Dorados de Sinaloa y Diego Maradona volvieron a ser noticia esta semana. El club de la segunda división de fútbol mexicano, en el que el astro argentino trabajó entre septiembre 2018 y junio de 2019, decidió homenajear a su exentrenador -fallecido el 25 de noviembre último- colocando su imagen en una de las plateas del estadio Banorte de Culiacán. “El jefe nos cuidará por siempre”, explicaron desde el club en las redes sociales. Los hinchas seguirán viendo a la leyenda del fútbol mundial, sonriente y con la gorra del Gran Pez.

Quizás no haya una mejor imagen para representar lo que fue el paso de Maradona en Sinaloa, tierra castigada por los cárteles del narcotráfico y los asesinatos, pero que durante un año consiguió florecer para el mundo como tres décadas antes había ocurrido con la ciudad de Nápoles. Maradona, hacedor de maravillas, estaba ahí para protagonizar, sin ninguna duda, la historia más significativa en lo deportivo desde su paso como entrenador de la Selección que disputó el mundial de Sudáfrica 2010 y cayó eliminada frente a la poderosa Alemania tras perder 4-0 su partido por los cuartos de final.

Dorados, que antes de la llegada de Maradona había ganado notoriedad como el club que construyó su estadio en sólo tres meses, en el que se retiró Pep Guardiola y en el que también jugó el histórico Cuauhtémoc Blanco, fue el sexto equipo en la carrera de entrenador del Diez, iniciada en 1994 en Mandiyú de Corrientes junto a Carlos Fren y continuada en Racing, la Selección y los equipos de Emiratos Arabes Al Wasl y Al Fuajirah; y que concluyó el año pasado en Gimnasia y Esgrima La Plata, donde dirigía cuando lo encontró la muerte.

El documental “Maradona en Sinaloa” que se puede ver en Netflix, muestra con extraordinaria sensibilidad una hermosa historia de fútbol en estado puro, la que el ex capitán de la Selección campeona en México ’86 vivió en la ciudad de Culiacán. 

“Ahí vamos. Empieza la revolución maradoniana y quiero que estés a mi lado”, le dice Maradona a José Antonio Núñez, presidente de Dorados de Sinaloa, a través de una video llamada. “Toño” ni siquiera imaginaba lo que su equipo, que estaba último en la tabla y al que sus hinchas comenzaban a darle la espalda por los malos resultados, iban a vivir a lo largo de su intenso pasaje maradoniano.

Festejo de Diego / AFP

Maradona, adicto primero a la cocaína y adicto luego al alcohol, que venía de dejar una imagen preocupante como espectador invitado en San Petersburgo durante el Mundial de Rusia 2018, y que luego firmaba un extraño contrato como presidente del Dinamo Brest de Bielorrusia, desembarcaba en Sinaloa, la tierra del narcotraficante Joaquín “Chapo” Guzmán. Los medios se hicieron una panzada. Las especulaciones iban por ese lado: Maradona camino a su perdición. Sin embargo, la historia de Diego en Dorados es tan bella y simple como el fútbol, su fútbol.

Diego fue durante nueves meses, dos torneos, entrenador de Dorados de Sinaloa, equipo que tomó en el último lugar de la tabla y con el que llegó a disputar dos finales del Ascenso MX: Apertura 2018 y Clausura 2019. El documental de Angus MacQueen, dividido en siete capítulos, muestra ese recorrido con el foco puesto en ambas campañas, la primera con su excompañero de Selección Luis Islas como asistente técnico; la segunda con José María “Pancho” Martínez.

El retrato resultante de Maradona no tiene desperdicios. “Quiero mejorar el fútbol para el bien de la gente. No soy perfecto, porque nadie lo es. A veces me encuentro con cosas que no manejo, pero yo en el fútbol no le tengo miedo a nada”, afirma Diego. Lo mejor de todo es el vínculo que partido tras partido el flamante DT va ir construyendo con sus jugadores: Vinicio Angulo –“Diego me abrió el arco”; Alonso Escoboza –“Se nos acerca, nos da consejos que nacen de él”, el arquero Gaspar Servio –“Diego me eligió como capitán”. Maradona, consciente del equipo que agarraba, y cuando todavía estaba muy lejos de sus objetivos, se entusiasma: “No tenemos grandes figuras, pero tenemos jugadores que van a ir a trabar con la cabeza. Con eso me voy a dormir tranquilo”. 

El homenaje a Maradona en el estadio del Gran Pez.

“Acá no hay titulares ni suplentes, lo único que les pido es que jueguen al fútbol”, arenga. El plantel le responde en la mismísima presentación de Diego como DT, con una victoria frente al Xolos de Tijuana, club que pertenece al mismo dueño –el polémico zar del juego y exalcalde de esa ciudad Jorge Hank Rhon, sobre el que pesan todo tipo de denuncias, desde ordenar el asesinato de un periodista, posesión de un arsenal, vínculos con el narcotráfico, tráfico de animales exóticos...–, fundado en 2007 y ascendido tres años después a la primera división.

“Ustedes disfruten, la presión échenmela a mí”, les dice Diego a sus jugadores, quienes con la inyección anímica que significó ser dirigidos por el más grande futbolista de la historia logran hilvanar una serie de victorias para meterse en el séptimo puesto de la liguilla. Maradona cumple 58 años en plena competencia. Siguiendo la tradición mexicana, hunde su cabeza en una torna frente a todo el plantel. Los buenos resultados traccionan sobre su felicidad. Y más allá de los terribles dolores en su rodilla derecha, debido a una artritis galopante que lo hace renguear y moverse con torpeza, Diego se va acercando a su mejor versión. “Hay que seguir trabajando, con sacrificio, con corazón”, no se cansa de repetir. 

En esta instancia, a partidos de ida y vuelta, Dorados elimina a Mineros, a FC Suárez y llega a la final con el Atlético de San Luis, filial mexicana del Atlético de Madrid. “Maradona es como un papá preocupado por sus hijos” reflexiona “Toño” Núñez. El equipo que, en palabras de Diego, cuenta con jugadores que “no son Cristiano Ronaldo, ni Messi, ni Neymar; que son pibes que están al mes”, se impone 1-0 en la ida en Culiacán. Está a sólo 90 minutos del ascenso. Maradona, expulsado sobre el final del partido por pelearse con el entrenador de San Luis, Alfonso Vargas, les pide perdón a sus dirigidos, les explica con detalles por qué lo echan.

Desde un palco ve la derrota 4-2 en la vuelta de una final que se estiró hasta el tiempo extra. Hay desolación en el vestuario maradoniano. “No quiero llanto. Quiero revancha. Quiero volver a jugar este partido, contra este equipo y contra este árbitro. El año que viene yo me quedó acá”, promete el astro.

Durante el receso, Maradona viajó a Buenos Aires, se operó de la rodilla, estuvo internado en la Clínica Olivos, se peleó con Rocío Olivo y mantuvo en vilo a los Dorados de Sinaloa, quienes llegaron a dudar de su retorno. De hecho, el Gran Pez arrancó el torneo Clausura sin su presencia. Pancho Martínez debió hacerse cargo de la conducción cuatro días antes del debut en la competencia. La ausencia de Diego se notaba en el ánimo del plantel. El comienzo fue de tropiezos y cuando Dorados estaba otra vez en último lugar de la tabla, tal como lo había prometido, Diego volvió. “Este año no se nos escapa”, les dijo. En conferencia de prensa, consultado sobre las especulaciones sobre los problemas personales, Diego se defendió con su sello: “Si no hablan de Maradona, ¿de quién van a hablar? ¿De Trump, ese muñeco de goma?”. 

La historia se repitió. Siete triunfos al hilo para meterse nuevamente en la liguilla; victorias en los playoffs frente a Cimarrones y Mineros, y otra vez la final ante el Atlético de San Luis. “Cuando los boludos hablan nosotros seguimos trabajando y llegamos a la final”, les dice Diego a sus dirigidos, ya reforzados con Fabián Bordagaray. Los jugadores, los empleados del club, el cuerpo médico, los utileros, los hinchas del escuadrón aurinegro, todos lo quieren, lo cuidan, lo idolatran. “Nadie me dio tanto sudor, tanto respeto. Este grupo supera a cualquier otro plantel que yo haya dirigido”, manifiesta el astro, quien llega a confesar su sueño de tener una segunda chance con la Selección. 

La final de ida fue empate 1-1 en Culiacán. En San Luis, la vuelta se define otra vez en tiempo extra, tras un empate sin goles en el reglamentario. Los locales se imponen esta vez por 1-0. Segunda final perdida. Así es el fútbol. La carrera de Diego en Dorados de Sinaloa concluye con un rezo colectivo en el vestuario de la derrota, "tenemos que agradecer a Dios por habernos hecho jugar esta final". 

Dos días más tarde, se despide del plantel, clavando como de costumbre la pelota en el ángulo: "Soy un tigre, pero ya tengo 58 años. Mierdas hice todas, pero ustedes tienen la oportunidad, la edad exacta, no pierdan la humildad. Gracias por hacerme volver a vivir. Me hicieron feliz, de verdad", les dice a sus dirigidos un Maradona que, al cabo de esos nueve meses en tierras mexicanas, luce mejoradísimo. "No importa lo bien que haga, todavía me siguen juzgando por el mal que hice. Pero acá en Dorados encontré gente a mi medida", concluye. Y es cierto, nadie en Dorados de Sinaloa olvidará su paso el club. La "revolución maradoniana" dejó su huella imborrable. Desde el martes pasado, su imagen sonriente se luce en lo más alto del estadio Banorte. El Gran Pez tiene a su guardián eterno.