Fragmentos de una mujer                5 puntos

Pieces of a Woman; Canadá/Hungría/EE.UU., 2020

Dirección: Kornél Mundruczó.

Guion: Kata Wéber.

Duración: 126 minutos.

Intérpretes: Vanessa Kirby, Shia LaBeouf, Ellen Burstyn, Iliza Shlesinger.

Benny Safdie.

Estreno en Netflix

Atención: esta reseña describe un hecho de relevancia en la trama que ocurre antes de los 30 minutos, sin el cual resulta imposible la argumentación crítica.

Candidata a varias nominaciones importantes en la inminente temporada de premios, Fragmentos de una mujer ya se alzó con el galardón a la mejor actuación femenina en el Festival de Venecia, donde el debut en idioma inglés del húngaro Kornél Mundruczó (Dios blanco, Johanna) tuvo su estreno mundial hace cuatro meses. No es algo injusto: si algo sostiene a este ejercicio de “psicologismo” cinematográfico es precisamente la labor del reparto, donde se luce no sólo la protagonista, la británica Vanessa Kirby, sino también su partenaire masculino, Shia LaBeouf, además de la veterana Ellen Burstyn, esta última en un papel exquisitamente desagradable. Fragmentos… se divide claramente en dos mitades. Una breve, de apenas media hora, luego de la cual aparece en pantalla el título de la película, y el resto del metraje, de 90 minutos. Durante la primera parte, el espectador conoce a los protagonistas, una pareja que atraviesa los últimos días de un embarazo, además de algunos personajes secundarios, detalles del carácter personal de cada uno de ellos, ámbitos y profesiones.

Martha y Sean han decidido tener un parto natural en el hogar, sin anestesias, episiotomías ni asistencia médica, más allá de la presencia de una partera. Mundruczó estructura toda la escena del nacimiento a partir del uso del plano-secuencia –es decir, sin cortes de cámara– introduciendo un elemento de suspenso lógico, consecuencia de los nervios y miedos, del trajín de la rotura de la bolsa, las contracciones y pujos. En medio de la faena, algo sale mal y, más allá de los llamados desesperados para pedir la asistencia de una ambulancia, la vida del recién nacido dura apenas algunos minutos. El punto de partida real de la película, cuyo guion fue escrito por la esposa del realizador, Kata Wéber, comienza allí, y dependerá de cada espectador decidir si aquello que acaba de ver y escuchar forma parte de un achaque de crueldad o, por el contrario, es absolutamente necesario para lo que sobreviene: un film que le debe más a un Bergman o un Cassavetes algo devaluados que a las provocaciones de un Lars von Trier.

El comienzo de la desintegración del matrimonio comienza pocos días después del trágico evento, al tiempo que Martha transita un período de negación que impide el comienzo real del duelo. La matriarca Elizabeth (Burstyn), insiste en el camino legal como único resarcimiento posible, llevando a juicio a la partera (la canadiense Molly Parker) por negligencia. Es durante esa porción intermedia cuando Pieces of a Woman ofrece algunas de sus mejores armas, describiendo la difícil interacción entre los miembros de la familia de Martha –un clan no sólo adinerado sino de cierta alcurnia en la ciudad de Boston– y Sean, operario de la construcción cuyos orígenes distan mucho del estatus social. La(s) crisis no tardan en hacer eclosión y, al tiempo que la protagonista intenta lidiar con la vida después de la muerte, sin demasiado éxito en un primer momento, la existencia de Sean comienza velozmente a descarrillar.

Gran parte de la trama gira alrededor de la idea de la crueldad entre los seres humanos, sobre la imposibilidad de no causar daño a quienes más se ama. Es bastante básica la manera en la cual Mundruczó pone en pantalla esos conceptos, aderezados con un par de símbolos visuales (el puente en construcción, las semillas de unas manzanas en germinación) que serían discutidos fuertemente por cualquier profesor de dramaturgia de primer año. Algo similar puede afirmarse respecto del momento del juicio, suerte de (anti) clímax dramático, cuyo previsible soliloquio no hace más que reforzar el carácter programático de una película cuyo prestigio parece fatalmente descomedido. El florido y cursi epílogo no hace más que confirmarlo.