Es Ley. Aborto legal ahora se dice 27.610 y, como dijo Dora Barrancos, estamos en tal estado “de derrame e incontinencia que todavía no llegamos a imaginar la transformación que esto produce”. Pero junto a ella, Analía Messina, médica ginecóloga y una de las responsables de garantizar el cumplimiento de la nueva ley en todo el territorio nacional desde el Ministerio de Salud, ya describía una situación posible en cualquier centro de Salud. Las preguntas de rigor para completar una historia clínica: la fecha de la última menstruación, el tensiómetro en el brazo, el número de partos o embarazos anteriores. Y la que hasta ahora faltaba: ¿Qué es lo que desea hacer? Porque ahora es el deseo lo que cuenta y ese deseo de seguir adelante o no con un embarazo estará protegido por la ley, por el Plan Médico Obligatorio, en el sistema público, en las obras sociales y en las pre pagas. Tan sencillo como eso, tan gigante como eso.

En la época en que los abrazos están contraindicados, un enorme abrazo colectivo envuelve años de luchas, de imaginación colectiva, de organización, de estrategias tramadas entre militantes y comunicadoras, abogadas, médicxs, promotoras territoriales, docentes y un largo etcétera en el que se mezclan demasiados dolores, demasiadas injusticias, demasiadas vidas coartadas por la clandestinidad que ahora exigen reparación. Que ahora empiezan despacio a reparase en la hoja blanca de un futuro donde una pregunta nueva deberá instalarse en los consultorios y circulará en voz alta en las charlas íntimas. ¿Qué querés hacer? ¿Seguir adelante o interrumpir el embarazo? Y con esas pocas palabras se habilita la proyección de maternidades y paternidades posibles de ser diseñadas siguiendo el propio deseo.

“Lo logramos”, es el título de la última comunicación pública de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, cuando la medianoche deshojaba el calendario y la publicación de la ley ya estaba en boletín oficial. Lo logramos decimos todas, decimos todes y sabemos que esas palabras tampoco piden permiso para instalarse en bocas adolescentes o viejas, en cada una de las que gritaron y las que se animaron a hablar en los últimos años para darle palabras enteras a los que antes había sido secreto y vergüenza. Hemos producido una transformación tan profunda que no tiene vuelta atrás, que ha modificado cuerpos y comunidades y que en su potencia arrasadora seguirá transformando. La marea no se detiene, su fuerza tiene la capacidad de arrasar fundamentalismos, prejuicios, mentiras y crueldades que hemos soportado desde tiempos inmemoriales pero siempre en rebeldía. La marea es la que te abraza a pesar de los dos metros de distancia que tenemos que mantener para cuidarnos del covid. Su calor es más ardiente que el verano.

Y está cruzando fronteras, está desbordando en Chile donde empezó a debatirse de nuevo el aborto en el Congreso. Llega hasta México, donde se está tratando una amnistía para miles de presas por abortar. Noticias tal vez insuficientes ahora que en este sur del sur es la voluntad de gestar o no gestar lo que se está protegiendo, pero que llegan con la experiencia acumulada de haber filtrado la corriente de la somos parte por todas las grietas posibles hasta derribar las represas completas.

El último día que salimos a la calle para demandar por el aborto legal, con la emoción de estar ya arañando hasta derrumbar el techo de lo posible, un niño de 12 con un barbijo verde escuchaba de sus dos madres que hablaban a la vez la historia de su filiación que también es la historia de una lucha. Porque nació para la ley como hijo de una madre soltera, dos años más tarde era anotado con los apellidos de sus dos mamás y unos años después con los tres apellidos que le corresponden porque también tiene un papá que lo deseó y lo está criando. Íbamos a cambiar la historia otra vez, para él, para sus compañeras, sus compañeros y sus compañeres. Colectivamente, en la calle.

Ayer, mientras Nina Brugo –sobreviviente de la última dictadura militar y militante histórica de la Campaña- bailaba sin bastón de pura adrenalina por la promulgación de la ley, Dora Barrancos, otra sobreviviente, tuvo tiempo de recordar que casi muere por un aborto clandestino realizado en el exilio. La memoria está despierta y cada quien puede recordar en estos días de ampliación de derechos, con la revancha de la alegría por haberlos conquistado, ese dolor que acá se corta porque no pasará intacto a otra generación. A mi cuerpo volvió la imagen de mi hija, a sus 16, entrando a un consultorio clandestino donde se acumulaban adolescentes en la sala de espera, su cuerpo nervioso asomando desnudo a través de un camisolín mal atado. Y de mi terror de que algo saliera mal fingido para que ella fuera tranquila. De las amigas que nos acompañaron dándonos la mano y también dinero.

Mi nieta ya no va a pasar por lo mismo. Lo logramos. Es ley.