La última vez en que Damien Lewis interpretó a un sujeto al servicio de la CIA el asunto terminó de manera horripilante. Su personaje de Homeland acababa en una horca iraní tras haber sido utilizado como un títere por la agencia. Ahora en Guerra de espías (estreno este sábado 16 a las 22.45 por History; también estará disponible en las plataformas de VOD History Play y Flow) ocupa un puesto más seguro. El actor oficia de presentador y narrador en esta docuserie que explora la parte real, y por momentos inverosímil, del espionaje internacional. Cada episodio de esta entrega -ocho en total- está dedicado a un célebre caso de este campo junto a la vida y obra de sus protagonistas.

La producción se asienta mayormente sobre hechos acontecidos durante la Guerra Fría (o lo que algunos historiadores hoy denominan como Paz Caliente). Enmarcado dentro de las “factual series”, el envío se vale de testimonios de primera fuente, reconstrucciones dramáticas, material de archivo y la voz de expertos para graficar lo que hicieron los miembros de las agencias más célebres del mundo. Hombres y mujeres operando tras las sombras y claves en el engranaje de la geopolítica. Todas las tramas y la narrativa contemplan importantes dosis de fisgoneo, intriga y acción. En algunas hay sangre y temple de thriller.

El primer capítulo conjuga “parte novela, parte farsa” y para los realizadores precipitó la debacle de “todo el sistema de espionaje soviético”. “Caballo de Troya” repasa el caso de Vladimir Vetrov, un oficial de alto rango de la KGB que jugó a varias puntas. Programado para ser agente comunista, le habían encomendado hacer espionaje industrial del otro lado de la Cortina de Hierro. El hombre, sin embargo, se dedicó a revelar informes muy preciados para Occidente y enviar data defectuosa a Moscú. En la vida y obra de “Farewell” -su nombre en clave para la agencia francesa- hay glamour, asesinatos virulentos y esa espesa niebla que rodea a todo lo soviético. “Por supuesto que es un traidor”, rememora un colega del servicio que tenía por emblema un puñal. “Un malvado embaucador que expuso a cientos de camaradas”, dice otro. “Es un héroe de la Guerra Fría que debería tener tantas medallas como fuera posible “, dice un consejero estadounidense de la administración Reagan.

Los títulos de cada capítulo destilan ese aroma de lo que imaginaron y escribieron autores como Ian Fleming y Graham Greene: “El perfecto traidor”, “Bombas en el cielo”, “Exodus”, “El hombre que salvó al mundo” y “El mercader de la muerte”, entre otros. Guerra de espías sabe bien cuál es su marco de acción. Ofrece intercambios de agentes, topos haciendo su juego, complots internos y acciones contra reloj antes de que alguien oprima el botón rojo. Algunos de sus relatos, incluso, tratan sobre operaciones de este siglo. Es así como en el envío aparecen mencionados Vladimir Putin y se pone el acento en la Londres hipervigilada de la actualidad.

De toda la primera temporada, sin dudas, la mayor ebullición entre ficción y realidad se da en “Rescate en Teherán”. Primero porque Argo (Ben Affleck, 2012) popularizó este suceso acontecido bajo el calor de la revolución iraní. Claramente este episodio funcionaría como los contenidos extras del film ganador del Oscar. Los aspectos que involucran al “Canadian Caper” -así se llamó la misión- son tan sorprendentes y audaces que ameritan una mirada más extensa. El segundo motivo lo expone el propio Lewis. “Esta es la historia de un hombre usó la inspiración de Hollywood para educar a seis temerosos diplomáticos en el arte de ser alguien más”. El agente de la CIA, Tony Mendez, recurrió a la fachada un proyecto cinematográfico para lograr su cometido en tierra del ayatolá Jomeini a comienzos de 1980.

“Ésta es una oportunidad para mirar detrás de estas historias populares y ver si podemos desenterrar algo un poco más íntimo, un poco más personal sobre las personas mismas y las ramificaciones en la política global a través de decisiones muy íntimas tomadas por estos individuos. Esa es la serie que hemos querido hacer”, dijo Lewis, lector ávido de John le Carré. Incluso tuvo un papel en Un traidor entre nosotros (Susanna White, 2016), basada en una novela del autor británico. Según el intérprete, estas pesquisas exponen lo que se requiere para ser un buen espía o, por el contrario, uno con puntos flojos. Desde la reserva al “MICE” -acrónimo que en inglés refiere al dinero, la ideología, la coerción y el ego-. “Esas tienden a ser las cuatro formas en las que puedes subvertir a un agente y dirigirlo. Si crees que puedes identificar a alguien vulnerable por cualquiera de esas razones, apunta a eso”, explicó Lewis.

La incursión de Guerra de espías le dio al actor la seguridad para arremeter contra el más famosos de los agentes de ficción. “Lo mejor de James Bond es lo mal espía que es y lo brillante que es para recuperar su puesto. Se necesita discreción y la capacidad de ser un espía encubierto. Bond comete errores sin fin y ahí es donde pasan las dos horas de la película: es él mismo quien está saliendo del enorme error que cometió antes. Eso es lo divertido del personaje”, expuso el intérprete. Guerra de espías, entonces, indaga eventos reales “sacudidos no revueltos” y misiones imposibles que no se autodestruyeron en cinco segundos. Un esquivo traficante de armas como Víktor But. El agente israelita que salvó a una tribu judía etíope. Las traiciones del topo Robert Hanssen. Aventuras que podrían haber involucrado al 007 y Ethan Hunt pero con algunos deslices dignos de Maxwell Smart y Sigfrido.