Nadie podía imaginar en Ostende que la Noche de las Ideas, el primer encuentro cultural del 2020 con invitados franceses y argentinos, sería el último presencial. “Nuestra pasividad frente aquello que se anuncia como catástrofe tiene que ver con la confianza en el progreso. Hay una profunda convicción de que la mente humana es capaz de hallar soluciones en su cara a cara con la naturaleza. Esta representación incita cierta forma de pasividad y nos impide comprender que se necesitan medidas que cambien radicalmente nuestro modo de vida”. La advertencia del filósofo francés Florent Guénard, en la conferencia “Estar vivo y mantenerse vivo: la cuestión de la catástrofe”, caía en el saco roto de esa pasividad que, al fin de cuentas, impedía avizorar la catástrofe mundial que desataría la pandemia de Covid-19. La producción y venta de libros se desplomó en los primeros seis meses del año entre un 40 y 50 por ciento. A partir de agosto, la maquinaria editorial volvió a funcionar y las ventas comenzaron a recuperarse, pero sin alcanzar las magras cifras del 2019.

Dos pandemias se combinaron para hacer leña del árbol caído: la pandemia del macrismo -con recesión, ajuste, caída del consumo y alta inflación- y el coronavirus. No hay números definitivos que puedan medir el daño que provocó en la industria editorial argentina: escritores, editores, traductores, libreros, imprenteros, correctores, diagramadores, diseñadores vivieron dos meses y medio con una incertidumbre nunca antes padecida. El panorama era desolador por donde se lo miraba: sin la Feria del Libro de Buenos Aires, con las librerías y las imprentas cerradas, abril y mayo fueron los meses más duros y asfixiantes. 

Las editoriales, especialmente los grandes grupos, suspendieron el plan de publicaciones hasta nuevo aviso y rescindieron contratos. Muchos trabajadores precarizados del sector (la precariedad en la cultura y el periodismo debería suscitar una reflexión que excede a este modesto balance) perdieron sus trabajos o se vieron afectados por la reducción de sus salarios. El comercio electrónico, a través de plataformas como Mercado Libre o las páginas y tiendas digitales desarrolladas por las librerías, desplegaron una oportunidad en medio del desierto a la vez que revelaban un universo disímil: las grandes estructuras, las librerías de cadenas y de grandes superficies, resultaron tener más dificultades para adaptarse al nuevo formato de venta no presencial. Las medianas y pequeñas librerías de barrio supieron encontrar en esta modalidad una alternativa. Para algunos las ventas online fueron insuficientes; para otros, en cambio, estuvieron a la altura de las circunstancias o incluso superaron las expectativas previas.

“Se rompió todo”

El “rompan todo” que dijo Billy Bond el 20 de octubre de 1972 a sus seguidores en el Luna Park -título que toma un polémico documental sobre la historia del rock en Latinoamérica- tiene una especie de correlato, cuarenta y ocho años después, en un tuit que escribió Pablo Braun, dueño de la librería Eterna Cadencia, a principios de junio: “Se rompió todo. Planeta se puso a vender (puenteando a librerías) por Mercado Libre”. Que uno de los grandes grupos editoriales haya decidido vender directamente -una decisión legal, aunque muy antipática, el principal canal de ventas- encendió las alarmas ante una medida que, además de generar mucho malestar, podría conducir al cierre de muchas librerías. La práctica de la venta directa no era monopolio exclusivo de uno de los gigantes monopólicos de la edición. Las editoriales pequeñas, las que se conocen como “independientes”, también vendieron directamente. El perjuicio que produce que una editorial chica venda un par de ejemplares no es comparable a que lo haga uno de los principales jugadores del mercado. Pero si todos venden directamente, más temprano que tarde, el ecosistema de las librerías colapsaría. El temor de la amazonización del mundo está en el futuro inmediato, especialmente en un escenario de rebrote y nuevo confinamiento, con restricciones en la circulación y cierres de locales no esenciales.

Ni una librería menos

Lo que se rompió de la “vieja” normalidad es un modo de socialización que nadie puede arriesgar cuándo volverá. Si antes el flujo de trabajadoras y trabajadores por avenida de Mayo, Corrientes o Santa Fe garantizaba que las librerías tuvieran una clientela más o menos importante, engrosada además por los turistas, desde mediados de marzo el microcentro porteño y aledaños es “tierra de nadie”. O de pocos. Circulan muchas más personas hoy en las librerías de barrio que en las que están sobre Corrientes. Uno de los principales reservorios de libros descatalogados no pudo resistir. La histórica Librería de las Luces (Av. de Mayo 979) anunció que cerrará por la crisis económica que el coronavirus agravó hasta lo inimaginable. La Cámara de Libreros y Editores Independientes (CALEDIN) lanzó la campaña “Ni una librería menos”, en la que alertan que otras librerías como Librería de Ávila -la más antigua del país y del mundo-, Punto de Encuentro y La Cueva están en una situación complicada. Aún con el repunte de las ventas de los últimos meses, la facturación en estas librerías alcanzó apenas entre un 10 y un 20 por ciento respecto del 2019.

El Estado nacional asistió con distintos instrumentos al sector editorial. La 15° edición del programa Libro% de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip), que hasta 2019 se hacía de manera presencial en la Feria del Libro, pasó a la virtualidad y se extendió del 4 de mayo al 19 de junio para que los bibliotecarios de todo el país pudieran comprar libros con un descuento del cincuenta por ciento. Bajo la modalidad online 913 instituciones recibieron un subsidio de 50.865 pesos cada una; el promedio de libros comprados por biblioteca fue de 154 y el total alcanzó los 132.957 ejemplares. La otra herramienta fue el programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP), del ministerio de Desarrollo Productivo, que consistía en que el Estado abonaba parte del salario de los trabajadores registrados en las editoriales, imprentas y librerías. 

El ATP funcionó de mayo a octubre. En noviembre las empresas del libro, hasta entonces beneficiadas con el programa, pasaron a ser consideradas actividades “no críticas” y dejaron de recibir el ATP, una medida que generó protestas entre las cámaras del sector, editores y escritores, que lanzaron la consigna “Sin ATP no hay libros ni librerías argentinas”. Como advirtió Carlos Díaz de la editorial Siglo XXI, uno de los pocos que se atrevió a cuestionar la falta de matices de esa campaña, el sector editorial no está en la misma situación que al principio de la pandemia.

Elogio de la hibridez

Cuando varios actores del sector del libro piden que vuelva la “normalidad” como única solución a los problemas que atraviesan, se quedan atrapados en un enunciado desiderativo y pierden pie en la realidad: la vacuna no es mágica, lo presencial continúa siendo limitado en términos de cantidad de personas, la pandemia no ha sido superada. La Fundación El Libro, la entidad que organiza la Feria, se encontró a casi un mes de la que sería la 46° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, con La Habana como ciudad invitada y el discurso de apertura a cargo de Horacio González, con el establecimiento del aislamiento social, preventivo y obligatorio. Entonces se apeló a los materiales de archivo y hubo poco contenidos propios producidos especialmente, como si el espacio de la virtualidad –ya sea en Zoom, Instagram o Youtube- se pudiera rellenar de cualquier manera, como si tuvieran límites para aprovechar el potencial federal y latinoamericano que tiene el universo digital.

El festival internacional de literatura Filba online consiguió en este 2020 ofrecer la mejor programación de su historia con la inauguración de la escritora estadounidense Joyce Carol Oates y la participación del rumano Mircea Cartarescu, las estadounidenses Vivian Gornick y Siri Hustvedt y la antiguana Jamaica Kincaid, entre otros escritores. Más de mil personas escucharon a Oates el 16 de octubre, más de cuatro auditorios Malba (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires), donde se solía hacer la apertura y que tiene una capacidad máxima de 224 personas, y el video acumula más de 7.400 visualizaciones. Dos ejemplos más: la entrevista a Gornick tiene 9.477 visualizaciones y la de Hustvedt, 10.559. Más allá de lo costoso que es traer a una escritora o escritor (pasaje aéreo más alojamiento), lo presencial volverá, los escritores y artistas viajarán; pero sin perder de vista la opción del streaming, para que los festivales y encuentros no sean sólo de alcance porteño.

Las pantallas cansan (mucho), pero han sido un instrumento que amortigua la profunda desigualdad en el acceso a la cultura. Que a Hustvedt o a Gornick las hayan escuchado en vivo desde Catamarca, Santiago de Chile, Montevideo, Córdoba, Santa Cruz, Tierra del Fuego, Formosa, Chaco, Bogotá y Medellín, por citar apenas un puñado de ciudades del país y del resto de la región, es un logro enorme que se debe mantener. Otro encuentro que mostró una programación de alta calidad fue la cuarta edición de Basado en Hechos Reales (BHR), el festival de no ficción que tuvo que modificar su fecha prevista por la muerte de Diego Maradona y agregó la mesa “Cómo narrar a Dios” con Juan Villoro a la cabeza (898 visualizaciones) y un homenaje especial a Maradona del cineasta Emir Kusturica, lo más visto del festival con 14.447 visualizaciones.

La 9° Feria de Editores (FED) encaró su versión digital con la misma garra con que organizan el formato presencial en Ciudad Cultural Konex. “La salida es colectiva”, fue el lema que eligieron en esta edición las más de 160 editoriales de Argentina y América Latina para ofrecer sus mejores libros, una feria que también desplegó una programación cultural con entrevistas a la escritora mexicana Margo Glantz y al francés Roger Chartier, y un homenaje a Clarice Lispector por el centenario de su nacimiento. Los organizadores de la FED –los editores Víctor Malumián y Hernán López Winne de Ediciones Godot- articularon una plataforma digital que permitía acceder a las redes de cada uno de los sellos participantes. La compra se concretó a través de una librería que cada editorial tenía previamente asignada. Unas 28 mil personas visitaron la página de la FED y se vendieron cerca de 8 mil libros.

Tres escritoras argentinas fueron reconocidas durante 2020. Perla Suez recibió el Premio Rómulo Gallegos por su novela El país del diablo; Camila Sosa Villada ganó el premio Sor Juana Inés de la Cruz, que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, con Las malas; y Mariana Enriquez obtuvo dos reconocimientos: en julio se quedó con el Premio Celsius de la Semana Negra de Gijón por Nuestra parte de noche (que en 2019 obtuvo el premio Herralde de Novela); y a fines de septiembre, el Premio de la Crítica 2019 en la categoría Narrativa también por Nuestra parte de noche, y fue la primera escritora argentina esta distinción que otorga anualmente desde 1956 la Asociación Española de Críticos Literarios (AECL).

 

2020 fue el año en que las editoriales independientes y las pequeñas librerías sobrellevaron mejor la pandemia. Aliadas y en diálogo constante, supieron construir una intensa comunidad online que les dio mayor visibilidad a los catálogos y lograron sostener una conversación fluida con los lectores. Del 5 al 8 de diciembre se realizó la primera feria presencial del año, al aire libre, en Parque de la Estación. La Feria de Editoriales y Librerías de la Ciudad de Buenos Aires (FELBA), organizada conjuntamente por la Fundación el Libro y el ministerio de Cultura de la ciudad, convocó a unas 1500 personas por día. Ojalá esta modalidad se repita en el mismo lugar o en otros parques y plazas de la ciudad, porque cuesta imaginar que en abril del 2021 se pueda concretar la 47° Feria en la Rural de manera presencial. Adriana Rodríguez de la Libre, librera de esta cooperativa de libros y cultura vinculada con el mundo de la edición independiente y alternativa, se preguntó al comienzo de la pandemia “¿cómo reinventarnos?, ¿cómo mutar y seguir existiendo”, ¿cómo lo hacemos?”. El desafío de acercar los libros y la lectura continuará en 2021. Más allá de los sobresaltos y la experiencia adquirida entre lo presencial y las pantallas, una convicción despunta en el horizonte: esta maldita pandemia no nos ha vencido.