Pasan los años, pasan las décadas, pero la herida no cierra. Peter Shilton todavía está dolido. Y no dejó la bronca a un lado ni siquiera el último día. Después de observar la conmoción mundial que provocó el fallecimiento de Diego Maradona, decidió soltar el dardo: "Parece que tenía grandeza, pero desgraciadamente no deportividad".

El incesante enojo tiene un sostén: Shilton sufrió la picardía de Maradona en carne propia. Arquero de Inglaterra en el mítico partido de cuartos de final de México 1986, perdió la pulseada con Diego en aquel salto al cielo que terminó con La Mano de Dios, el primero de los dos goles que marcó el astro ese 22 de junio para el triunfo argentino por 2-1.

“Les ofrezco mil disculpas a los ingleses pero volvería a hacerlo una y mil veces; les robé la billetera sin que se dieran cuenta, sin que pestañearan”, se sinceró Diego tras el gol con la mano que antecedió a su otra gran obra de arte: el gol del siglo. La rabia de Shilton radica en la trampa. Lo que no sabe, o al menos no pretende valorar, es que La Mano de Dios configuró una redención, una revancha en un partido que era más que un partido, una devolución tras el engaño y la traición de los británicos en Malvinas, cuatro años antes.

El 2 de mayo de 1982, durante la imprudente Guerra de Malvinas, un ataque nuclear submarino de los ingleses generó el hundimiento del Crucero General Belgrano y provocó la muerte de 323 argentinos. Aquel suceso envolvió una polémica: la ofensiva tuvo lugar fuera del área de exclusión establecida por el Gobierno de Gran Bretaña en las inmediaciones de las islas. Pusieron las reglas del juego y las rompieron.

Maradona, quien había tomado aquel partido como un suceso que trascendía la línea de la pelota, se burló de la ley con la insolencia de los genios en un partido de fútbol, el juego inventado por los propios ingleses. Una reivindicación de tamaño valor también se burla de la muerte y de los tiempos. La historia, aquella restitución simbólica por los pibes que mataron en Malvinas, está grabada a fuego. Muera la muerte, supo decir Sabina. Maradona es inmortal.

"Mirá, Diego, jugás al fútbol como un Dios pero sos un hombre", escribió alguna vez Jorge Valdano, cuyas palabras dejaron en claro que Maradona sólo tenía poderes mágicos adentro de la cancha. Desde allí, entonces, pudo hacer justicia divina.

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