el vacío de la muerte, rodearlo y elevar al referente popular a la dignidad del mito. El amor del pueblo no muere con la muerte de Maradona, el 25 de noviembre pasó a la inmortalidad del mito y quedará instalado para siempre en la memoria colectiva junto a sus compañerxs Eva, Perón, El Che y Néstor.

Nora Merlin es psicoanalista. Magister en Ciencias Políticas.