8 Tebas Land

De Sergio Blanco

Actúan: Gerardo Otero, Lautaro Perotti.
Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez.
Iluminación: Ricardo Sica.
Asistencia de dirección: María García De Oteyza.
Prensa: Marisol Cambre.
Producción: Maxime Seugé, Jonathan Zak.
Dirección: Corina Fiorillo.
Funciones: viernes a las 20.45 y domingos a las 20.15
en Timbre 4, México 3554.


Lo mejor de Tebas Land es que asume lo que es: una obra con un profundo sentido de clase. El otro gran acierto es que no pretende ser más ni menos que eso. Con el tratamiento de un tema sensible como el parricidio, su visión sobre la realidad que ficciona es honesta y construida desde un lugar de sumo respeto, no solo a lo que se cuenta –la historia de un otro, distinto a cualquier espectador que pueda presenciar el espectáculo y a cualquier artista que pueda hacerlo– sino también a las posibilidades mismas del teatro como dispositivo de narración y de construcción de sentido.

Escrita por el uruguayo Sergio Blanco y aquí montada por la multipremiada Corina Fiorillo, la obra cuenta la historia del encuentro entre el personaje de Lautaro –un actor, dramaturgo y director encarnado por el realmente actor, dramaturgo y director Lautaro Perotti– y el de Martín, un joven que asesinó a su padre con un tenedor y que cumple condena en un penal de la Provincia de Buenos Aires, que es encarnado por Gerardo Otero. Su relación comienza cuando el primero busca a este último para escribir un nuevo material basado en su vida, para lo cual debe pedir permiso a varios ministerios y dependencias que lo autorizan a mantener durante meses distintas reuniones semanales con él para conocerlo.

Desde el vamos el equipo tomó una decisión acertada: no temerle a los estereotipos. Lautaro es un joven que usa jean chupín, un pizarrón con imanes cool para anotar ideas durante su proceso de trabajo para la obra que está haciendo por encargo para el Teatro San Martín y que en Buenos Aires se aloja en un hotel porque en verdad vive en alguna ciudad europea. Martín se come las eses, no terminó el colegio, conoce pocas palabras y nunca en la vida escuchó a Beethoven, ni sabe quién es. Las formas son obvias, sí, pero eso no molesta. Y no molesta porque es evidente que es la forma más genuina que los teatristas encontraron parar retratar ese mundo que desconocen, que les es ajeno, que representan pero nunca jamás podrán “presentar”, como se dice en la propia obra, por el mismo motivo que Lautaro hace de Lautaro y de Martín hace Gerardo y no Martín. Porque Martín no pertenece al teatro. Porque a Martín le cuesta entender cómo es que alguien va a “hacer de él”. Porque le parece “re trucho”. Porque ocultar esa distancia sería un error. 

Tampoco le temió el equipo a las formas, a los símbolos, a las metáforas. El dispositivo escénico montado en Timbre 4 consta de un espacio para Lautaro, con su pizarrón, un escritorio, un proyector, y uno para Martín, con una celda en la que en su tiempo de recreación juega al básquet. El espacio de Lautaro está a la derecha del público; la celda, a la izquierda. Lautaro va siempre de su espacio al de Martín. Martín/Gerardo nunca al de Lautaro. Símbolos, todo el tiempo, sin quererlo, o queriéndolo. Y entre ellos, y en el juego que construyen, un público que empatiza con el personaje “burgués”, que se conmueve cuando éste le regala una tablet al pobre del que se hizo amigo, al pobre con el que se encariñó.

Eso es Tebas Land: la decisión de aceptar esa diferencia, sobre todas las cosas y como primera acción, para luego sí problematizarla. Y entonces la verdad en la representación, la posibilidad de construcción de verdad escénica, de verosimilitud. Entonces actuaciones orgánicas, con un Perotti haciendo el papel más difícil de su vida, el de él mismo, y un Otero con el mismo dilema: el de encarnar ya no a un personaje que puede ser distinto a él por historia, edad, religión, parecido físico u idioma, sino a uno que es distinto por condición. Porque no está más o menos conflictuado con su lugar en el esquema del mundo sino que simplemente no puede entrar a él, porque para él no hay lugar, porque el mundo es demasiado para los que son como él. Porque Otero es el actor que Martín no puede ser, el que hace de él en una obra de teatro que un director hace por encargo para el Teatro San Martín,

Por eso Tebas Land es honesta, y por eso también es una joya. No es más ni menos de lo que puede ser y entonces es todo, el cien por cien de sus posibilidades. Y podrían –y deberían– señalarse todos sus otros aciertos, desde lo dramatúrgico hasta algunas brillantes ideas de puesta en escena, pero esto es lo más importante que se puede decir. Porque sin verdad no hay teatro. Y sin teatro no hay espacio para pensar la realidad, ni para combatirla.