En algún lugar de los muelles de New Orleans, el 12 de diciembre de 1970, Jim Morrison perdió su "mojo", ese intraducible término que alude al encanto, al toque, la gracia que mueve a los talentosos. Borracho hasta el tambaleo, subió al escenario del Warehouse -un local impregnado por el olor a humedad del río Mississippi y las "vibras demoníacas"- con esa fanfarronería ebria que ya era marca registrada. Rápidamente comenzó a olvidar las letras de las canciones clásicas de The Doors, gritando la letra de "St. James Infirmary Blues" sobre cualquier canción que sus compañeros de banda estuvieran tocando. El intento de hacer una nueva composición, "Riders on the Storm", fue abortado, y Morrison intentó volver a ganarse el favor de un público irritado con una larga y confusa broma sin remate. Hacia la mitad del show, su esencia simplemente había desaparecido.

"El pantano y los espíritus diabólicos conspiraron para eliminar el espíritu de Jim", escribió Ray Manzarek, tecladista de The Doors (fallecido en 2013), en su autobiografía de 1988 Light My Fire. "Promediando el show, su energía, su fuerza vital, su chi, simplemente lo habían abandonado. Se convirtió en vapor".

Según algunos reportes, en un punto de la noche Morrison colapsó en el escenario y se negó a levantarse. Al llegar los bises, pasó "Light My Fire" desplomado sobre el micrófono y "The End" sentado en la tarima de la batería, hasta que el baterista John Densmore lo empujó con el pie en dirección al pie de micrófono. De pronto pareció golpeado por una furia incandescente, quizá hacia su demonización por parte del establishment, la probabilidad de ir a prisión en el futuro inmediato, su falta de control personal o su incapacidad para trasladar los ideales de la contracultura hippie a una expresión creativa libre y sin trabas. Como fuera, tomó el pie de micrófono y empezó a estrellarlo contra el escenario, haciendo volar astillas. Su rabia sólo se disipó cuando un "plomo" le puso una mano en el hombro, un signo de que todo -el momento, el show, The Doors- había terminado. 

El Rey Lagarto había perdido sus escamas doradas y se había convertido en una cáscara. Fue el último show de su vida.

Si hubo alguna vez una mariposa destrozada contra una rueda, ese fue Jim Morrison. En los primeros días de The Doors emergió como un símbolo sexual casi místico para la generación del LSD. Al frente de una banda capaz de mixturar rock, jazz, blues y tonos clásicos en un guiso alucinógeno y a tempo, fue la contracultura personificada; un poeta afín a los textos antiguos y a los espíritus arcanos del desierto, un rebelde rabioso y un carismático chamán del rock con una estructura ósea que parecía esculpida por Zeus. Una vez fue arrestado en New Haven, en 1967, por improvisar en el escenario una arenga poética pero llena de obscenidades sobre un policía que le había lanzado gas pimienta en el backstage. Sus performances eran legendariamente impredecibles: "una mierda loca y salvaje", escribió Manzarek sobre los trucos de escenario de uno de los primeros tipos que se lanzó sobre el público. "Subirse a las columnas de sonido, colgarse del techo, toda esa clase de cosas jodidamente absurdas".


"Siempre fue así, incluso desde el comienzo", dice hoy Robby Krieger, el guitarrista de The Doors. "Nosotros simplemente lidiábamos con eso. Era parte de la razón por la que la gente quería vernos, querían ver qué sucedería después. Era bastante loco, pero nosotros no éramos el tipo de banda que hiciera el mismo set, de la misma manera, cada noche. Era siempre diferente, y Jim siempre nos podía llevar a algún lugar donde no habíamos ido la noche anterior. Simplemente le gustaba joder con la gente. Odiaba la mera posibilidad de ser una de esas bandas que podían tocar las mismas canciones noche tras noche, siempre del mismo modo. Y todos nosotros proveníamos de un lugar con fuerte influencia del jazz, donde siempre estás abierto a la improvisación. Con lo cual... la canción era diferente cada noche, y eso mantenía todo interesante."

Desafortunadamente, todo lo impredecible de Morrison se desparramó también fuera del escenario. Estaba generalmente pegado a una botella de bourbon Wild Turkey, con la que a menudo bajaba toda clase de pastillas. Pasó de ser un libertino de espíritu silvestre a un alcohólico violento, a medida que The Doors empezaba a encontrarse cada vez más en desacuerdo con su propio público: la banda estaba allí para entregar odiseas musicales que empalmaban diversos estilos, pero las multitudes estaban allí por los hits -“Light My Fire”, “People Are Strange”, “Hello, I Love You”- y la conducta de hombre salvaje de Jim Morrison. "No querían intensos actos físicos en el éter, querían un show de fenómenos de circo", escribió Manzarek.

Esta combustible situación finalmente explotó en Miami el 1° de marzo de 1969. Inspirado por un grupo de teatro experimental llamado Living Theatre -que acostumbraba sacar de quicio a su público con un pensamiento anti establishment expresado en performances confontativas que a menudo incluían desnudos-, un intoxicado Morrison se dedicó a antagonizar con los 12 mil fanáticos amontonados en el Dinner Key Auditorium, que tenía capacidad para 7 mil personas. Los llamó "idiotas" y "esclavos", y les gritó: "¡Ustedes no vinieron a escuchar música, vinieron al circo!". Mientras tanto, predicaba el amor libre, el hedonismo y la emancipación: "Un profeta alucinado en el desierto, al amanecer de una nueva era", escribió Manzarek. Con la multitud lanzada a un frenesí que amenazaba con hacer colapsar el escenario, Morrison sostuvo su remera empapada en champagne frente a su ingle como si fuera una capa de torero, ofreciéndole al público mostrar su pene y ocasionalmente corriendo la camiseta muy brevemente. "No se vio nada", argumentó Manzarek. "El incitó y burló y engatusó al público, haciéndole creer que les había mostrado su miembro. Los hipnotizó, creó una alucinación religiosa."

La multitud invadió el escenario y se trabó en lucha con el personal de seguridad; Morrison mismo fue empujado por uno de los guardias y encabezó un desfile de fans a través de la revuelta en el auditorio. Cuatro días después, mientras estaba de vacaciones en Bahamas, llegó el rumor de que se había librado una orden de arresto para el cantante, alegando que había simulado un acto de sexo oral (al arrodillarse frente a Krieger durante un solo), había expuesto sus partes íntimas (a pesar de que no había ninguna evidencia fotográfica entre las 500 imágenes presentadas), insultar al público y estar borracho (lo que sí se ajustaba a la realidad). "Ese asunto de Miami fue toda una gran mentira"; dice Krieger hoy. "Jim nunca hizo lo que dijeron que había hecho. De hecho, después del show estuvimos tomando unas cervezas con los policías en el camarín. Así que nadie fue arrestado, nada pasó hasta una semana después, cuando a un político se le metió en la cabeza hacer un gran asunto sobre el show y lo sucio que había sido. Jim había insultado y eso, pero todo lo demás era basura."

Lo que había sido planeado como una declaración liberadora terminó siendo una camisa de fuerza para The Doors. Las estaciones de radio dejaron de pasar su música, echando al cesto el éxito en los rankings de su cuarto disco, The Soft Parade. Con solo cuatro shows realizados anteriormente, Miami había sido planificado como el comienzo de su primera gira bien organizada por veinte ciudades. Uno a uno, los lugares previstos fueron cancelando las fechas; The Doors entró en una lista negra. "Tenían esta cosa llamada Hall Manager’s Association o algo así que decidió que The Doors ya no era apropiado para tocar en ninguno de sus locales", dice Krieger. "Y ellos eran dueños de todas las salas grandes. Tomó como un año que se calmaran sobre el asunto, y al fin fuimos capaces de tocar en algunos lugares. Y aun así no fue fácil, porque cada vez que tocábamos podían haber unos 30 policías al frente del escenario, simplemente esperando para jodernos."

Cuando The Doors finalmente volvió al escenario, fue con una nueva cláusula insertada en sus contratos que habilitaba a detener el show y confiscar todos los ingresos de la banda si Morrison decía demasiadas malas palabras en escena. En uno de los costados del escenario podían aparecer dos policías con órdenes de arresto en blanco, listos para llenarlas con alguna ofensa. Con el LSD declarado ilegal, en el otro costado podían aparecer dos policías del escuadrón del vicio, esperando conseguir una condena para los reyes del rock ácido.

A pesar de toda esta demonización, The Doors ingresó en 1970 con un ánimo optimista. Después de la larga génesis del experimental y orquestal Soft Parade, que solo se estiró y tensó por el errático comportamiento de Morrison -que junto a las sesiones se dedicaba a sus pasiones por la poesía, el cine y la bebida contumaz-, el grupo disfrutó volver al formato de cuarteto rockero expresado en el quinto album, Morrison Hotel. Fue un éxito internacional. "Sabíamos cómo hacer discos, no era ciencia espacial. Todos estábamos en un buen lugar musical; haber terminado con Soft Parade, que nos llevó una eternidad, nos dio un buen espacio", dice Krieger.

En medio del proceso judicial, la banda fue autorizada a volar al Reino Unido en agosto para tocar en el festival Isle of Wight. "Eso estuvo muy bien", recuerda el guitarrista. "La mejor parte fue que me pude sentar junto a Jimi Hendrix en el avión todo el viaje a Londres. Un tipo realmente cool. El show fue bastante loco, estaban haciendo una película de todo el asunto y tenían luces realmente brillantes. A Jim mucho no le gustaba eso, había ganado peso, se había dejado crecer la barba, no se veía muy bien. Supongo que esa fue la razón por la que insistió en tener las luces muy bajas y teñidas de rojo, no sé por qué. Jim no movió un puto músculo todo el tiempo, lo cual era algo aburrido; pero en general creo que dimos un buen show", señala, y continúa: "Fue una noche muy loca, porque había centenares de pibes afuera que no podían entrar, se enojaron y tiraron abajo las vallas. Los policías empezaron a pegarles, Joni Mitchell lloraba... una noche muy, muy loca."

De todos modos, cuando en octubre volvieron a Estados Unidos, Morrison perdió el juicio por lo de Miami. Sobre él flotaban seis meses de trabajos forzados en la cárcel de Raiford, pendientes de una apelación. Ese era el peso que Morrison soportaba sobre sus hombros en New Orleans, intensificando su alcoholismo y aplastando su espíritu. En la ola de ese desastroso show final de The Doors con Morrison, la banda llegó a la conclusión consensuada de que debían dejar las giras.

¿Cómo se sintió Krieger con esa decisión? "No muy bien. Pero parecía la cosa correcta que había que hacer en ese momento. Yo esperaba, confiaba plenamente en que comenzaríamos de nuevo en algún punto... pero desafortunadamente eso nunca sucedió."

El show marcó un punto de no retorno. Ese invierno, las sesiones para el sexto disco, L. A. Woman, incluirían algunas de las más legendarias canciones de la banda -"La Woman" y "Riders on the Storm" entre ellas-, y Morrison mostró signos de estar reformándose. Podía aparecer en la sala de ensayo sobrio y comprometido: "Eso fue realmente muy bueno para Jim", dice Krieger. "Se estaba quedando en un motel al otro lado de la calle, con lo que siempre estaba allí y era divertido para él." También respondía bien a las intervenciones de sus compañeros para frenar su alcoholismo; asumía que tenía un problema y prometía encararlo.

¿Las cosas se veían mucho más luminosas para The Doors antes de que Jim se fuera a vivir a París con su novia Pamela Courson, tras terminar de grabar L. A. Woman? "Sí, especialmente después de que el disco fue lanzado y empezó a irle muy bien", señala Krieger. "Nunca imaginamos que Jim fuera a morir allá. Fue algo realmente horrible."

De manera triste, las adicciones de Morrison no fueron abordadas lo suficientemente rápido. El 1° de julio de 1971, con la apelación aún en trámite, Morrison murió de un ataque cardíaco en la bañera de su departamento en París, con solo 27 años.  "En esos días no teníamos rehabilitación o cualquiera de esas cosas", dice Krieger. "Tratamos de hacerlo dejar de beber y todo eso un par de veces, pero nunca funcionó del todo, y estábamos esperando que al irse a París fuera una vibra completamente diferente, con la que podría limpiarse, eso fue lo que dijo. Pero es algo muy difícil de conseguir por la tuya, y sucedió todo lo contrario. Si Jim hubiera regresado de París, estoy seguro de que hubiéramos vuelto a tocar, pero nunca lo sabremos."

The Doors volvió a girar para apoyar el lanzamiento de albumes post-Morrison como Other Voices (1971) y Full Circle (1972), pero estaban condenados a ser eclipsados por su propio mito y tragedia. Los tres músicos restantes se separaron en 1973 y, a pesar de seguir tocando la música de The Doors con varias formaciones, desde entonces solo se han reunido de manera esporádica: para ponerle música a la poesía de Morrison en An American Prayer (1978), y para eventos como su inducción en el Rock and Roll Hall of Fame o el especial de VH1 Storytellers, con los zapatos de Morrison ocupados por una serie de cantantes de voz profunda como Eddie Vedder, Perry Farrell, Scott Weiland y Ian Astbury.

"Hace poco encontramos una grabación de uno de los últimos shows", cuenta Krieger. "Esperamos poder usar algo de eso. Quizá no sea tan bueno, pero es un evento histórico." Ciertamente, aunque el último show de Morrison en New Orleans no sea el mejor momento en vivo de The Doors, en las cinco décadas que siguieron creció en significado. Representa el sueño de los sesenta con su potencia evaporada por un status quo que se sintió amenazado, pero también la necesidad de rabia y rebelión en el nombre de las libertades personales. Puede haber sido el derrumbe de un ebrio que veía todo rojo, pero cuando Morrison la emprendió contra el escenario del Warehouse, una genuina exhibición de furia y frustración frente a la estudiada destrucción de The Who, le allanó el camino al nihilismo punk y el dio al rock de izquierda una carta blanca para emprenderla contra todo. Puede haber parecido un balbuceo, pero encendió todo un nuevo fuego.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.