No soy una bruja                               5 Puntos

I Am Not A Witch, Gran Bretaña/Francia/Alemania/Zambia, 2017.

Dirección y guion: Ryongo Nyoni.

Duración: 93 minutos.

Fotografía: David Gallego.

Intérpretes: Maggie Mulubwa, Henry B.J. Phiri, Nancy Mulilo, Margaret Spinella

Estreno en Mubi como I Am Not A Witch, subtitulada al castellano.

“Somos soldados del gobierno y estamos acostumbradas. Estamos acostumbradas y no nos cansamos”, canta con felicidad un grupo de mujeres detrás de una barda, los rostros enteramente maquillados con una gruesa capa de pasta blanca. Se trata de presuntas brujas, condenadas como tales por la población vecina, pero usadas por el gobierno local como esclavas de hecho. Se les da, sobre todo, la función de atracción turística. Como si estuvieran en un zoológico, los turistas europeos las fotografían alegremente, y sólo faltaría que les arrojaran trozos de alimento balanceado. Créase o no, no se trata de una fabulación disparatada sino de una realidad concreta, que tiene lugar al día de hoy en Zambia. Dirigida por la realizadora Ryongo Nyoni, radicada en Gales, I Am not a Witch no es sin embargo un documental, sino una ficción que parte de ese hecho real. De hecho el tono dominante es el de la farsa, con toques de realismo mágico. Así, un resorte central de la trama son unos carretes de hilo gigantes que mantienen atadas a las brujas, “para que no salgan volando”.

Presentada en Cannes y Toronto y ganadora de un Premio Bafta a la mejor opera prima, I Am not a Witch transcurre en una meseta reseca, donde las pasturas están quemadas. Hasta allí llega una niña (no está claro cómo ni de dónde viene), a la que por un accidente ínfimo se juzga como bruja. Una niña es más rendidora como atractivo turístico que un grupo de ancianas, por lo cual el funcionario civil local, Mr. Banda, comienza a instruirla en el arte de la adivinación y, sobre todo, de la invocación al cielo para que haga llover. Pero Shula, que así la han bautizado las mujeres, parece irreductible. No sólo porque no sabe hacer ninguna de esas cosas (no hasta el final, al menos) sino porque permanece obstinadamente muda, los labios apretados y la mirada inescrutable.

Si el cine fuera un medio puramente visual, I Am Not a Witch estaría muy bien. Los planos son pacientes y expresivos, el ancho del scope se usa para destacar la sequedad que signa la zona, en algún plano la cámara toma distancia para no caer en la obviedad dramática, el rostro de la protagonista Maggie Mulubwa, frecuentemente fotografiado en primeros planos, hace saber el malestar que no se anima a exteriorizar. Pero además de lo visual una película completa su sentido en otros planos: el narrativo, el dramático, el tonal. En el primero de ellos, el carácter episódico de algunas escenas las convierte en una suerte de gags que no dejan huella. En términos dramáticos la película hace obvio su sentido, como sucede con los simbólicos lazos que atan a las mujeres. O incurre en la farsa gruesa, con Mr. Banda comportándose como un payaso de traje en una escena tras otra. El final no sólo no guarda la menor relación con esa tonalidad dramática sino que es inadmisible en términos éticos, por el mismo motivo por el cual Alfred Hitchcock jamás se perdonó haber jugado con la vida de un niño en su film Sabotaje, de 1936.