Un día la vecina de la casa de al lado de su taller le tocó timbre. Le dijo que iba a vender la propiedad. Gustavo López Armentía lo charló con su mujer, decidió invertir sus ahorros y se la compró. Así fue cómo el artista expandió su espacio. Tiró abajo la medianera y enlazó patios y jardines. La casa con la que ya contaba siguió operando como taller. La nueva vivienda se convirtió en espacio de exposición de más de 70 obras. También en escenario para actividades y de encuentro e intercambio para académicos, estudiantes y creadores del ámbito. 

A López Armentía, cuya obra llegó a las bienales de Venecia, San Pablo y Valparaíso, y a las galerías de Nueva York durante muchísimos años, lo mueve desde entonces "descentralizar el arte". Es reconocido en el mundo, pero él se enfoca en Flores, donde está su espacio. Evita llamarlo "galería" o "museo". "Es un hecho político. Me interesa el barrio y tengo un poco de resistencia a todo lo que funciona en el microcentro cultural de Palermo", dice el hombre de 71 años, minutos después de abrir la puerta a su universo. La fachada es ancha y celeste. Una placa anuncia que la casa es sitio de interés cultural, reconocimiento de la legislatura porteña.

Hay un dato que López Armentía desconocía en 2007, al momento de adquirir la vivienda de su vecina, y que le da al lugar un halo de lo más especial: en Gregorio de Laferrere 3259 vivieron Perón y sus padres. Lo supo recién 12 años después. "Perón se sumó, porque si no parece que uno especulara con eso y nada que ver", aclara el pintor y escultor. Fue el periodista César Livtin quien le acercó una carpeta con información detallada sobre la propiedad. También fotos y documentos que derivaron en una muestra dedicada al expresidente. El artista proyecta, para después de la pandemia, que esos materiales formen parte de una exposición permanente.

El mundo de López Armentía --quien ilustró los coleccionables de Miguel Hernández de Página/12-- parece a simple vista inabarcable: hay obras por todas partes, no ordenadas cronológicamente. Son trabajos que fue creando desde que comenzó a exponer en Buenos Aires, al retornar la democracia. Predominan los cuadros de grandes dimensiones, muchos de técnica mixta --con cuarzo, polvo de mármol, resina, papel-- y las esculturas. "Juego mucho con lo que nos sucede con las cosas que pasan. Me refiero al daño emocional", expresa ante un cuadro acerca de la masacre de Avellaneda. Dedicó grandes obras de tejido metálico a Latinoamérica y a la Plaza de Mayo; abundan también los barcos porque la inmigración es uno de sus tópicos. También hay varias pinturas sobre Chacho Peñaloza.

En el bello jardín proliferan las esculturas de bronce y de hierro. Varias son cabezas de negros africanos  --"Africa es una de mis influencias", explica--, por ejemplo, Orígenes. También en el exterior se ve Conocidos del mundo (2010), un plato de hierro de dos metros de diámetro cruzado por filigranas que grafican caminos entre ciudades. En su estudio abruma Los triunfos de la derrota (2002), de tres por tres metros. Es una de sus creaciones más famosas. Una Latinoamérica que se erige sobre un mar de tinta, cruzada por un tenedor y un cañón, expuesta en 2007 en el Museo de Bellas Artes. El recorrido de Página/12 se completa con una visita a su taller, donde el artista en tiempos de normalidad da clases. Al fondo hay un cuartito donde se apilan más y más obras, óleos de sus primeras épocas que no caben en el espacio de exposición. Se supone que ese cuartito es el espacio que se mantiene en pie de la casa de Perón; el resto ha sido reformado.

--¿Qué sintió cuando supo que esta era la casa de Perón?

--Como dice Ana Jaramillo (rectora de la Universidad Nacional de Lanús), con quien hemos charlado mil veces de política, sentí que Perón me estaba escuchando. No sé bien qué sentí. Es una aproximación a su figura desde un lugar nuevo. En mi historia personal con Perón he tenido mis enemistades. Soy peronista, nunca he dejado de serlo, pero tengo mis diferencias. Me movilizó un poco, pensé: "¡lo habré puteado alguna vez y el viejo estaba acá!" (risas). Entiendo al peronismo como un proyecto político al que adhiero totalmente y como una lucha popular. Hay una gama de peronismos, esto viene desde siempre. Me lo decía mi viejo, yo lo viví, y ahora lo veo con mis hijos. No soy de los que creen que vale todo. Eso de que "todos somos peronistas", no. Para ser peronista tenés que estar en la lucha popular. Cuando pasaste la línea amarilla no lo estás, estás haciendo transas. En la historia del peronismo hemos tenido muchos traidores. Esa parte no me gusta. Pero no es un problema personal del peronismo. La derecha está en todos lados.

En un texto que escribió para la muestra Flores en Perón, Perón en Flores, el historiador Angel Prignano relata que el matrimonio de Mario Tomás Perón y Juana Sosa se instaló en esta casa luego de una larga estadía en la Patagonia. Fue mientras Perón continuaba con su carrera militar. En aquel entonces la calle se llamaba Lobos. Dos meses después del fallecimiento de su padre, el expresidente se casó con Aurelia Tizón y eligió la casa como su hogar. "Por entonces ostentaba el grado de capitán y vivió sus primeros años de casado en la casa de Flores", narra Prignano. El matrimonio se mudó después a un departamento de la avenida Santa Fe. 

"Perón se relacionó estrechamente con los vecinos de Flores Sur, especialmente con los chicos a quienes animaba en la práctica de deportes. Les compró guantes de boxeo, les enseñó los rudimentos de la defensa personal y les regaló un equipo completo de fútbol. Los pibes, en agradecimiento, formaron un club con el nombre del benefactor y sede en la casa de la calle de Lobos. Y doña Juana no escatimaba esfuerzos en agasajar a los pequeños socios con empanadas y pastelitos que amasaba y fritaba", recuerda el historiador. Durante años hubo una inscripción en el paredón de la esquina de Gregorio de Laferrere y San Pedrito. Con letras infantiles, decía: "Club Juan Perón".

--¿Y los vecinos del lugar? ¿Qué conocían de esta historia?

--Los vecinos sabían, pero se ve que son todos antiperonistas. Una señora de enfrente vino hace muchos años para pedirme un cuadro para hacer un regalo. Se le había muerto el marido. El regalo era para la médica que lo había tratado. La quise hacer pasar y no quiso. Después entró. No entendía nada. A partir de ese momento quedó una relación piola con ella, me contó del barrio: "En esta cuadra olvídese. No va a venir nadie. Ya sólo con leer 'Perón', que se enteren, que les vuelvan a traer la historia de Perón a la cuadra...". Es cierto. No vino nadie. Los he invitado, los he cruzado, los he saludado a propósito. La militancia territorial es un tema complejo. Siempre lo ha sido.

--¿Cuáles son sus intenciones con este espacio?

--Tuve la suerte de exponer en Nueva York durante muchos años. Expuse muchos años afuera. Acá las cosas se pierden. Nadie conoce las obras, más que las que colgaste en una galería. La gente me conocía pero no tenía idea de la obra. Entonces dije: "tengo que hacer un espacio para mostrar la trayectoria". A eso se sumó el hecho político de que me interesa el barrio y que tengo un poco de resistencia a todo lo que funciona en el microcentro cultural de Palermo. Tengo una gran resistencia con que todo sea centralizado. Cuando me instalé empecé a moverme con muchas dificultades, porque la gente del barrio mucho no ha reaccionado. Mucha gente viene y me dice "¿por qué tenés esto acá? ¿Cómo no lo tenés en Palermo?" Yo quiero que vengan acá. No por mí solamente. Quiero que vayan a los barrios. Hay que hacer acá un polo cultural. Pero para eso se necesitan aportes. Por ejemplo, si hay una actividad importante, que el lugar forme parte. Hasta hoy no pude conseguir que en la Noche de los Museos vinieran para acá.

--¿Nunca tuvo apoyo oficial?

--No.

--¿Le interesaría tenerlo?

--Y... más bien. Cuando hacemos actividades estoy con mi mujer. Con ella hago todo lo que es mantenimiento y limpieza. Mis hijos me ayudan. Me paso tres horas ordenando cosas y recién después retomo una obra. Estoy cansado. Cumplo 72 en febrero. No puedo hacer todo. Esto pasa por decisiones políticas. El Estado tiene que reconocer a los artistas. Esta mañana estuve hablando con Leo Vinci. Tiene 88 años. Después de un rato de charla me dijo: "el poco tiempo que me queda tengo que estar en la obra". Eso es lo que yo tengo que hacer: mostrar que hice algo. Leo me contaba que este año no pudo dar clases. Se quedó con la jubilación. Yo también tengo la mínima y me quedé sin alumnos, no pude dar clases en todo el año. ¿Es razonable que Leo tenga que ir a buscar un subsidio? Tiene que haber un cambio de mentalidad. Si yo quisiera haber buscado una cuestión económica, hubiera encarado esto de manera distinta, a lo mejor hubiera puesto un centro cultural con otros talleres. No cobro entrada. Creo que el arte tiene que llegar a la gente. Es una satisfacción enorme lo que le produce. En mi caso hay una cuestión burocrática: hay cosas en el país que no se pueden resolver por eso. Esto no es un sitio cultural, una escuela, una universidad, un club de barrio. Soy una especie de oveja negra. Un artista al que se le ocurrió hacer esto.

--¿Y en este momento sigue creando? 

--Estoy haciendo un barco y tengo otras obras dando vueltas por ahí. El dueño del restaurante Cló Cló, en Aeroparque, era coleccionista y me había comprado algunas obras. Fundió y recuperé mis cuadros. Con el tema de la pandemia me tomé como una tarea recuperarlos, para que no me camine el coco para otro lado. Me metí otra vez en la pintura, hacía un tiempo que no pintaba, estaba mucho en la escultura, compré pinceles. Me recuperé anímicamente retomando esas obras. Pinté muchas botellas. Hice un montón de cosas. Acuarelas también. Vine todos los días, sabados y domingos también.

--¿Tiene una rutina de trabajo?

--Vengo a la mañana porque me gusta. Este lugar es fantástico a la mañana. A la tarde también. Es un lugar brutal. Me pongo a tomar mate y hago cosas. Soy como un chico entrando a una juguetería. Laburo. Este año he laburado más que otros.

--¿La pandemia le activó la creatividad?

--Creo que nos puso en alerta en algunas cosas. Más de un amigo o conocido se preguntó cómo es este asunto de tener la muerte dando vueltas. A los más grandes nos pasa eso porque estamos más cerca, a los otros porque tienen miedo. Mucha gente se ha replanteado el estar en su casa, con su mujer, marido e hijos de otra manera, la economía. Todo. Siempre vivimos un poco... no es mi caso. La gente en general se sube arriba del carro y le da. La pandemia paró el carro. 

--De usted se suele decir que, además de artista, es alguien muy reflexivo sobre el funcionamiento del mundo del arte.

--Con la llegada de la democracia comencé la parte profesional, pero venía de la política, la militancia, en el peronismo. Al principio lo hacía como entretenimiento, me gustaba, era como tocar la guitarra en las fiestas. Me lo tomé en serio y me salvó. Cuando vi el panorama de la plástica, desde el punto de vista ideológico, fue una decepción terrible. Todos trepaban, querían ser exitosos, vender. Y sigue siendo así. Me metí en el arte de lleno con una mentalidad formada desde el punto de vista ideológico. Y en Nueva York aprendí mucho.

--¿Qué aprendió?

--Que son unos cínicos, que son hipócritas los americanos. El mundo del arte está contaminado como cualquier otra disciplina. Cuando empecé acá fue una decepción porque uno quisiera que el arte fuera bueno, puro... de pronto ves en la práctica que no es así. Tenés compañeros peligrosos y empezás a tener una trifulca interna a ver cómo convivís. Armé todo esto porque soy un cabrón. Siempre fui un tipo militante, en el sentido de que si voy a hacer una obra, la voy a hacer en serio, no voy a joder. Así hice todo.

--Lo social, lo político están inmersos en su obra desde un lugar no explícito. El límite parece fino. ¿Cómo se logra?

--Yo siento las emociones, el sentimiento en la obra, lo que a mí me pasa en ella, no el relato. Por ejemplo, ese cuadro se llama Cultura (señala un cuadro de su estudio). Yo no voy a ponerle cosas que referencien explícitamente a eso. La palabra "cultura" está atrás, escondida. Abajo hay un bote que dice "Buenos Aires". Tiene que ver con la inmigración. Intento que ese barco contenga ese tipo de emociones, en vez de hacer un afiche peronista. Eso es el arte. Es como escribir un cuento; es lo mismo. Si escribo un cuento tengo que seducirte para que sigas leyendo. Pongo detalles a propósito, la gente termina mirando los detalles. Obligo al espectador a que se meta en la obra. Ese es el mecanismo. Me alejo siempre de la cosa que te la tiran... que te fuerza. Si pongo al Che Guevara ya está, yo me corro, quedo afuera. Si pongo a Perón quedo afuera.

--No está Perón en ningún cuadro...

--No, sin embargo el peronismo está en todos lados. Los peronistas lo reconocen.

--¿Es visto como un artista peronista?
--Sí, por lo menos se ve que hay una posición tomada. Me interesan mucho, así como el Chacho Peñaloza --esos caudillos no tenidos en cuenta--, los inmigrantes. Toda esa cosa de la gente que se mueve, que es desconocida, nadie le da pelota, no se saben sus nombres, no se sabe nada, lo único que se sabe es que llegan acá o allá, a veces los matan, los cagan a palos, los meten presos. Nunca se sabe de esa gente. 

--La inclusión de lo social en su obra casi siempre aparece a partir de la incorporación del marginado, ¿no?

--Pero no fuerzo a la imagen del marginal. No vas a ver un cartonero, no necesito ponerlo. Sí creo que entiendo su situación, que es la misma que puede tener uno que está en la India o Vietnam con el carrito llevando a otro. Una de las cosas que nos cuesta en el mundo contemporáneo es entender la inclusión. Lo decimos, pero nos cuesta hacerlo. Hice una obra sobre las Torres Gemelas, solamente con nombres de personas, muchas latinas, abajo muchos pies. Pegó fuerte allá en Nueva York. Era simbólico poner a los latinos. ¿Quién se acuerda de ellos?

--¿Qué ocurre con la relación entre lo social y el arte en el mundo contemporáneo?

--No existe. El mercado se metió en los noventa en todos los negocios, en el arte también. Se generó una burbuja, los precios de las obras empezaron a subir; todo era negocio. Los artistas fueron entrando en el juego, más que nada los que no tenían un interés por el arte en realidad. Tenían oficio para hacer cuadros y punto. Hay gente que hace buenos cuadros, bien terminados, pero no sirven para nada. En los noventa comenzó a degradarse de manera sistemática, aparecieron las ferias. Ponían a diez artistas, y el que se vendía se vendía. Lo único importante era si se vendía o no. Y las subastas son un negocio. Los artistas a los que nos interesa el arte no tenemos a a alguien que haga fuerza por nuestro trabajo. 

--Y el arte que vende es aquel que no tiene contenido social, ¿no?

--Claro, porque nadie quiere meterse con algo que joda. Una vez vino una pareja, llegaron tarde, la mujer estaba medio nerviosa, se pusieron a charlar con el marido. Yo les iba mostrando, empezaron a charlar sobre Berni, a quien yo respeto mucho. El tipo, más piola, no sé qué le dice, ella le responde: "¿Vos creés que yo voy a colgar una villa en mi living?" Cierra perfecto. Esa es la gente que compra arte en el mundo. Se pone algo de moda y lo compra, no importa cuánto vale. 

--¿Cómo es el camino de ser autodidacta?

--Soy uno forzado: quise entrar a la escuela (Bellas Artes) en el '75 pero no me dejaron, en esos años estaba complicado. Fui a un taller y el tipo me dijo: "traeme los cuadros... ¿qué te voy a enseñar?". A mí me hubiera gustado hacer la escuela, hubiera conocido a otros colegas. Muchos de mis colegas tienen una amistad, y yo no tuve ninguna relación más que la de exponer de adultos. Me las tuve que arreglar solo. El lenguaje lo reconozco y lo entiendo, es como en la música, si tenés oído... algo de eso debo tener. Me doy cuenta de cómo es. No sé cómo explicarlo. Agarro mi propia obra, veo por dónde puedo ir, si no espero a mañana o pasado, pero sé que le voy a encontrar la vuelta.

¿Por qué Gustavo López Armentía?

Nació en Buenos Aires en 1949. Comenzó a exponer en Buenos Aires en 1984. A partir de 1996 expone ininterrumpidamente en galerías de Nueva York. Participó de las bienales de San Pablo y Valparaíso en 1987 y de Venecia en 1997. Presentó cuatro retrospectivas: en Valencia (2000), en el Museo Nacional de Bellas Artes (2002), el Sívori (2013) y el Museo Caraffa, de Córdoba (2014). Su obra está expuesta en diversos espacios, como Bellas Artes; el MAM, de San Pablo; el MAM, de Río de Janeiro; Molaa, de Los Angeles; Casa de las Américas, de La Habana; Instituto Domeq, de México; Instituto Andino de Artes Populares, de Quito, entre otros. Su trabajo artístico se desarrolló principalmente en Buenos Aires, con algunos períodos en Nueva York. La legislatura porteña lo distinguió como personalidad destacada de la cultura.