Ante una nueva remake, esa nueva versión de Autumn De Wilde de la novela de Jane Austen, valga comenzar –por orden de aparición en el éter de la ficción- por la archiafortunada Miss Woodhouse (rol que asumió Gwyneth Paltrow en la cinta dirigida por Douglas Mc Grath, basada en el texto de la inglesa, siendo ahora Anya Taylor-Joy quien toma el relevo, la misma del rol protagónico de Gambito de Dama), quien, exonerada de toda actividad útil y práctica, y tratando de obliterar ese persistente desasosiego, se consagra a procurar sacar de perdedoras a sus amigas (todas dainty debs) (1) y en su empeño, como yapa, como bonus-track, no logra evitar, en tales vareos, el reclutar a un admirador, lo que implica un programa a futuros más o menos inmediatos, pues a esa núbil vecina del pago de Eric Clapton (el condado de Surrey, en el sur de Inglaterra), ya con veintiún años de edad, se les está pasando el arroz, de ahí su latente urgencia, por lo cual se ocupa de recorrer el espinel, con el fin de ir fichando el pedigree y relojeando los aprontes, léase la performance social de cada candidato –cómo se las rebusca a la hora de danzar una cuadrilla, por ejemplo-, ir pronosticando quién habrá de acompañar a la dama de rigor a saltar la rama de retama (2), o sea: se constituirá, sacrosanto compromiso matrimonial mediante (a la girl) en el donante del material genético pro procreación.
Como tantas y tantas otras veces ha sucedido con otras, sus pares, a esta primera Emma le acontece lo que también, luego, a sus dos tocayas francesas, que también habrán de verse trasladadas desde la pulpa de celulosa de esas páginas donde los lectores se imponían de sus andanzas, al transparente celuloide. Peculiar, curiosa trinidad conforman esas tres Emmas que no sólo comparten su existencia en la ficción sino que a poco de que el lector se va enterando de sus correrías, se percata de otro rasgo en común; el hecho de que las tres mancomunadamente padecen los nocivos efectos de un espeso, corrosivo spleen. Efectivamente: idéntico hastío, uno y trino, las afecta más o menos agudamente. Podrían –collage mediante– prestarse a representar las tres Gracias, sean las que incluyó Sandro Boticelli en su Primavera, o –aún más robustas– en la versión de Pieter Paul Rubens, o más delgaduchas, según Lucas Cranach, el Mayor. Son, definitivamente, sí, del mismo palo, revistan en la misma runfla, medran en la misma góndola, se hallan caratuladas en esa única carpeta en la que militarán por siempre jamás con el mismo derecho y donaire que la hija de Odette de Crécy: Gilberte Swann, y la amiga de ésta, Albertine Simonet, esas ninfas normandas, ese par de muchachas en fleurs del segundo tomo de En búsqueda del tiempo perdido de Marcel Proust.
Efectivamente: esa Emma que imaginó Gustav Flaubert, la eternamente insatisfecha Madame Bovary, neé Rouault, compartirá mancomunadamente con su predecesora el percibir que su ánimo va siendo corroído por el plúmbeo tedio del hinterland francés. Es éste el avatar de la primera del dúo de franchutas -quienes, cada una con su estilo, tratan de empardale a quien las precedió. He allí la deriva en la que se debate la desposada con ese médico de provincias, esa fastidio de amplio espectro que le provee la atonía de su condición de ser la esposa de un –¡evidentemente!– hiper soso cónyuge, y las soluciones ilusorias, los parches con que va tratando, répris tras répris, de atenuar ese vivir sinvivir de cabotaje.
La tercera –¡y también vencida!- es esa muchacha, cuyo nombre bíblico da título a la novela (3), cuyo argumento se conoció mayormente por su versión fílmica, esa escabrosa –¡en esos pretéritos tiempos!– Emmanuelle, conspicua muestra de ese ya extinto estilo llamado softcore. Es decir: esa primitiva expresión del género porno, el que –y también en este caso– siempre representa una mezcla del estilo de cuentos de hadas con el de ficción fantástica. En este postrer caso, la vacuidad la lanza a lanzarse a esa miscelánea cuan apassionata maratón de joint–ventures (o, si acaso, a la vez: ¡venture joints!) que en tierra tailandesa constituye esa sucesión de floreos, esa deslindada fuga hacia adelante de la harto joven y poco experta esposa del diplomático francés.
Es Eros –impactando de modo diverso según la época- quien impulsa a ese trío de tan agraciadas lucys in the–rural–sky with diamonds, a esa flor de heroínas, todas niñas bien, pretenciosas y engrupidas, a cual más ahíta de inquietud y melancolía, esa variante no metropolitana del existencial desasosiego, ya que salta a la vista el hecho de que no deban preocuparse con ganarse la vida, pues tienen el techo y la pitanza asegurada y por ende, obviamente, poco –-útil y práctico-– quehacer... Can’t get no satisfaction, gorjeaban los Stones.
Una apostilla sobre Jane Austen y sus desvelos
Fue en 1815 que John Murray II --editor de Childe Harold's Pilgrimage de Lord Byron-- publicó Emma, sin que en la portada se indicase a Jane Austen como autora del texto, algo que no acontecería con el libro del –luego afamadísimo- poeta. (Dos años después, ésta habría de fallecer por tuberculosis). La escritora ya había escogido el nombre Emma para el personaje de un texto redactado en sus años mozos: Edward y Emma, uno de los tantos conocidos como Juvenilia, y que ella llamaba sencillamente Volumes.
La autora ya había conocido este mismo trato descomedido cuando Sense and sensibility (Sentido y sensibilidad) fue publicada en el mes de octubre de 1811, sin que su editor, Thomas Egerton, mencionara su nombre. Lo propio aconteció con la publicación de Mansfield Park, en la que tampoco se la refería precisamente.
A principios de 1803, el hermano de Jane, Henry Austen, ofreció la novela epistolar Susan a Benjamin Crosby, un editor de Londres, quien pagó diez libras por los derechos de autor. Crosby prometió su pronta publicación pero no cumplió con su palabra. El manuscrito permaneció inédito, en sus manos, hasta que Jane recompró los derechos de autor del mismo en 1816. Fue publicada en 1874, póstumamente, de igual guisa que otras dos novelas: Northanger Abbey (La abadía de Northanger) y Persuasion (Persuasión). Su inacabada novela Sanditon supuso un desafío para muchos, lo que derivó en un importante número de versiones de tal texto con el fin de que los lectores puedan enterarse de cómo Miss Charlotte Heywood, la doblemente viuda Lady Denham, los Parker y otros vecinos de la villa continuarán con sus desvelos.
1- Dícese de las delicadas (dainty) pétalas que se proponen debutar…
2- Saltar esa bendita rama implica abandonar de una vez y para siempre la soltería (condición que un vez perdida, no se recupera, mal que les pese a los que así se declaran luego de divorciarse), pues así debe traducirse correctamente la expresión inglesa: jump the broom stick (y no como muchos, que tan frecuente cuan erróneamente han traducido los que han creído que se trata del broomstick, o sea, el palo de la escoba. Esa expresión remite a una densísima historia, la que, amén de otros aspectos, refiere a un modo irregular de contraer matrimonio, lo que podía implicar cambiar de condado, estado, etc., donde el mínimo de edad para hacerlo fuera menor, con el fin de alcanzar la meta. Así se intitulaba el hit de Brenda Lee, anteriormente grabado por un combo de Nashville: Alvin Gaines & The Themes).
3- Una tal Emmanuelle Arsan se atribuía la autoría del texto. Con el tiempo hubo quienes comenzaron a afirmar que el verdadero nombre de la escritora era la tailandesa Marayat Bibidh… pero hay quienes afirman que el verdadero autor fue su esposo, el diplomático francés Louis-Jacques Rollet-Andrianne. Si así fuere, se trataría de un caso que constituiría la versión en banda negativa de lo que acontecía con las novelas que redactaba Sidonie-Gabrielle Colette, y que firmaba su marido, Willy (nacido como Henry Gauthier-Villars).