Trenque Lauquen suena al traqueteo de un viejo tren traqueteando por la llanura antes de las vías muertas y los pueblos fantasma. “Se pretende por esta vía imponer al poder constitucional/una legislación que consagre/ la impunidad de quienes se hayan condenados o procesados /en conexión con violaciones/de los derechos humanos /en la pasada dictadura/no podemos, no podemos /no podemos, no podemos...” La viola y la voz de César Domini estaban orondas porque La Sobrecarga había triunfado en Buenos Aires, pero entonces tocaba en donde había nacido: Trenque Lauquen. El piso del club estaba lleno de chapitas . Había olor a sudor de pogo, a lanzadas de cerveza que no se veían porque debían estar más cerca del baño. María Pía López no era todavía María Pía López. La letra de “Condenado” no le decía nada de su futuro militante. Tenía catorce o quince, un primo desaparecido y como era dark estaba vestida igual que cuando con otras activistas treinta años más tarde iría a hacer un escrache a la puerta de la revista Noticias porque había puesto en la tapa la imagen de Cristina Fernández quemada en la hoguera : de bruja pero sin el sombrero de cono.

–Rápido, una autobiografía popular.

–¿Conocés Trenque Lauquen? Es una ciudad de la provincia de Buenos Aires rodeada de campo que tiene una estructura social muy clásica, muy de clase media, sin fábricas casi, mucho campo y una especie de mitología respecto a ese mundo estable conservador rural. ¡La familia! La primera casa que tuve fue tipo Fonavi. Vivienda popular. Eso establecía una diferencia con el resto de la familia que estaba más acomodada. Y yo vivía esa diferencia como humillante en la relación con mis compañeras de escuela y con el resto de la familia donde yo quedaba abajo. Recuerdo dos escenas. Una navidad con regalos para todos los niños y las únicas que no teníamos regalos éramos mi hermana y yo. Y esa sensación de ser las niñas sin regalos de la fiesta fue de enojo. Sobre todo por mi hermana.

–Claro, a ella le faltó, no a vos.

–Otra: en el pueblo había un solo médico con la mejor casa de Trenque Lauquen. Tenía una hija que un día empezó a repartir invitaciones para una fiesta. Le dio a todas menos a mí , diciéndome: “A vos no te voy a invitar porque mis papás dicen que tus papás no son conocidos”. Habría que escribir alguna vez una historia política de la humillación como el sentimiento proteico que es capaz de despertar el deseo de saber sin límites, de hacer jugar ese menos del origen en una acción creadora onmívora al igual que en ese Sigmund que recuerda una y otra vez cómo su padre se agachó a recoger el sombrero que le había tirado al piso un cristiano mientras le gritaba “Judío, bájate de la acera y quítate el sombrero”.

–La familia de mi viejo era de pequeños comerciantes salvo mi viejo que era fracasado.

–¿?

–Tuvo carnicerías, almacenes, concesión de clubes, bares y siempre los fundía. Era alcohólico. Chupaba, destruía todo y volvía a empezar. Solía fantasear mucho y estaba convencido de que todas las cosas se solucionaban con un acto de imaginación. Y si yo lo peleaba, él salía con: “Al final vos decís otras cosas pero sos capitalista. O: “papá, no tenemos para comer” y él: ”Ah, estás con la burguesía”. Se llamaba Higinio pero le decían Tin. No sé de dónde le venía ese apodo. Me empecé a preguntar por esas cosas muy tarde. Cuando ya nadie podía contestarme. 

Sylvia Molloy encuentra en las autobiografías de escritores una recurrencia que ella denomina “escena de lectura” en la que el escritor se recuerda fingiendo leer un libro cuyo contenido adivina o sabe de memoria porque le ha sido leído en voz alta y adelanta su deseo de aprender a leer convenciendo a un público. De esta manera se insufla una voluntad que se expresa “leyendo antes de ser y siendo lo que lee”. Esta escena de lectura suele insistir en escritores en quienes el acceso a la escritura ocurrió desde cierta situación de ilegitimidad. Por ejemplo, en Victoria Ocampo por ser mujer, en Sarmiento por ser pobre, ambos por ser autodidactas. Y de allí para abajo en el canon, si es que se cree en él, la escena es utilizada con ligeras variaciones: 

–A los otros chicos los padres los llevaban a la calesita, pero mi viejo me llevaba los domingos a la mañana al club. Mientras él chupaba y jugaba a las cartas yo miraba el diario. Eso terminó en una anécdota familiar donde la maestra me pregunta si sé leer y yo digo que sí. “¿Y qué lee?” “Clarín.”

(Y ahí, cómo no, se abre la sonrisa enorme de María Pía, ese teclado radiante: una sonrisa peruca)

Misiones pías

Me repito si vuelvo a decir que durante un tiempo imaginé a María Pía López con la ironía de la criada que ve caer a los filósofos en pozo tras pozo pero estratégica, ni Diótima ni Scherezade, un poco Alfonsina del Bar a la Carta Abierta. No la imaginé nunca, en cambio, reclamando los beneficios de la excepción femenina –nada de la querella permanente y especular como treta del débil– ni de la diferencia per se subversiva, pero sí demoliendo ideales cuando se volatilizan fuera de su sustento material o exigiéndolos cuando se intenta disolver el conflicto en burocracia y statu quo. La vi impacientarse en diversas combinatorias de la fratria masculina: Sociales, El Ojo Mocho, Biblioteca Nacional, Carta Abierta, como directora del Museo del Libro y de la Lengua, y directora del Centro Cultural de la Universidad Nacional de General Sarmiento, lugares donde la jerarquía universitaria se jaquea, se yuxtapone o se invierte. No es la única mujer, pero es a ella a quien veo. Está claro que María Pía López no es una musa, es decir, cuando escribe no escribe para hacer hablar y escribir a los autores de su tiempo y a quienes trata en cuerpo presente, es preciso hablar a medias y escribir últimas. Tampoco es una testigo en transferencia con nombres fuertes. No pierde el tiempo buscando diferenciarse ignorando lo que repite ni rebelándose especularmente: incide donde se mete aunque tenga que hacerse mala sangre.

–En Carta Abierta había una relación muy particular con la palabra. Estaba convencida de que cuando hablaba yo me interrumpían. Me pasa sistemáticamente porque también me pasa en mesas redondas. A veces pensé que eso tiene que ver con mi estilo de hablar en público, donde dejo muchos hiatos. En la mesa de coordinación me preguntaba ¿por qué no me pueden dejar terminar a mí? Con Horacio teníamos en Carta Abierta una complicidad total contra esos estilos retóricos, esos formatos militantes muy establecidos. No viví nada así dentro de El Ojo Mocho aunque era demencial.

Con Guillermo Korn , su compañero, se conocieron en Método 2 de Sociología.

–Un amigo dice que en Sociales las parejas se constituyen en los métodos porque son embolantes. Fue hace 25 años, yo estaba con otro flaco al que abandoné.

Guillermo Korn fue su Virgilio en el universo gonzaliano y ella se pasó de Ciencias Políticas a Sociología aunque durante su inscripción en el CBC se hubiera puesto en la cola de Psicología.

–Apenas empezamos a salir con Guille, él me invitó a ver un recital de Liliana Herrero. Era en ATE. Estábamos sentados y de pronto me dijo ¿Ves a ese que está ahí atrás con Fito Páez? Ese es Horacio González. Fue mi primera imagen de él.

En 2016, María Pía López publicó Yo ya no, Horacio González: el don de la amistad donde el retrato bajo el subgénero del tributo se deshace de las facilidades del arte de injuriar y por supuesto, es lo contrario al registro borgeano de esas amistades inglesas que pasan de eliminar la confidencia a suspender la conversación.

Escrito entre dos hospitales, uno donde yacía su madre, otro donde yacía su amigo Horacio, en el primero comenzó un duelo, en el segundo comenzó a honrar con apuntes al amigo que se salva.

“Cuando habla, su pensamiento es árbol que florece en público” escribe María Pía y uno imagina a González volviendo ritmos y cadencias una suerte de interminable fulard lingüístico donde el que escucha puede desorientar al sujeto de su predicado, sin que el orador haya perdido la concordancia pero donde jamás el goce del retintín elegante sustituye a la intención de sentido.

La amistad de la discípula con su maestro no comienza por paridad lograda cuando lo ha alcanzado en conocimiento –el conocimiento como claringrilla universitaria, diría David Viñas–, preexiste aún en las buenas maneras jerárquicas. Al principio los temas de las clases de González escandalizaron a una chica de pueblo que si bien se pasó un año entero o dos sin tener carpeta, era bastante formalita ¿Cómo se rinde examen de “notaciones de la realidad: el premetro; lenguaje del tango; programas de TV (Polémica en el Bar y Kelly); entrevistas y materiales relativos a Virulazo, Goyeneche; una poesía de L. Lamborghini; el ferrocarril Puente Alsina-Estación Buenos Aires, Fiorito, Turdera; artículos de la revista Babel; coberturas y giros periodísticos de algunos medios de prensa; tira del Negro Blanco, libro de O. Terán; revista El Ojo Mocho; un estadio”?

Hay muchas bellas frases sobre el ser un maestro : el maestro sólo puede dar a quien ya tiene, el maestro enseña lo que le falta, el maestro no enseña, despierta el deseo de saber.

–Estás que en este momento estás pensando algo por fuera del universo González o es un efecto González de lo que le falta a González.

–Yo creo que lo que pasa como legado es una diferencia. Josefina Ludmer cuando habla del género gauchezco dice que es tan poderosa la máquina crítica de David Viñas que sólo hay que pensar cómo producir en las zonas que esa máquina no puede pensar. Me gustó la idea de pensar que no salía a confrontar máquina contra máquina de esa otra manera. Hay dos cosas que yo siento en una relación de deuda con Horacio fundamentalmente en términos de sistemas de lecturas y de poder volver auto reflexivos los conflictos del lenguaje. No es un profesor que habla sobre determinados temas, es un profesor que habla. No escribe sobre temas sino que escribe. Esa detención en el momento de la escritura sobre el pensamiento me parece formidable.

Y yo creo que le devolví el convencerlo de escribir ficción.

Sebastián Freire

La novela de una novelera

Se enseña también con el ejemplo por eso María Pía López le ganó de mano a González en el pase a la ficción. En 2010 publicó su primera novela No tengo tiempo,  a la que le seguirían Habla Clara, Teatro de Operaciones y Miss Once, vertiginosamente. Venía de Sábato o la moral de los argentinos (con Guillermo Korn), Mutantes. Trazos sobre los cuerpos; Lugones, Entre la aventura y la cruzada; José Carlos Mariátegui.Lo propio de un nombre.

La síntesis de No tengo tiempo: una mujer quiere un hijo pero no puede de su vientre, sale a buscarlo y, al salir, sale al mismo tiempo de la ley. En el medio, justamente, un mediador, empresario de fina retórica para desesperadas, transa de guante blanco.

–Los años de la ficción fueron aquellos en que yo estaba militando con el kirchnerismo. Y cuando estás en una actividad pública evidente tenés una responsabilidad autoral sobre la palabra que se te vuelve muy densa porque debés construir un tipo de intervención donde no puedas meter la pata muy fácilmente. Más cuando estás militando con un partido en el gobierno. La ficción se produjo como una especie de fuga.

–¿Cómo fue la base de No tengo tiempo?

–Partí de un hecho biológico personal. La empecé a escribir al borde de los cuarenta años. Con Guille no nos cuidábamos y yo no quedaba embarazada y había tomado la decisión de que no iba a pasar por ningún sistema médico de ninguna índole hasta que no tuviera una enfermedad que me obligara a hacerlo, ni de hacer tratamientos ni estudios ni nada para saber de la cuestión de la fertilidad. Empecé a escribir con lo que me pasaba a mí con el no ser madre. Porque yo creo que las cosas si no las deseás lo suficiente, no suceden. Es casi fatal. Pensaba: “Si yo tuviera un deseo fuerte, ocurriría”. Escribí. En las primeras veinte páginas casi soy yo. Empecé a escribir tomando la decisión de no tener hijos o el cuerpo la tomó por mí . O pasar a la ficción fue tomar esa decisión. Esa narradora decía lo que no podía decir políticamente.

María Pía López no es barroca: busca la palabra precisa, la que no podría ser sustituida por ninguna otra, es como si intentara un extracto, la miniatura de una esencia pero completa de sus más mínimos elementos. Esa precisión es sueñera y ella trafica palabras como trapichar, conventillar, “tecluchi”, “locato”, “sonambúlica”, “enmorosarse”. ¿O es barroca de otra manera? Habría que ver si en el despilfarro de su hogar de origen no había una profecía que la lanzaba al exceso, al gasto, contra la austeridad pijotera de la síntesis: –Mis padres tenían una cosa que después no vi en ninguna casa: no arreglaban nada.

¿Se rompe la cocina? Se compra otra. ¿La heladera no anda? Se la reemplaza en cuotas. Salvo si era tiempo de bonanza donde pagaban en efectivo. Entonces llegabas a la casa y había tres heladeras, porque a las rotas las seguían usando. O sea: podía haber una rota a la que usaban de alacena, otra menos rota a la que se le seguía usando el freezer porque era más grande y otra que estaba nuevita. Yo iba a un colegio privado y no pagaban la cuota y, en lugar de ir y hacer el trámite para que me bequen, yo tenía que vivir la humillación de que me dijeran “Fulanita, estás debiendo la cuota”. Había en esos dos la imposibilidad de realizar algo más racional. Pero siempre soñaban “después va a haber plata, lo vamos a pagar”. La única vez que fuimos de vacaciones fue a los 6 años. A Córdoba donde vivía una hermana de mi viejo. Una de las cosas que yo lamento de mi infancia es no haber conocido el mar. Lo conocí a los veintipico y esa fue una sensación de pérdida muy fuerte.

Una más 

María Pía López, me sigo repitiendo, es una de las mayores cabezas intelectuales del presente, si no la mayor, ya que, contrariamente a muchas otras de su talla, comprende que la segregación de las mujeres, su asesinato ritual no es plus de clamado de justicia ante las puertas de un Estado culpable sino estructural al capitalismo al día de la fecha, que su feminismo es más entreverado de otras luchas que sueñero de un lugar anterior al contrato entre los sexos. Por supuesto le incomoda la palabra “género”.

–Es una inscripción en el campo académico que a mí no me interesa y me parece una restricción demasiado fuerte del mundo. Antes del primer 3 de junio yo tenía la pregunta de cómo producir algún tipo de intervención en el espacio público donde pudiera jugar la obtención de derechos, en especial el del aborto de un modo no fácilmente capturable. Pero era una pregunta estrictamente política, no era una pregunta ligada al feminismo. Pero durante el primer 3 de junio, cuando vi la cantidad de gente tuve la sensación de que había algo en potencia a lo que tenía que atender.

–Hay una vieja pregunta que no sé si no está obsoleta y es si se puede capitalizar.

–No se puede capitalizar en términos partidarios, ni traducir como programa político pero hay que pensar qué se abre con esa multitud. Para mí es la forma de existencia real del Frente Neoliberal y una potencia de radicalidad y de confrontación impresionante. Y algo que pasa y no creo que esté pasando en otras militancias es el retorno a la vida práctica. Una piba que pasa por ahí ya no tolera el mismo tipo de vínculos de pareja, en el laburo. Y eso es la articulación entre lo personal y lo político y las pibas del conurbano dicen: yo hasta ahora no era feminista, ahora me hice feminista.

– ¿Ese “ahora” tiene que ver con el femicidio?

–No. Es algo que ven en acto y esa es la fuerza de las movilizaciones. Una vez se me acercó una piba en Hurlingham que me dijo “a mí me salvó la vida el 3 de junio”. Había estado 15 años con un violento y empezó el proceso de separación después de ese día. Me contó: “la primera vez que me animé a ir a una movilización fue con el paro del 19 de octubre”. Es decir que los hitos que le cambiaron la vida fueron políticos. Es decir que hubo una experiencia popular feminista. También estuve hablando con las chicas de CTA que estaban en medio de un paro pero yo había ido a verlas para ver cómo movían para el 8 de marzo y les pregunté ¿vienen con nosotras o con las columnas sindicales? Me contestaron “La única militancia con la que nosotras podemos salir a la calle, entregar volantes y nos tratan bien y nos pide sacarse fotos es cuando vamos como Ni Una Menos”. Ellas están rebotando adentro el pedido de poder. Porque lo que pasó el año pasado fue que las organizaciones de izquierda y sindicales , a la hora del balance anual, en ningún lado aparecía que había habido un paro de mujeres.

–Se vuelve tan grosero que no se puede dejar de verlo.

–De cada movilización nuestra salen con poder y salen a disputar adentro. Es como un trabajo de socavamiento. Fue muy bueno el proceso de asambleas para llegar al paro. Y logramos un documento conjunto. Se creó un tipo de afectividad por la cual terminamos teniendo aliadas inesperadas. Hubo situaciones geniales, entre las trabajadoras sexuales y las militantes contra la trata, por ejemplo. Era una verdadera guerra porque las de AMMAR decían “somos trabajadoras sexuales y queremos que se nos reconozca como tal”. Y las otras les planteaban: “Ustedes son fiolas del resto”, “encubren a los cafishios” y no sólo terminamos acordando en un documento final sino que AMMAR se encargó de juntar la guita para el escenario. Abajo del escenario una de las abolicionistas me dijo: “aprendí de todo esto que lo importante es mantener las diferencias construyendo un espacio común “

–¿Hay una escena fundante como la de la chica que leía el diario en el bar?

–El vínculo con Marta Dillon. Una complicidad muy fuerte y desde una perspectiva menos vinculada al movimiento de mujeres que a pensar la política general. Es decir yo no puedo pensar sólo desde la perspectiva de las mujeres. Por eso lo más importante que surgió en la asamblea fue discutir qué era el trabajo. Entre la idea de trabajo que tenían los grupos más de partido en términos de asalariado o precarizado y la idea que tenía la gente de la CTEP que es más de economía informal y que trae más problemas porque hay límites más difusos entre el empresariado popular, la gente de las cooperativas, nos obligó a pensar que parar no era parar ante un patrón nada más sino salir de un conjunto de determinaciones y ese pasaje para mí estuvo buenísimo.

–Pero en La maratón de lectura ya tenías esa articulación. Hubo cambios hasta en tu cuerpo, del pobrismo de la izquierda a la fiesta performática.

–Apareció lo más lúdico, la idea de que siempre el grupo de amigas está en el fondo de las decisiones vitales, más allá de las relaciones de pareja.

–Con todos sus quilombos. Sólo que en las estructuras tradicionales lo personal queda encubierto por una retórica que favorece las abstracción y objetivación que exige la política. En el feminismo la escisión pasional es un modo de producir.

–Es que, en el fondo, como te digo, sigue estando el grupo de amigas con los mismos quilombos que tenés con tus amigas. El chusmerío, el conventillo, la pelea y al rato amigarte y hasta podés terminar una reunión bailando. El estilo de hablar de un grupo así no lleva la misma lógica de argumentación. Es más conversacional. No es oratorio ni necesitás mostrar una retórica específica. Es cierto que tenés menos armado algo para no pelear pero al mismo tiempo fluye otra cosa.

–Es un estilo más descarnado.

–Es más descarnado y al mismo tiempo se hace difícil pero hay que reconocer también cuánto hay de argumentación política en las peleas personales. Entonces lo difícil es reconvertir eso que parece como distancia personal en un problema que es de estrategia, de idea de movimiento. Para mí se juega distinto lo que es el imaginario de una de lo que es un grupo político porque a eso que vos tenés como fantasía lo podés convertir en una cosa totalmente totalitaria. Y terminás enojándote con las otras porque no están cumpliendo con el deber ser de tu fantaseo.

–Los tiempos de la política son largos.

–En este caso largos y heterogéneos y para mí hay que explorar esa pluralidad. Me acuerdo del escrache a Noticias. Yo acababa de transitar la relación con el fin del kirchnerismo y de la experiencia en la Biblioteca, entonces tenía por un lado una idea de duelo fuerte y al mismo tiempo otra de estar armando otra cosa que no funcionaba en relación al kirchnerismo. Mi pregunta era qué tipo de política se podía armar que tuviera posibilidad de traducción política en términos clásicos y al mismo tiempo de constitución de una nueva vida. ¿Cómo buscar un tipo de efectividad de la política donde la militancia nos cambie la vida? Y eso me parece hoy que tiene mucha más fuerza que la idea de una la revolución en el futuro. Mi afinidad con el kirchnerismo tenía que ver con eso porque mientras programas de la izquierda dejan para el futuro que las cosas estén perfectas y todas las promesas cumplidas y mientras tanto no reconocen aquello que se abre, yo, desde una cosa más populista como tengo, pienso que si algo de fiesta es ahora está bueno pero sin olvidar que cuando estás en el momento afirmativo y la gente vive mejor y está más contenta, eso no alcanza. Entonces lo mismo que a mí me hace kirchnerista en el gobierno ahora me obliga a pensar en otro plano que no es con la lógica de los partidos. Tiene que ver con la pregunta de qué tipo de movimientos sociales encarna un tipo de ruptura que es más corporal, más vinculada al deseo, más vinculada a la sensibilidad, diría una suerte de materialismo de la sensibilidad. La sensibilidad no en el sentido de la emoción directa sino con la constitución de los afectos que te organizan la vida. Las movilizaciones también tienen eso de constituir una especie de ceremonia entre festiva, doliente, peleadora, performática. También hay que acordarse de que después de una movilización hay que irse a la mierda de la zona. Son códigos que tenés que tener. Vos pensá que la política de calle fue durante el kirchnerismo entonces aunque fuera durante una marcha opositora vos tenías todas las garantías constitucionales y te volvías a tu casa tranquila. Pero hoy hay pibas que empiezan a salir a la calle ahora.

Entonces hay que discutir las lógicas de auto-cuidado, de preservación de los cuerpos.

–¿Y cómo pensar una movilización contra la política de la calle como la del 1° de abril?

–En ese caso la marcha repone dicotomías viejas, es la puesta en escena de la autodefinida “civilización” contra la señalada “barbarie”. El grito de “Con Sube y sin choripán” nombra la cotidianeidad deshistorizada con la que se embanderan. Marchan contra las marchas, sacan el cuerpo a la calle para decir que los cuerpos no tienen que estar en la calle. Por eso rezuman tanto odio, porque parecen obligados a hacer aquello que desdeñan y combaten, justo lo que otros y otras hacemos gozosamente. Al hacerlo muestran que están dispuestos a pelear en todo terreno, no sólo en aquellos en los que se sienten cómodos. Hay que tomarlos en serio y a la vez confrontarlos con las armas de la crítica y la alegría plebeya. 

–El problema es quedar en lo performático como eje exclusivo.

–Hay que estar atentas a algo que no te encierre, que te permita leer lo performático en los grupos que se proponen otra cosa y al revés. Eso me parece que está faltando que se trabaje casi conceptualmente. Lo interesante es que, mientras muchas estábamos de duelo por el kirchnerismo, la llegada a la militancia se estaba produciendo por el feminismo.

–Además estaba la experiencia de Cristina. Una mujer en el poder.

–Y la hicieron quemar en una tapa. Nosotras justo estábamos leyendo entre las amigas el libro de Silvia Federici entonces literaturizamos, nos disfrazamos de brujas comprando las cosas en el cotillón de Once y fuimos a hacer un escrache en la revista Noticias. Ahí yo estaba escindida entre pensar que era un acto totalmente demente y una acción política. Pero al mismo tiempo fue muy liberador: yo venía de la plaza del 9 de diciembre despidiendo a Cristina, de la despedida de la Biblioteca, de la despedida de la calle –me acuerdo de haber llorado un día entero, las 24 horas– y termino la semana yendo a Noticias disfrazada de. Y no éramos muchas, para nada. ¡Fracasar tirándole huevos a Noticias! Y digo fracasar porque en el fin del kirchnerismo nunca me salió el “Vamos a volver”

–Pero volvimos las feministas.

–Pero se trata de no ponerle las palabras de la partición política anterior. Hacer otra cosa. Vestirme de bruja fue ritualizar un pasaje y, en términos personales, salir de la melancolía.

Entonces Yo ya no, el último libro de María Pía López, tiene un sentido de doble filo, no de restricción y renuncia sino todo lo contrario. Yo ya no enfundo la mandolina, mucho menos me retiro a cuarteles de invierno, ni soy potencia vencida de pasado, yo ya no renuncio a llevar hacia adelante la constitución de una nueva vida. Ahora sí.