Nada dice “oportunidad inmobiliaria” como hacerse de la ¡monísima! y ¡perfectamente conservada! casa familiar donde, a fines del siglo XIX, acaeció uno de los crímenes más truculentos de la historia norteamericana: el doble homicidio presuntamente perpetrado por la legendaria Lizzie Borden contra su papá y su madrastra, sobre el que tanta tinta se ha derramado -tras abundante derramamiento de hemoglobina, obvio es aclarar-. Como es sabido, tras 10 meses de juicio la muchacha fue hallada libre de cargo y culpa, aunque la opinión pública la diese por asesina de afilada arma tomar: a diferencia del jurado, la gente no encontró tan circunstancial que Lizzie quemara un vestido manchado de sangre previo al arribo de los polis, que hubiese intentado comprar unas botellitas de veneno días antes del crimen, que llevase un tiempo vaticinando que “algo terrible” estaba por pasar… A falta de arma homicida y de testigos, fue absuelta porque, claro, de ningún modo una señorita con tan buenas maneras hubiese tenido suficiente estómago para propinar decenas de hachazos contra miembros de su propia familia. ¿Una maestra de catequesis cometiendo parricidio con bonus track? ¡Imposible! Menos que menos en ese apacible, encantador hogar de Fall River, Massachusetts, hoy a la venta, donde llevaba una vida, ejem, ejemplar…

“¡Es una bicoca!”, clama Suzanne St. John, agente inmobiliaria a cargo de la mentada propiedad. Aunque puede que algunas modestas almas discrepen: después de todo, son necesarios 2 millones de dólares para comprar la mítica casa, que actualmente no solo oficia de hotel sino además de museo (del mentado crimen, claro está). El descocado aviso de Suzanne, empero, bien podría aflojar más de una billetera… “Qué oportunidad increíble poseer y operar una de las principales atracciones turísticas de New England. Imagínese sirviendo galletitas con forma de hacha a huéspedes en su popular bed & breakfast”, se viene arriba la señora real estate, tan ansiosa por vender la propiedad que no sería de extrañar que, mientras muestra el sitio, tararee la canción que antaño canturreaban chicuelos victorianos: Lizzie Borden took an axe / And gave her mother forty whacks. / When she saw what she had done / She gave her father forty-one.

Entusiasmo aparte, las aclaraciones están a la orden del interés mórbido: se advierte en la web oficial que “la casa está tal como estaba al momento de las muertes, con los muebles en el mismo lugar, la decoración replicada minuciosamente, los herrajes y las puertas originales aún intactos”. Por si las mosquitas, se explica además que entran en el paquete “mementos de época” coquetamente dispuestos entre repisas en pos de “transportar al visitante a esa cálida mañana cuando una serie de eventos culminó en un doble asesinato”. Quizá no sea tan oportuno viajar en el tiempo a esa precisa fecha, 4 de agosto de 1892, pero cada cual con sus gustos, quién es una para juzgar. Por cierto: hay consuelo para quienes anden flojos de cash: se puede recorrer la propiedad de pé a pá en forma virtual cliqueando acá