Los homenajes a Diego Armando Maradona continúan y se multiplican. Persisten en la virtualidad de las redes sociales. Su muerte lo consagró definitivamente en el olimpo de los dioses modernos y allí, alcanzados por esa herida absurda que significa tomar conciencia de ya no tener más “entre nosotros” al Diego, sus fieles construyen el memorial digital. Erguidos en sólidos tótems de imágenes superpuestas, los recuerdos enlazan hazañas y gambetas.

Entre esas imágenes están las recuperadas de viejas páginas de diarios y revistas, junto a otras ignotas, diseminadas por la contundencia de sus mensajes. Una elocuente es aquella donde la casaca albiceleste de Maradona flamea frente a las tumbas del cementerio de Darwin, donde reposan los restos de los soldados caídos en combate, en “las Malvinas”.

No hay personas en la foto. La soledad y la muerte son las presencias que subyacen, junto a la magia de Diego. Quienes la compartieron, abrumados por el dolor, no repararon en la fecha, o no importaba. Se compartió por su significado, por el gesto deportivo que de la mano de Maradona reparaba, a golazos y en parte, la afrenta del conflicto de 1982.

El partido ganado por Argentina a Inglaterra con dos goles de Maradona en 1986, en México, es leyenda mundial. Con “la mano de Dios” y “el Gol del Siglo” Diego dejó a Inglaterra fuera de juego. Y consumó “la venganza” que, según sus compañeros de selección, el Diez mascullaba desde la noche anterior al partido que sería la antesala del título mundial, celebrado días después en el Estadio Azteca. En esa hazaña deportiva que fue también social, colectiva y emblemática, Maradona zurció en pocos minutos algo de ese dolor, de esa derrota. Eso, entre otras pérdidas y otras victorias, se lloró con su muerte, en un réquiem que se replica con letanía, según pasan los días.

La foto tomada en el cementerio de Darwin lo simboliza. Es de 2018. Lo consigna el posteo de Instagram de David Rodríguez donde está arrobada su compañera, Felisa Colombo. Ellos tomaron la foto, en un viaje a las islas cuando, motivados por el deseo de viajar, y de fortalecer un emprendimiento turístico que podría tener a Malvinas como destino, llegaron a Darwin y, a su modo, “plantaron bandera”.

“No hay una bandera argentina en Darwin, eso nos sorprendió, por eso pusimos la del Diego” cuenta David. Eligieron la que usó en 1982 “porque tiene los colores de Argentina y porque con esa salimos campeones”, agrega. “Ahora la foto se viralizó, traspasó fronteras, es lógico, pero no es de ahora, la sacamos nosotros cuando estuvimos allá” explica Felisa. “Solo lamento que nadie cita la fuente, ni quién la sacó, que fuimos nosotros cuando estuvimos ahí, como homenaje, un 2 de abril” recuerda.

Felisa y David llegaron a las islas el 30 de marzo en avión desde Chile. Fue un viaje turístico. “Se puede hacer turismo en Malvinas”, explican a Página/12, desde su casa en San Martín. Se puede visitar insisten, a pesar de los recuerdos del conflicto, a pesar de la desolación evidente en la imagen viral de esa remera de 1982 –el mismo año de la guerra-- que flamea sobre la baranda del cementerio, con las cruces de fondo, con viento.

Recuerdos de la guerra de Malvinas

“Hace mucho teníamos ganas de ir, por el sueño de viajar, pero también por la historia de Malvinas” detalla Felisa. Su familia está presente en ese recorrido. Su tío fue teniente de Navío, hoy retirado. Mario Alberto Aguilera. Uno de los sobrevivientes del Crucero ARA General Belgrano, hundido en mayo de 1982. Para Felisa, Malvinas es un tema recurrente: “En casa se hablaba de eso todos los días, hasta que mi tío volvió”. Ella tenía 10 años y recuerda otra foto “donde se ve la balsa naranja y el barco enorme, hundiéndose”. Esa foto “se tomó desde el bote salvavidas donde venía mi tío, desde ese gomón”, explica.

Embarcado hacia el teatro de operaciones desde la base naval de Punta Alta, Aguilera, luego del hundimiento y la deriva en el mar argentino fue rescatado y trasladado a Capital Federal. Allí lo esperaba su esposa María Luisa –hermana de la madre de Felisa—, y sus dos hijas. “Éramos chicas, pero lo recuerdo”, dice Felisa. Y rememora a sus hermanos que corrían gritando “¡Comunicado!” cada vez que el Estado Mayor emitía un mensaje oficial. Toda la familia estaba atenta. Primero para saber qué pasaba en el sur, luego para saber si Aguilera había sobrevivido. “Estábamos pendientes y todos se habían anotado como voluntarios, incluso mi abuela, que es paraguaya nacionalizada argentina” explica, y agrega: “como había enfermeras en la Fuerza Aérea y en el buque hospital, ella quería ir”.

En esa raíz de luchadores “del pueblo guaraní”, surge el vínculo con David. Su mamá es de origen paraguayo. Él nació en González Catán “y tenía conocidos que fueron a pelear”. Se acuerda de las cartas a los soldados y de “los comunicados”. Pero los recuerdos más sentidos se ligan al fútbol: “cuando todos festejaban los goles del Mundial ‘82 yo lloraba, era doloroso para mí. Y me acuerdo después de los veteranos, los veía. Siempre los veía, pidiendo en los colectivos, en los trenes. Antes, ahora no”, aclara. Se emociona.

La “causa Malvinas”

David hizo el servicio militar cuando todavía era obligatorio, en el Regimiento de Patricios. Ahí se comprometió más seriamente con la causa Malvinas. “No por los militares sino por que acepté mi sentimiento de amor a la patria”, explica. En 2011 “todo se conjugó”, conoció a Felisa y comenzó a gestarse entre ambos, el sueño de conocer las islas.

Ella trabaja en turismo desde hace muchos años. Y en una charla cuando hablaban de destinos que les gustaría conocer “surgió Malvinas”. Pudieron concretarlo en 2018 y vincularlo al emprendimiento de turismo que llevan adelante “de viajes a medida y certificación internacional”, donde también promueven lugares vinculados a comunidades rurales y pueblos originarios. “Elegimos ese viaje también para luchar también contra nuestros demonios, contra el dolor, era un viaje pacífico, para explorar. Un viaje de amistad y respeto. De paz”, sostiene Felisa.

“Son vacaciones ¿qué van a hacer ahí?”, preguntaban sus amigos. Otros pedían: “trae una piedra, algo”. Mientras ellos no sabían qué iban a encontrar. Fueron a Chile y en Punta Arenas tuvieron la primera sorpresa: Islas Malvinas-Faklands, decía el cartel del aeropuerto. Una señal, pensaron, de convivencia.

Como son “amantes de Maradona”, decidieron llevar su camiseta. “Felisa llevaba puesta la del ‘82, la de España, pero también llevamos otra —explica David-- que mandé a hacer con las mimas telas y diseño de la original, una réplica de la casaca que Diego uso en 1986, porque con esa salimos campeones en México. No es la azul del gol a los ingleses, sino la que tienen los colores nuestros”, agrega. “Siempre llevamos camisetas de Diego cuando viajamos –aporta Felisa--, somos fans, yo lloré una semana cuando el Lobo se lo llevó –a la dirección técnica de Gimnasia--, porque soy Pincha, pero David es de Boca”.

“Llevamos a todos lados la 10 del Diez –confirma David--, y la llevamos a Cuba el año pasado y la colgamos en el mausoleo del Che”. Como “Diego vivió en Cuba hicimos ese homenaje, pero a Malvinas no fue, y no iba a ir –sostiene Felisa--, decidimos llevarla nosotros y hacerle ese homenaje, en vida”.

En las Malvinas

Cuando llegaron a Puerto Argentino les recomendaron no usar colores argentinos cuando anduvieran “por ahí”. Tengan cuidado, les decían, tengan precaución. “La gente quedó dolida por la guerra –explica Felisa-- y podía presentarse algún problema”. Incluso hay un barrio donde les recomendaron “directamente no ir”. Dice la leyenda que ahí “hay bares que tienen inodoros con la cara de Galtieri. Eso dicen –advierte David--, no sé si será cierto, no fuimos. No queríamos confrontar, queríamos conocer, y estar ahí el 2 de abril”.

Como no querían usar la camiseta en la calle eligieron “termo y mate”. Y se encontramos con otros que también usaban termo y mate. “¡Otra sorpresa!”, dice Felisa que recuerda cuando les explicaban que “antes de la guerra había un trato fluido con Argentina”. Muchos habían estudiado aquí. Incluso tenían DNI argentino y muchos se atendían acá cuando tenían problemas de salud “porque allá no hay hospitales”.

En Puerto Argentino hay mucha población chilena. También rumanos o filipinos que trabajan en la industria pesquera. “Solo vive una familia argentina. Hacen turismo receptivo. Pero es difícil contactarlos porque no hay internet libre”, destaca Felisa.

Poco antes había estado allí el equipo Argentino de Antropología Forense, haciendo reconocimiento de restos de los soldados. “Nos hospedamos en el mismo lugar que ellos, una casa de isleños que nos trataron muy bien” cuenta Felisa. Y como poco antes “también hubo un viaje de familiares, en el cementerio encontramos todo lo que ellos habían dejado, los rosarios nuevitos, las flores”, cuenta. “Y nosotros llevábamos lo nuestro, las dos remeras: la de México ‘86 y la de España ’82” explica David.

“El 2 de abril estuvimos en Darwin, como queríamos –describe David--. Fuimos tranquilos, estábamos solos y recorrimos todas las lápidas, es una gran lomada, es monte, y están solo las tumbas, están distanciadas”. En sus recuerdos la imagen de las placas negras de los soldados desconocidos contrasta con las cruces blancas. “Es especial y muy ventoso” define David. Felisa agrega: “Darwin es solo eso, la ruta y el cementerio, rodeado de estancias de particulares”. No hay nada más, insisten. Y ante la falta de una bandera decidieron “poner la camiseta del Diego”.

En esa soledad arrasada por el viento, tomaron la foto que se convirtió en emblema. “Para honrar a nuestros soldados, por eso colgamos la camiseta, porque, así como ellos vinieron a pelear con las armas, Diego salió a pelear con su garra de campeón y con la camiseta nuestra”, concluye David.