Fotos de María Clara Martínez

El atardecer es un regalo detrás de Los Colorados, el paraje riojano anclado sobre la exquisita RP 74. El sol va ubicándose tras los mogotes de furioso rojo, aparece y se oculta, hasta sembrar al fin de naranja toda esta tierra. Desértica e inexplorada, pero a la vez abundante en producciones vitivinícolas, la zona se luce en historias, formas, colores y sabores. Por eso es frecuente escuchar lo de “exquisita” cuando se menciona este tramo de La Rioja que se funde luego con la RN 40. Desde la pequeña Vichigasta hasta la humilde Pituil, cuando la Rioja empieza a ceder paso a Catamarca, algunos ejemplos de bodegas hogareñas y lujosos complejos que son la base para el paseo y el disfrute.

Época de cosecha de aceitunas en la finca Valle de la Puerta.

BUENA ENTRADA Las múltiples opciones para recibir a los visitantes en torno al vino y la oliva ya no son el complemento de un paisaje natural, una terma o una ciudad, sino un producto en sí mismo. Con esa misma idea nace Valle de la Puerta, que amanece con nosotros cuando la luz matinal se posa sobre los callejones de olivos y vides, atenuando los -2 C° de una mañana en la que hubo que frotarse las manos para sentirlas. Una amplitud térmica que da vida a una de las fincas más bellas y productivas de la zona, enfocada decididamente al enoturismo. Desde aquí partimos hoy junto a Hugo Veliz, un reconocido chef local que nos lleva 58 kilómetros al sur para cocinar junto a los gauchos de la Cooperativa Chacho Peñaloza un buen cabrito. “Y no será en cualquier lugar, sino en la puerta de la caverna donde nuestro caudillo se refugiaba de Sarmiento”, asegura el responsable de Orígenes, un restaurante del centro de La Rioja que elevó de tal forma las recetas tradicionales de la provincia que hoy su carta es imitada por muchos coquetos restaurantes de Palermo o Las Cañitas. “Uso mucha jarilla, cocino con torrontés y al barro algunos animalitos que hay aquí y pueden comerse, aromatizo con membrillo y uso algún que otro secreto de abuelas riojanas”, dice. Esa visita es apenas una de las que pueden realizarse desde el pueblo de Los Colorados, una vieja estación ferroviaria del ramal que unía de un lado la mina La Mejicana, en Chilecito, y del otro el puerto de Buenos Aires. Gracias a las sorprendentes casas hechas completamente con durmientes y vías del viejo ferrocarril General Belgrano, que los vecinos usaron cuando el mineral se acabó, el paraje adquirió la categoría de Parque Cultural Provincial. Junto a la Cueva del Chacho, los petroglifos y morteros de las comunidades sanavironas del kilómetro 1116, sus vecinos cuentan con un buen destino turístico. 

Pero la actividad de hoy aún no termina. De regreso Javier Collovati, uno de los responsables de Valle de la Puerta, tiene preparadas las bicicletas y cascos para atravesar parte de las 770 hectáreas de olivos y 150 de uva fina que forman hileras hasta el infinito. La meta queda a una hora sobre el filo del valle, en un puesto y una vertiente donde los arrieros llevan sus cabras a descansar y beber agua fresca. Desde allí puede verse toda la siembra e incluso fincas vecinas como Pucha qué linda o San Gabriel, ya en la Colonia Agrícola Catinzaco. La travesía ofrece por la tarde el agregado de la fauna autóctona, y los aromas que la jarilla desprende a nuestro paso. Para el cierre queda conocer en detalle la bodega y su procedimiento de elaboración de vinos y aceite de oliva, para festejar la visita con un buen locro, humitas y empanadas fritas con aceitunas de la propia finca. 

Vides ocres tras el paso de la cosecha en Chañarmuyo.

LO BUENO, SI BREVE…  En Pituil la ruta viborea y las casas se le pegan. A no más de 100 kilómetros de Vichigasta y sobre el departamento de Famatina, Pituil se despliega a ambos lado de la RP 39 y goza de la tranquilidad que le otorga la bifurcación de la RP 74, transformada de un lado en la RN 40. La primera impresión es que todos lo terrenos, incluso el de la policía, tiene su finca. No es exactamente así, porque algunas son más grandes y ocupan terrenos por detrás, pero la reiteración con la que aparecen da cuenta de un saber y una práctica histórica. “Sí, casi todos tenemos vides y unos olivos. Son plantas muy viejas, sembradas por abuelos o tatarabuelos españoles. Nosotros mismos hacemos vino patero y aceitunas”, dice Elcira al frente de su casa-siembra-negocio. Ella ofrece productos de Flor de Cardón, que no solo tiene vino y oliva, sino frutas en almíbar, aceitunas frescas, mermeladas caseras y arropes. Salvo la RP 39, casi no hay calles rectas, sino moldeadas al contorno de esos terrenos que rebalsan de frutos. Pituil es un vergel. Desde el mapa de Google se ve su forma triangular pintada de verde intenso, y más allá la aridez misma. Eso se siente cuando se atraviesa la cancha de Santo Domingo, la plaza, el olivo histórico y el pequeño museo arqueológico donde se atesora  una importante colección de piezas pertenecientes a la cultura de la Aguada. Luego, hay algunas calles arboladas que dan paso abruptamente a rojos y cobrizos que dominan un horizonte sin lluvias. Apenas el río Chañarmuyo, unos 15 kilómetros después sobre la misma ruta 39, se presenta como socio ideal para salidas en kayak y algún que otro chapuzón. “Otro lugar lindo que tenemos en las afueras, si están de salida, es el viejo molino harinero, que conserva la rueda de madera que lo movía”, recomienda Don Octavio, otro productor artesanal de enormes aceitunas negras curadas con sal marina y sin soda cáustica, listas para comer una semana después. 

BUEN FINAL Chañarmuyo es buen socio de Pituil. Al verde y los servicios del segundo, el primero aporta no solo el dique para actividades náuticas, sino una bodega de prestigio como Paimán y un hospedaje alta gama como el Hotel de Vino. Ubicada sobre una de las laderas del cordón de Chañarmuyo, o cadena del Paimán, la bodega es nueva y tecnológica, y bien oscura por dentro, hasta los vitrales del mirador. Desde esa altura, a 1720 metros sobre el nivel del mar, este recodo entre el cordón y la ruta se ve regado de hileras que ahora se muestran ocres tras la cosecha, pero que fluctúan entre el verde de enero-febrero y el blanco nevado de agosto, lo que revela una resistencia ejemplar. Sin embargo, a diferencia de Vichigasta, aquí entre el día y la noche hay leves brisas y el sol no parece castigar con la misma intensidad: una de las razones del gusto particular de estos vinos, según nos explican. Efectivamente, en 2014 el nombre Valle de Chañarmuyo fue reconocido por el Instituto Nacional de Vitivinicultura gracias a las especiales características del lugar para la producción de uvas destinadas a la elaboración de vinos finos. Pero si bien lo pequeño del pueblo encuentra gran atractivo en torno al vino, no es lo único para hacer aquí. Los alrededores tienen mucho para ofrecer, desde la historia precolombina que hace frecuente el encuentro con morteros y piedras talladas a las caminatas sin destino fijo por sus cerros bajos. Más allá, las salidas al Famatina, a la Cuesta de Miranda y el Parque Nacional Talampaya hacen de Chañarmuyo una buena base para combinar actividad y descanso. El Hotel de Vino ofrece también salidas en bicicleta y paseos al espejo de agua de aproximadamente 120 hectáreas donde se practica la pesca del pejerrey, además de ser un punto de interés recreativo y paisajístico. La costa del dique tiene arboleda, senderos e incipientes servicios que crecen junto a la visitas. Puertas adentro del hotel, nada mejor que refrescarse y nadar, comer unas empanadas caseras al horno de barro y disfrutar del balcón de cara a la viña. Pequeños placeres de un hospedaje con seis habitaciones y todos los servicios, al igual que una sala en la casa con restaurante y varios livings. Piscina y actividades al aire libre se combinan allí con degustaciones de alta cocina, siempre acompañadas con una buena copa de vino.