Para fines del Siglo XX y principios del Siglo XXI, junto con los avances de las cámaras digitales, comienza una era de sobreproducción de fotografías y de innovaciones tecnológicas de rápida obsolescencia, lo que para los conservadores representa una nueva etapa de aprendizaje para poder entender, manipular y preservar los nuevos soportes. Por ello, es importante al planificar y trabajar junto con otras áreas, establecer criterios comunes para abordar conceptos tales como fotografía o proceso fotográfico, y cómo se interpreta en este contexto la imagen digital o fotografía digital.

Si partimos de la premisa de que el término fotografía incluye cualquier procedimiento que permita obtener imágenes fijas mediante la acción de la luz sobre una superficie sensible o sobre un sensor, notaremos que la fotografía química y la digital comparten los mismos principios físicos para la captura de las imágenes. Sin embargo, desde el punto de vista material, el objeto final tiene una naturaleza muy distinta, y la principal diferencia radica en que el soporte de la fotografía digital no tiene un impacto visual directo. Es decir, se ha dado un proceso de desmaterialización de la imagen cuyo código binario requiere de dispositivos electrónicos específicos que la hagan inteligible (una computadora, un sistema operativo y un determinado programa que pueda interpretar el formato de almacenamiento de la imagen). Esto implica una transformación de los elementos identificativos a través de los cuales analizamos los procesos fotográficos. Cuando se estudia la fotografía química, se realiza un análisis morfológico para identificar el proceso aplicado y sus componentes, para luego detectar sus deterioros y establecer un método de estabilización. Sin embargo, frente a la fotografía digital, lo que se estudia es la estructuración de la información codificada en un sistema binario que caracteriza el tipo de objeto digital y sus cualidades de representación.

En tal sentido, la gestión de los archivos fotográficos digitales demanda nuevos planteamientos y conocimientos específicos para obtener resultados satisfactorios. Otra gran diferencia que nos ocupa entre la fotografía química y la digital está asociada a sus procesos de deterioro. La primera se caracteriza por una degradación de la imagen lenta y gradual, mientras que en la segunda, en la mayoría de los casos, el deterioro implica una pérdida total del acceso a la imagen. Por lo que la preservación digital requiere también de un monitoreo activo y regular, del conocimiento en profundidad de cómo se usan las imágenes hoy, pero también de la imaginación de cómo se van a usar en el futuro en el marco de un escenario extremadamente dinámico. Requiere de investigación y desarrollo a través de equipos multidisciplinarios, puesto que, además de conocimientos relacionados a las tecnologías que las generan, también es indispensable entender las funciones y los usos de las imágenes, cómo organizarlas, analizarlas y presentarlas.

En este punto, la imagen digital es indiscutiblemente objeto de archivo, ya que cumple con las funciones documentales vinculadas a la fotografía y conlleva asociados todos los valores propios de esta, tales como la comunicación y el arte (Iglesias Franch, 2008). No obstante, ante un eventual ingreso de colecciones digitales a nuestro acervo, el primer aspecto a atender será la definición de una política de ingresos clara y apropiada para la institución en cuestión. Esto deberá abordarse desde una nueva perspectiva, puesto que tradicionalmente las políticas de ingreso de los reservorios fotográficos se definen en función de ciertos elementos ordenadores, como la pertinencia temática, cronológica, territorial, o de la propia capacidad de gestión. Pero también habrá que hacerse otras preguntas, tales como: ¿promoveremos el ingreso de objetos digitales? ¿Estamos preparados para custodiarlos? ¿Contamos con un protocolo para su conservación? ¿La metodología que aplicamos habitualmente nos sirve para gestionar un fondo digital? ¿Tenemos los recursos materiales y la capacitación suficientes para ofrecer una salvaguarda apropiada para estos ejemplares?

Por otro lado, según advirtió Claudio Simone en el Primer Conversatorio sobre Fotografía Patrimonial en Argentina (2018), antes de ejecutar los proyectos de digitalización de nuestros fondos y colecciones existentes, es necesario hacerse algunas preguntas: ¿Para qué vamos a digitalizar? ¿Para tener una imagen de referencia, para consulta en línea, para realizar impresiones? Las respuestas a estas preguntas, entre otras, definirán el flujo de trabajo. El problema aparece cuando estos objetivos no son claros, cuando no se piensa profundamente en todos los usos potenciales de las imágenes digitales, o cuando se tienen expectativas poco realistas de los proyectos de digitalización. Un ejemplo de falta de planificación estratégica podrían ser los numerosos casos en los que la preocupación de las instituciones sólo se centra en digitalizar sus fondos completos sin haber realizado un cuadro de clasificación para visualizar qué documentos los conforman y así luego poder garantizar su fácil acceso.

Retomando algunas reflexiones a las que llegamos en este capítulo, podemos reafirmar que la digitalización de fotografías responde a los siguientes objetivos principales: incrementar el acceso de los usuarios a las colecciones, reducir la manipulación y el uso de los ejemplares originales y generar copias de seguridad para los especímenes deteriorados o frágiles. Los propósitos deben estar claros antes de iniciar el proyecto, porque estos marcarán el proceso de trabajo y los costos del mismo. La digitalización no representa un beneficio por sí sola, sino que será un aporte significativo si verdaderamente acompaña los objetivos de cada entidad y si forma parte de los procesos del circuito documental de manera armónica.

La digitalización no reemplaza la preservación, no es más fácil, ni más barata, ni más segura, y sólo contribuirá con la preservación en tanto sea sostenible y reduzca el desgaste y el riesgo de deterioro de los originales. Crear y mantener en el tiempo un fondo digital conlleva un trabajo mucho más amplio que simplemente escanear fotografías. El planteamiento de un proyecto de digitalización con objetivos claros dará como resultado un criterio de selección de imágenes y unos parámetros de calidad determinados. De igual manera, para garantizar la sostenibilidad de un fondo digital es importante aplicar desde el inicio normas estandarizadas en la catalogación, así como en el uso de metadatos. Todo proyecto de digitalización debe ser entendido desde su complejidad, incluyendo todos los procesos que afectan al conjunto fotográfico y, por ende, su planificación debe incluir las voces de los distintos actores implicados.

* D.Labraga (Puerto Madryn, 1986) es egresada del Programa de Formación en Conservación del Patrimonio Fotográfico del Centro de Fotografía de Montevideo. Se especializó en Investigación y Conservación de Fotografía Documental en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Trabaja en el Área de Restauración de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. M.J.Burgos (Mar del Plata, 1982) es conservadora, investigadora y docente especializada en archivos fotográficos. Es coordinadora del Área de Conservación de Fototeca ARGRA. Fragmento del capítulo VII del libro Urgente/Emergente. Por un futuro de los archivos fotográficos (Arte x Arte, 250 páginas).