Muy prolífico, Ale Guyot. De los más, en este estadio de la cultura popular urbana, en Buenos Aires. Como cantor y autor, tras ocho discos en lo que va del siglo XXI junto a Bombay Bs As (ex 34 Puñaladas), acaba de publicar su debut solista. Se llama La guerra es adentro, fue producido por Julio Martínez, las once canciones que lo pueblan son suyas, y participan Juan Pablo Fernández y Federico Ghazarossian (Acorazado Potemkin), Elbi Olalla (Altertango), y la cantora Sofía Viola, entre otros y otras. Como escritor, la editorial Alto Pogo le publicó la flamante Sangre, novela cuya sinopsis habla de comedia negra con anclaje temporal en la Buenos Aires incendiada de 2001. Un dos por uno pandémico, en suma, que habla exacto de este personaje de artes llevar. “Terminamos de cerrarlo durante la cuarentena, con todos y todas los que participaron atrincherados en sus casas, dando batalla a la pandemia”, contextualiza Guyot, muy dolido por el fallecimiento de Lautaro, hijo de Juan Lorenzo, guitarrista de Bombay.

-Vos que sos muy creativo para definir lo que hacés, algo a lo que le escapa la mayoría de los músicos. ¿Cómo explicás lo que suena en el disco?

-El álbum está signado por una atmósfera poética confesional que se envuelve en los bordoneos de guitarras eléctricas y criollas, en lo que a mí me gusta llamar "milongas eléctricas". Ellas incluyen, ya desde mi voz, una referencia ineludible a una especie de Zitarrosa enchufado a 220. Por momentos también siento que se acercan a las Ramilongas de Vitor Ramil, o cantautores como Scott Walker y Tom Waits, mixturadas con la influencia de Atahualpa Yupanqui y el Tata Cedrón. En fin, pienso este disco como una suerte de reflexión personal acerca de las posibilidades de la canción popular argentina, tamizada por las asperezas de mi personalidad vocal y compositiva.

-¿Cómo lo leés “en espejo” con Bombay Bs As?

-Bombay busca plantarse en el siglo XXI como un proyecto que aporta nuevas posibilidades expresivas y compositivas para el tango. Para las canciones incluidas en La guerra es adentro, en cambio, buscamos con Julio, el productor, trazar puentes sonoros entre distintas formas musicales ya presentes en la escena porteña.

-Además publicaste la novela. ¿Qué le quita y qué le da al cantor al escritor? ¿Cómo funciona esa retroalimentación?

-Supongo que ese berretín de cantar y contar tiene una filiación directa con Alberto, mi abuelo paterno, un mecánico de calderas ferroviarias de Basabilbaso, Entre Ríos. Él era cantor amateur de tangos y serenatas, pero también un gran narrador oral. Me acuerdo de que después de almorzar solía contar anécdotas de cuando se quedaban los trenes parados por algún desperfecto en la máquina, lo mandaban a arreglar la locomotora y, cuando llegaba, el maquinista estaba como loco porque decía que la luz mala hacía que se moviera el vagón en el que él dormía. Por supuesto que mi abuelo no solo arreglaba la caldera de la locomotora sino que también oficiaba de Sherlock Holmes criollo, porque solía adentrarse en la bruma, farol de ferroviario en mano, y terminaba por resolver el misterio: el vagón no se movía por la luz mala, sino porque las vacas rascaban el lomo contra los parantes de fierro del vagón. Digo con esto que mi abuelo reunía las dos cualidades, que de alguna manera habré heredado.

Sangre, novela debut de Guyot, sucede a Brumarios, libro de poesías y textos breves que el cantor publicó en 2009, y a Canciones de amor, de locura y de muerte, que compila dos décadas y media de su labor como letrista y compositor. “Fue bastante curioso todo el proceso de la novela”, confiesa él. “Siempre fui bastante lector y cada vez que terminaba de leer una novela me quedaba esa sensación de que todas esas historias seguían habitando en mí. Me preguntaba cómo conseguía el autor eso, pero sobre todo me maravillaba descubrir cómo el escritor no sólo contaba una historia sino que también creaba todo un universo adentro de un libro”.

-Un vuelo autónomo respecto de la canción, si se quiere, o una extensión…

-Algo así, porque la novela me permitió explorar ciertas inquietudes, ciertas cuestiones que no podía abordar con la música, o al menos no con tanta profundidad. Debo admitir que soy un historiador frustrado... De hecho, estudié unos años historia, pero la música me fue tironeando hasta que consiguió marcarme el camino. En rigor, además de esta novela, una de las maneras de saldar esa deuda fue grabar con Edgardo González -guitarrista de Bombay- y Hernán Brienza el disco Cielos de sangre, vidalas de amor.

-¿Por qué anudás la novela con la historia?

-El vínculo va por el lado de esa mezcla que aparece en el relato entre una logia de ebanistas medievales, la mafia italiana, la Europa llena de inmigrantes ilegales, y aquella Argentina de los talleres clandestinos bajo los azotes de una de las peores crisis de las últimas décadas, bajo la inquietante mirada de virgencitas que no paran de llorar sangre.

-A propósito de tu vida estética: ¿cuánto tango tiene ser escritor?

-Hay algo que me sigue sorprendiendo de componer canciones y que también pude intuir al escribir esta novela, que fue seguir el proceso de cómo en cierto momento la obra toma el comando y te lleva hacia donde quiere. Sin duda hay algo de éste "racconto" que está presente en el tango, porque cantar un tango no se trata sólo de cantarlo sino que también es contar una historia de vida en dos minutos y medio, cómo mucho tres. Supongo que la canción, aunque sea de manera inconsciente, busca establecer empatías emotivas y afectivas para con un público potencial, mientras que la novela te ofrece la posibilidad de meterte en un universo paralelo en el que el autor puede ficcionalizar ciertas vivencias como punto de partida para vagar hacia otras historias. O bien darle rienda suelta a la creación imaginaria de personajes, historias y escenarios.