“Yo no vine a hacer una investigación periodística ni histórica”, decía la voz en off de Nicolás Avruj en Nosotros, ellos y yo, documental de viaje por Israel que empezaba siendo más o menos turístico y al que la realidad de la zona volvía político casi a su pesar. Algo semejante le sucede a Shalom bombón, ópera prima de Sofía Ungar, presentada en el Bafici 2016, que puede verse hoy y mañana con entrada libre en Kino Palais, sección cinematográfica del Palais de Glace. Filmada con una cámara que podría o no ser la de un celular (la información de prensa no lo aclara), Shalom bombón es, para todos los efectos, un documental de viaje como el que cualquier hijo de vecino puede filmar, con algunas nociones visuales más, teniendo en cuenta que quien lleva la cámara es fotógrafa. En tanto ese viaje es por Israel, el documentalito con amigos, besos (los protagonistas son veinteañeros), reliquias históricas y paisajes va siendo poblado por muros, soldados, odio racial y misiles. Allí el documentalito se vuelve documental.

“Taglit Birthright Israel/Argentina es una asociación entre Israel y la comunidad judía local que ofrece viajes educativos a Israel. Para jóvenes adultos judíos, entre 18 a 26 años, que no conozcan el país.” Eso dice en la página de la Amia sobre Taglit o Bria, la asociación por la que Sofía Ungar y otros cuarenta jóvenes fotógrafos viajaron a Israel en 2014. A los 26, es la última oportunidad para Sofía de hacer uno de estos viajes. Como le sucedió a Nicolás Avruj, la guerra le cambia los planes. Días antes de la partida, Hamas comete un atentado mortal contra tres jóvenes israelíes. Ocho chicos del contingente de Sofía se bajan del viaje. A ella, en cambio, el roce con la guerra “real” le da “adrenalina”. “Pensaba hacer un falso documental sobre la búsqueda de novio, pero la situación de guerra me cambió el proyecto”, dice en off. De allí en más, y manteniendo siempre el canon estilístico del documental casero (dispositivo a la vista, evidencia de la presencia del camarógrafo, miradas y diálogos a cámara), Shalom bombón (título que la película no se molesta en explicar) no alternará sino que mezclará los datos de la estudiantina (grititos nerviosos de las chicas, juegos adolescentes tardíos, alguna desnudez picarona) con los de la confrontación con la tierra de los mayores.

“¿Los que están allá son israelíes?”, empieza preguntando una chica algo desorientada al guía (que es turístico y político) en el primer viaje en ómnibus, señalando más allá del muro, hacia Gaza. A diferencia de Nosotros, ellos y yo, no hay en Shalom bombón un paso del otro lado, ni tampoco la palabra de algún palestino israelí. En verdad no parece haber entrevistas en el curso de la película, sino apenas la grabación de las voces que se presentan. Algo así como una política de lo aleatorio. Eso no está mal de por sí, pero en este caso concreto empobrece el repertorio de voces. “Que haya un muro en Estados Unidos no quiere decir que esté bien que haya un muro”, se rebela otra chica. Un hallazgo son las siluetas de soldados israelíes, apostados en casamatas y apuntando sus rifles de chapa hacia Siria, para recordar la Guerra de los Seis Días. 

El intercambio más movido se produce con alguien a quien no se presenta, pero que dice haber sido suplente del corresponsal en Medio Oriente del diario Clarín, y que cuestiona lo que considera lugares comunes del progresismo internacional en relación con el Estado de Israel. Una chica del contingente plantea la contradicción entre ser de izquierda y hacer ese viaje, organizado por asociaciones sionistas. Ungar se cruza con un joven israelí que califica a los palestinos de “bichos”, y recuerda que en el Museo de la Shoá hay documentos nazis que hablan de los “bichos” judíos. De pronto, a los 64 minutos, Shalom Bombón termina, en medio de una escena en la que Ungar asocia al desierto con la muerte. Es un final de una enorme brusquedad, que sonará a deliberación o inconclusión, según el ojo del observador. En todo caso, esa crudeza parece ser del mismo orden que la que dificulta una mayor cocción de la película en su conjunto. Entendida ésta como algunas dosis faltantes de elaboración, de tratamiento, de modulación, que permitan el paso de la captura en vivo a una mayor reflexión del material sobre sí mismo.