La foto que ilustra estas reflexiones me la mandó Marcos Zimmermann hace unos días. Apenas la vi en mi celular pensé que se trataba de un mensaje findeañero psicópata, pero no. Tal vez ahora algunos piensen que es de mal gusto. Que las cosas cambiaron, me dirán. No lo tengo tan claro. La foto pertenece a diciembre de 2017, cuando el verdurazo. Por entonces un cronista sin firma de este diario escribía: “En medio de una nube de gas lacrimógeno, dos mujeres y un hombre retroceden y caen, cubriéndose los ojos con las manos, sobre cajones repletos de berenjenas. Esa es una de las postales que ayer dejó la represión de la Policía de la Ciudad a las familias de la Unión de Trabajadores de la Tierra cuando intentaban concretar en Plaza Constitución un nuevo “feriazo”. La protesta, en la que los pequeños productores rurales venden frutas y verduras a precio justo, fue desarmada por la policía a fuerza de balas de goma dirigidas a feriantes, consumidores y trabajadores de prensa por igual que, además, secuestraron decenas de cajones con mercadería en camionetas del Gobierno porteño”. A las postales que sugiere el cronista, incorporo esta foto de Marcos a este otro diciembre. Acaso, me pregunto, la imagen no puede invitar a creyentes y no creyentes, culpables y culposos, a pensar en el Niño Jesús. Obvio, recurriendo a un realismo puro y duro. Es cierto, la foto tiene tres años de edad, quizás la misma del chico en la foto, pero su potencia y su belleza --porque puede también haber belleza en registrar el dolor-- alcanzan estos días. En la historia de la filosofía se ha discutido en más de una ocasión acerca de la relación entre la belleza y la verdad y entre la verdad y la justicia. El chico que se ha quedado dormido sobre el cajón en instantes será testigo y víctima del ataque policial. Traer esa imagen a este presente puede ser considerado oportunismo crítico, pero no. Hace unos meses nomás, no demasiados, nos enterábamos por los medios de esos chicos que jugaban con los remanentes de los proyectiles policiales mientras avanzaba la represión sobre los acampantes de los terrenos de Guernica. Pero, de qué estoy hablando. Del ultraje a la infancia, ninguna novedad. Por esta razón me gustaría compartir esta imagen no sólo con los lectores de este diario. También con la “clase” política. Seguramente no pocos coincidirán conmigo que el ser político, en términos éticos y militantes - no es sólo pertenecer a una clase, sin embargo hay políticos que a menudo suelen aparecer elegantes y glamorosos, champagne en mano, codeándose con celebrities en esas fiestas empresariales benéficas del poder y figuran en los medios faranduleros. Se los suele ver felices, muy. Gozan de una felicidad --y una impunidad-- de “clase”. La felicidad, ese absoluto que se desea en las postalesde esta época, está visto, no es una sola. Qué felicidad estaría soñando ese chico que duerme sobre un cajón --que no será el último-- antes de las balas y los gases.