Es (¿fue? ¿de verdad hay que hablar en pasado?) la persona con menos intimidad del mundo. O, también, el ser humano más filmado de la historia. Aunque nació, creció y se convirtió en el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos en la era analógica, Diego Maradona es nuestro “Truman Show” de carne y hueso, tan real como insoportablemente televisado. No existe vida con tanto registro audiovisual como la suya. No se le perdonó ni el éxito ni el fracaso. Tanto sus grandezas como sus tropiezos sirvieron de excusas para la devoción de sus fieles, pero fundamentalmente para la voracidad de los medios

Maradona fue, además, el hombre más auscultado de la historia. Por profesionales de la salud (españoles, italianos, uruguayos o argentinos) pero también por fanáticos en busca de autógrafos y periodistas en busca de sangre. La imagen del Diego -de rulos ensortijados o con pelo corto y mechón amarillo, con muchos asados encima o con una silueta atlética- rodeado por la multitud, casi asfixiado por el amor pasional de fanáticos o por paparazzis de la prensa carroñera, fue una constante en su vida. Las imágenes se suceden frenéticamente. Lo abrazan, lo acarician, lo acosan, lo saludan, le gritan, se le tiran encima, le tocan el timbre de su casa, lo inquieren, lo exprimen, lo devoran. Los que lo aman o lo odian, lo mismo da.

El Diego vivió en los medios. No como quiso sino como pudo. O como quisieron otros que fuera. Nunca tuvo intimidad. Ni cuando compartía la pequeña y humilde casa de Villa Fiorito con su numerosa familia, ni mucho menos después de su debut en primera el 20 de octubre de 1976 en Argentinos Juniors. No le permitieron construir una vida privada como la de cualquiera. Ni siquiera en sus momentos más difíciles. Mucho menos en sus últimas horas. A Maradona le fue más fácil gambetear en cancha a los mejores rivales que evitar los flashes mediáticos en coberturas impúdicas. Los mismos que hoy lo lloran, ayer lo despedazaron. 

Maradona, el Diego, el astro del fútbol mundial, el tipo que nos dio las más grandes alegrías y las más dolorosas tristezas, se fue a los 60 años. 

Descansá en paz, Diego. Disfrutá del silencio que no tuviste en vida.