A lo largo de la historia, el ser humano ha necesitado erigir símbolos emblemáticos en los cuales fundamentar su credibilidad.

En el politeísmo, los dioses son representados a través de imágenes. Se los invocaba para paliar catástrofes y otros desastres que asolaban la Tierra.

Con la aparición del monoteísmo se torna dilemática esta situación que borra la imagen como condición sine qua non para su credibilidad.

El pueblo hebreo, una vez liberado de Egipto en su marcha por el desierto para llegar a la Tierra prometida, se rebeló a este mandato y volvió a adorar a esos falsos dioses; ello motivó según el relato bíblico la ira de Moisés, quien les provee las Tablas de la Ley y les impone la obediencia monoteísta.

Cuando un país sufre una amenaza de ataque, el gobierno emite señales para que la población se proteja del mismo. Sus habitantes creen en la palabra de la autoridad. Esto vale también ante una amenaza climática o de otro orden.

Ahora bien, en esta pandemia, con meses de confinamiento, nos encontramos con varios síntomas, como ser las agrupaciones de jóvenes y de otras franjas etarias que desafían, niegan, desmienten las normas sanitarias y ponen en riesgo la salud del otro.

Esta problemática, esta rebelión, es de orden mundial. Se ve fogoneada por líderes políticos como Bolsonaro o Trump, se hicieron eco en el Reino Unido, en Suecia, aunque en estos dos últimos casos rectificaron sus dichos.

Tenemos que reconocer que el mundo se ve gobernado por los grandes grupos económicos y el rol de Estado en relación a ellos varía según el modelo político implementado.

En esta circunstancia podemos decir que el poder que nos gobierna hoy es la covid y nos muestra el impedimento de los líderes mundiales para controlarlo, hay desorientación, confusión, pérdida del rumbo.

Me pregunto, ¿cuáles son los factores que inciden en estos síntomas sociales?

Una de las razones es la dificultad de significar esta pandemia.

La pandemia alude a lo real, a aquello difícil de representar, a lo no imaginarizable, a lo unhemilich, es decir lo siniestro, donde un enemigo invisible puede infectar y matar.

Lo inexplicable alude a no poder situarnos y protegernos ante la covid. Carecemos de coordenadas, de indicadores perceptuales que alerten sobre los factores posibles de contagio.

Si bien el confinamiento impide la difusión del virus y gran parte de la comunidad respeta normas sanitarias, aun así no podemos detectar anticipadamente los riesgos para poder protegernos.

La angustia, la impotencia, el escepticismo, el miedo emergen en niños, adultos.

El confinamiento prolongado generó exposición sin medir las consecuencias.

Reitero, es difícil defenderse de un enemigo al que no se lo ve, ni escucha, ni se sabe en qué momento puede atacar, uno queda subsumido en la inermidad.

Pienso que no podemos disociar el negacionismo, la desmentida, la escisión expresada en estas agrupaciones de lo expuesto, de aquello que no se resuelve, ni controla.

Muchos cuestionan la política informativa a la que consideran ineficaz como elemento educativo. El problema es complejo y angustiante.

Los comunicadores sociales, los psicólogos, psicoanalistas, sociólogos tienen que tomar en cuenta todas estas variables que enuncio para poder comprender las razones por las que se transgreden normas sanitarias y encauzar una difusión educativa.

Luchar contra un enemigo invisible puede generar respuestas diversas a nivel social o individual generar pánico, depresión, negación, desmentida, rebelión.

En lugar de demonizar a la gente, es necesario significar estos síntomas, generar credibilidad e instrumentar a la comunidad con herramientas que permitan encontrar medidas de protección adecuadas.

Ana Rozenfeld es miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina y de Psicoanalistas Autoconvocados.