“Yo lo voté...”, Carlos pronuncia la frase con bronca acompañada de un insulto, pero también con culpa. Vive en Arrecifes, Provincia de Buenos Aires. Montó una pyme en 2011 para abastecer la demanda de una de las marcas más visibles y reconocidas del mercado textil. A fines de 2015 llegó a tener 8 empleados; hoy, todos están suspendidos. Carlos se ilusionó con la llegada de Cambiemos al poder; hoy espera el milagro, el cambio del cambio. “Sino voy a tener que cerrar”. Carlos es uno más entre miles. Desde diciembre de 2015, la producción textil nacional se vio duramente golpeada por las políticas de ajuste y de apertura comercial que impulsó el macrismo al asumir. Según el último relevamiento del CEPA, se perdieron 4000 puestos de trabajo y otros 12.000 se encuentran en la cuerda floja en el sector. 

 En este último número figuran los ocho trabajadores del taller de Carlos. “No los quiero echar, conozco a sus familias, llevamos años trabajando juntos. Me costó mucho calificarlos”, dice, entre angustiado, resignado e impotente. “No entiendo qué hice mal”. El inicio de Carlos como pequeño empresario textil se dio en el ciclo económico del anterior gobierno, cuando empresas extranjeras y multinacionales se vieron obligadas a producir adentro lo que antes traían de afuera. 

 La reindustrialización durante el kirchnerismo no fue un lecho de rosas. Atravesó momentos de mayor o menor grado de eficacia y torpeza, y contó con distintos instrumentos. Sin embargo, el crecimiento en la industria textil fue innegable, tras la destrucción y casi desaparición que significó el menemismo. Desde 2003 a 2015 se generaron más de 200.000 empleos en el sector. La recuperación fue acompañada por inversiones y modernización en toda la cadena productiva. Fue una decisión política.

 Con la llegada de Mauricio Macri a la Casa Rosada se produjo la reversión de este proceso. Bajo el discurso del “sinceramiento” y la necesidad de terminar con el “populismo” (un enfoque heterodoxo en la economía), el macrismo abandonó la política de protección industrial. El argumento oficial fue que había que “liberar las fuerzas del mercado” y terminar con la “fantasía” kirchnerista.

 En materia aduanera “se cometió el error inicial de aprobar todas las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación que estaban pendientes del gobierno anterior y esto produjo una avalancha de productos importados, así como una reversión de las expectativas”, señala Ariel Schale, Director de la Fundación Pro Tejer. Las DJAI, creadas en 2012, habían sido una herramienta clave para limitar la llegada de productos extranjeros y favorecer la producción nacional. Con el argumento de fallas técnicas, el macrismo las desmanteló, produciendo una flexibilización como demandaba el sector empresarial–importador. El nuevo esquema de importaciones provocó una apertura indiscriminada.

 Las importaciones aumentaron 6,7 por ciento en 2016 respecto al año anterior. La suba fue explicada en su mayor parte por el incremento de prendas de vestir y confecciones para el hogar, que aumentaron en 27,7 y 41,0 por ciento, respectivamente, productos que vinieron directamente a reemplazar producción nacional. Artículos listos para la venta. Hoy, la tendencia se mantiene: en lo que va de este año, las posiciones arancelarias sustitutas de producción nacional representan un 77 por ciento de las importaciones textiles, indica el último informe de Pro Tejer. El 50 por ciento provino de China y el 65 por ciento de Asia.

 La reducción del consumo en los sectores populares por la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores potenció el impacto negativo del aumento de las importaciones. En 2016, el mercado textil se achicó de 500 mil a 425 mil toneladas y la participación de lo nacional perdió 11 puntos porcentuales frente a lo traído del extranjero. Si un año atrás abastecían al mercado 50-50, después de un año de políticas neoliberales la relación pasó a ser 39-61.

Empleo

 La competencia fue uno de los argumentos centrales del gobierno para justificar la crisis. La llegada de productos extranjeros no solo disciplinaría los precios internos, sino que permitiría y alimentaría la “reconversión” de aquellas empresas incapaces de competir con países con menores costos de producción. No pasó ni lo uno ni lo otro. La inflación fue la más alta de la última década y la industria nacional tuvo una fuerte contracción de febrero 2016 a febrero 2017: según datos oficiales del Indec, fue del 6 por ciento y la industria textil lideró esa caída con un 22,5 por ciento. Por otro lado, la destrucción de empleo fue sistémica y hasta la minería, favorecida por la devaluación y la quita de retenciones, mantuvo esa tendencia. 

 “La industria en general es un espejo de la industria textil”, explica Carlos Peña Rocha, director comercial de Alpargatas, empresa símbolo de la producción nacional que cerró dos de sus nueve plantas de producción. “El problema no es la eficiencia de la industria textil, que es altamente competitiva, sino las condiciones macroeconómicas del país. Hoy un café es más caro acá que en Europa. Ese es el costo argentino”, ilustra.

 Sindicalistas y empresarios nacionales coinciden en que el Gobierno desembarcó en la gestión con preconceptos totalmente equivocados respecto a la falta de competitividad del sector y un enfoque neoliberal centrado en el costo laboral, cuando solo un 20 por ciento del valor de una prenda corresponde el costo de fabricación, según la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria. “Prácticamente el 50 o el 60 por ciento de lo que sale una prenda terminada puesta en un negocio se lo llevan los impuestos que hay que pagarles al Estado y a los bancos. Sin embargo, el enfoque siempre está puesto en el salario. Es la salida más fácil: meterle la mano en el bolsillo a los trabajadores. Dicen que los salarios en Argentina son caros pero también dicen que uno de cada tres trabajadores está bajo la línea de la pobreza”, cuestiona el secretario gremial del Sindicato de Empleados Textiles de la Industria y Afines (SETIA), José Minaberregaray.

Competitividad

 Distintas voces insisten en que el problema no se encuentra la competitividad interna, como indican los funcionarios e insisten los medios hegemónicos de comunicación, sino en la competitividad sistémica, esto es, las condiciones macroeconómicas del país. “Estamos en un país financieramente caro, no productivamente caro. Vos me podés exigir que sea competitivo puertas adentro de la fábrica, lo que pasa puertas afuera es responsabilidad del Estado manejarlo”, resume el dirigente sindical. En relación a la mirada centrada en el costo salarial, Peña Rocha sostiene que “nosotros no queremos tener trabajadores con salarios de hambre, como hoy pueden llegar a tener en África o Vietnam. Nosotros queremos una industria fuerte, competitiva, y con salarios dignos para que de alguna manera también sea un círculo virtuoso”.

 A pesar de los discursos, el resultado fue el buscado: las grandes marcas y cadenas comercializadoras, la mayoría multinacionales, son las grandes ganadoras de este proceso. Empresas que no están interesadas en el desarrollo del país sino en la maximización de ganancias y la fuga de capitales. Los grandes perdedores son los productores nacionales, las fábricas y los talleres del país que son los que generan empleo y mueven la rueda de la economía. 

La paralización generalizada en la industria, particularmente sentida entre los textiles, es la consecuencia anunciada del retorno a las políticas neoliberales y promercado que ya fracasaron en Argentina. Detrás de los discursos sobre la “reconversión” y la siempre inminente “lluvia de inversiones”, se esconde la decisión política de reprimarizar la economía  

* Sociólogo.

* Integrante del CEPA y abogado con especialización en Derecho Laboral y de la Seguridad Social.