Recuerda María Ofelia Santucho que cuando terminó su testimonio en el juicio que se le sigue al ex agente de Inteligencia del Ejército Carlos Españadero, le dedicó unas palabras al acusado a pesar de que no estuvo sentado frente a una computadora para escucharla. Después de relatar con detalle el terror y la persecución que vivió entre fines de 1975 y fines de 1976, cuando la secuestraron a su mamá, a ella, a sus hermanas y primes, todes niñes, delitos por los que Españadero debe responder como único acusado, María Ofelia le habló: “Yo le dije ‘tené un poco de dignidad, dejales a tus hijos algo mejor, un nombre más limpio por lo menos’.” El debate retomará su ritmo de una audiencia semanal este viernes, con más testimonios. 

El testimonio de la mujer, que hoy tiene 60 años, inauguró el juicio a mediados de diciembre pasado. Españadero había estado conectado para la lectura de los cargos que pesan sobre él, pero se desconectó cuando les protagonistas comenzaron a darles cuerpo. Para ella, fue “de alivio” aquel momento en el que declaró, por vía remota desde el departamento que es su casa argentina, en San Telmo --vive seis meses en Buenos Aires y otros seis en La Habana, Cuba-- ante el Tribunal Oral Federal número 6 . “Me da un alivio enorme poder compartir lo que nos pasó, sacarme un montón de monstruos y dejarles un ejemplo de dignidad a mis hijas, a mis nietos. Lo traumático fue reconectarme con este proceso”, contó a PáginaI12. Es la única querellante en el debate --compartía el lugar con su mamá, pero falleció-- que se extenderá hasta, por lo menos, mediados del mes que viene y tiene un solo hecho como eje central: el secuestro de “los chicos Santucho”, como otras víctimas y hasta represores les llamaban.

Una casa operativa

En diciembre de 1975, María Ofelia tenía 15 años. Vivía con su mamá, sus tres hermanas María Susana, María Silvia y María Emilia, más chicas que ella; Elías “Turco” Abdón y su hijo Esteban, en una casa en la localidad bonaerense de Morón. Salvo sus hermanas y Esteban, de casi cuatro años, todes eran cuadros del PRT.

Gran parte de la familia Santucho había tenido que dejar su territorio natal, Santiago del Estero, entre principios y mediados de 1974. “La persecución ya era insoportable”, recordó María Ofelia. Su papá, Asdrúbal, compró a las apuradas un chalet sencillo en la zona Oeste del conurbano. Tres habitaciones, un baño, una cocina-comedor y un pequeño living, patio, la casa de la calle Avelino Palacios al 3000 fue “operativa” desde que llegó esa línea de los Santucho. “Para los vecinos teníamos otros nombres, y cuando llegó el 'Turco' y Esteban, eran un tío y un primo que venían a visitarnos”, relató la mujer.

Ya por entonces y desde hacía un tiempo ella “formaba parte de una célula” de la organización que “se encargaba de la distribución de material del PRT a sectores simpatizantes”. La casa latía al compás de la militancia, pero entre medio se daba algunos espasmos de “normalidad”. Como cuando le celebraron sus 15 ahí mismo, con una fiesta a la que les familiares llegaban escondidos en la caja de una camioneta, “tabicados, porque no podían saber dónde vivíamos”. “Hacíamos mucho eso”, apuntó la sobrina de Mario Agustín Roberto Santucho, uno de los fundadores del PRT y comandante del ERP.

Foto de la declaración de María Ofelia


Un cumpleaños secuestrado

La idea de celebrar el cumpleaños de Esteban, que ese 8 de diciembre de 1975 estrenaba 4, fue el último de esos espasmos. “Estaba triste, no sabía donde estaba su mamá que había sido secuestrada tiempo antes y por eso el y su papá vivían con nosotros”, recordó María Ofelia. Ella y una de sus hermanas se tomaron un tren esa mañana y dos colectivos para ir a buscar a sus primas Ana, Marcela, Gabriela y a su primito bebé, Mario. Todos hijos del “Roby” Santucho que estaban al cuidado de sus abueles. Les niñes eran les invitades al cumpleaños de Esteban, "fiesta" a la que se sumaron “dos o tres nenes del barrio que se habían hecho amigos de mi hermana menor, Emilia”. Silvia, Ana y Marcela declararon en el juicio después de María Ofelia. Gabriela, Esteban y Mario lo harán este viernes.

Era la hora tras la siesta. Los más chiquitos jugaban en el patio. María Ofelia, sus hermanas mayores, sus primas, su mamá y el bebé estaban adentro de la casa. De repente, un tipo de civil rompe la puerta de una patada. Gritos. Relató María Ofelia: “El tipo pone el arma sobre el televisor, me dice que no me mueva. Empezaron a entrar los otros por las ventanas”. Eran unos 12. A su mamá, Ofelia, la interrogaron en una pieza. Revisaron toda la casa, encontraron documentación del PRT, revistas, panfletos. A les nenes que estaban en el patio primero los dejaron ir, pero luego les hicieron volver menos a les vecines del barrio. Los represores empezaron a cortar sábanas y con los retazos les ataron las manos. A todes.

Nos sacaron con las manos atadas, ya había caído el sol pero aún había luz. Los vecinos estaban todos en la puerta”, continuó. María Ofelia guardó en su memoria hasta las palabras que le dijo el tipo que la tenía del brazo:

 “Me decía que él había atendido a mi prima Graciela y que ahora le cebaba mate en la cárcel. Yo entendía qué quería decir ‘atender’, Graciela fue fuertemente torturada”.

Los subieron a varios autos, acostados en el piso y tapados con cobertores de las camas de la casa, que quedó absolutamente saqueada. María Ofelia no recuerda con quién estaba en el auto, pero sí lo que oyó. “Entré en pánico cuando uno de ellos preguntó a cuánto quedaba Campo de Mayo de ahí. Yo tenía dos certezas: lo que era Campo de Mayo y que si los represores decían adónde te llevaban, era porque no ibas a sobrevivir. Así llegué yo a Puente 12”, contó.

Una noche en Puente 12, un año en la Embajada de Cuba

No los llevaron a Campo de Mayo, sino a Puente 12. “En medio de un caos, de gritos, empujones, llantos que venían de todos lados, nos bajaron ahí”, destacó la mujer que durante mucho tiempo creyó que había permanecido secuestrada junto a sus hermanas, su madre y sus primes en la guarnición militar. De hecho, así lo declaró ante la Conadep. Supo que había sido Puente 12 por el relato de un sobreviviente, Víctor Pérez, que oyó a “los chicos Santucho” en aquel centro clandestino de zona sur.

Allí al principio fueron tabicados y separados. Ella y su mamá fueron las únicas dos interrogadas.

--¿Las torturaron?

--Solo golpes e insultos, amenazas y gritos.

Sin embargo, María Ofelia sufrió abusos y manoseos, amenazas de violación de parte de las patotas que los mantenían encerrados. “Mientras estaba ahí pensaba que si era solo eso podía aguantarlo. Mucho tiempo después entendí que había sido terrible”, reconoció.

A ella y al resto de los chicos y chicas los trasladaron al Pozo de Quilmes al día siguiente. Antes, fue interrogada por Españadero, que “se hacía llamar el Mayor Peirano”. A su madre, a quien liberaron a los dos días, también la interrogó él.

Se reencontraron todos en el Pozo de Quilmes, donde dormían en calabozos sobre los colchones que los genocidas habían robado de su propia casa. A su mamá la llevó Españadero hasta el Pozo dos días después. Y fue el mismo represor quien los sacó de ahí y los llevó a un hotel. “Nos subió a todos en un auto y nos tuvo de recorrida por la capital hasta que finalmente nos dejó en Flores”. Allí les "alquiló" dos habitaciones donde permanecieron unos días.

El ex personal civil de Inteligencia del Batallón 601 del Ejército los iba a ver todos los días. Una tarde, se llevó a la mamá de Ofelia y a una de sus hijas hasta la casa de Moreno “a buscar ropa porque todavía seguíamos con la que llevábamos el día del secuestro”. María Ofelia se quedó a cargo de sus otras hermanas y sus primos. En eso “llegaron dos compañeras de la organización, me dijeron que nos teníamos que ir porque habían conseguido un salvoconducto a través de la Embajada de Cuba”. Dejó que el resto de les niñes se fueran con aquellas mujeres; ella se quedó a esperar a su mamá y a su hermana. 

Cuando regresaron, Españadero dijo que les conseguiría pasaportes falsos para viajar a Estados Unidos. Preguntó por los del resto del grupo, pero María Ofelia atinó a responder que estaban en la plaza. El epía se fue. Y ellas, un rato después, también. “Nos tomamos un taxi y nos fuimos a la Embajada”, sumó María Ofelia. Allí vivieron un año hasta que el Ejército les permitió volar a Cuba.

Un intercambio epistolar

Muchos años después, María Ofelia buscó a Españadero. Hace algunos, leyes de la impunidad anuladas y juicios en proceso, supo que cumplía arresto domiciliario en Avellaneda. Le escribió una carta y se la llevó hasta el edificio de departamentos donde estaba encerrado. Se la dejó al portero “como quien tira una botella al mar”. La botella volvió. “Fue un intercambio en el que yo le contaba mis recuerdos y él me ofrecía negación tras negación. Creo que aceptó el desafío como si fuera un juego, pero nunca jamás aceptó mi versión”, apuntó María Ofelia.

--¿Cuál es tu versión?

--Que fue parte de todos los crímenes que sufrimos, que es responsable. Él dice que nos salvó la vida y que es injusto que lo esté acusando frente a un tribunal. Yo siento que es una deuda que debe ser saldada.

--¿Qué deuda?

--Tengo 60 años, soy abuela. Siento que tengo que  dejarles a mis hijas y a mis nietos la certeza de que ningún crimen debe dejar de ser juzgado. Aún cuando las víctimas ya no estén. Mucho más si el victimario está vivo. Es una deuda con la sociedad. Personas como Españadero hicieron mucho daño y siguen haciendo mucho daño. Porque además de cometer los delitos, mantienen el pacto de silencio