Dave Grohl es uno de los mejores alumnos de la vieja escuela del rock a gran escala. Ni buena, ni mala, esta característica le dio importancia en el reparto de roles de la industria. Medicine for Midnight, el flamante décimo trabajo de estudio de Foo Fighters, se presenta como un nuevo hilo de aceite sobre la maquinaria aplastada del rock and roll. El grupo tenía listo el material en febrero de 2020, y planificaba combinar el estreno con el 25 aniversario de su debut epónimo. Por efecto de la pandemia, los conciertos no pudieron ser, y finalmente este viernes 5 de febrero el álbum va a estar disponible en las distintas plataformas.

De noviembre a esta parte, habían anticipado tres canciones de las nueve que integran la placa: “Shame shame”, “No son of mine”, y por último, “Waiting on a war”, combinación electroacústica tributaria de la era In Your Honor, desde la mirada autobiográfica de un chico que se enamora de las canciones, en un mundo difícil de entender.

Grohl había adelantado que se trataba de un disco más “bailable”, incluso comparando el giro con Let’s Dance, de Bowie. Siempre atento al contexto creativo y de registro, esta vez el sexteto alquiló una vieja casona en Encino, ciudad californiana donde reside su líder y donde, según ellos, fueron asistidos por presencias fantasmagóricas y secuencias paranormales. A lo largo de sus 37 minutos, Medicine at Midnight ofrece pocos rastros de ese tipo. Sopla en cambio un aire límpido, fresco, colorido y, a fin de cuentas, entretenido. Más, en comparación con el antecesor, Concrete and Gold, de sonido polvoriento y trágicamente urbano. A pesar de repetir productor (Greg Kurstin), Foo Fighters ahora apuntó a la celebración conjunta, donde la afición por guitarras y baterías estridentes se mezcla con la importancia de la sección rítmica –pasa en “Shame shame”, o “Holding poison”-, mientras que detalles sonoros y de estilo dan personalidad a cada tema.

El núcleo de la banda sigue funcionando, con Grohl, el baterista Taylor Hawkins y el bajista Nate Mendel. Se comprueba desde los primeros compases de “Making a fire”, que abre el disco, y que cuenta con los coros de Violet, la hija mayor del cantante, de 14 años.

Más allá del clima soleado, el carácter aparece en arreglos, pasajes, fragmentos, como un toque levemente funky en “Cloudspotter”, algún punteo blusero en el track que nombra al disco, o el espíritu garajero de “No son of mine”. En los basamentos, las progresiones de acordes y las modulaciones en la voz son tan características de Foo Fighters, que pueden revivir el debate entre personalidad artística y afectación. Incluso en los tramos más originales, como “Chasing birds” -una balada suave y misteriosa, algo psicodélica-, un mar de fondo susurra el nombre de su creador.

Desde un catálogo amplio de trucos, que junto a talento y perseverancia –mas no tanta audacia- lo depositaron en el foco de la escena rockera mundial, el ex baterista de Nirvana parió una nueva criatura. Quien se prenda a Medicine for Midnight, seguramente pueda pasar un buen rato. Las expectativas dirán si eso es mucho, o si eso es poco, en este tiempo.