En numerosos rankings sobre los mejores lugares para trabajar, Alphabet, la corporación madre de Google, suele estar en la cima o cerca de ella. Las razones son numerosas: los empleados se mueven dentro de los gigantescos campus en bicicletas y autos eléctricos, los muebles son "eco-friendly", hay espacio de juegos, parques donde relajarse, comida gratis variada para una planta de multiétnica, micros propios para traslado de empleados que cuentan con wifi, y sigue la lista. El padre a cargo de un recién nacido cuenta con hasta 22 semanas de licencia, salario familiar y jardín maternal en el campus. El personal transgénero cuenta con políticas de apoyo específico. Si el mundo exterior está cubierto, tampoco falta cuidado para la motivación; los empleados deben invertir un 20 por ciento de su tiempo en un proyecto propio e innovador. De allí surgieron servicios como Google Alert y Street View, entre otros.

La lista sigue, es extensa e incluye el bolsillo: sobre todo los ingenieros cobran tan bien que han producido una pequeña crisis inmobiliaria en San Francisco, a solo 60 kilómetros de la sede principal en Mountain View. Los alquileres han subido tanto desde su llegada que las familias locales deben reducir sus expectativas o quedar directamente en la calle.

Sin embargo, este mundo perfecto sostenido por una de las empresas más rentables del mundo y necesitada de captar trabajadores hipercalificados comienza a mostrar fisuras y los trabajadores a organizarse.

Durante la celebración realizada en 2004 por la salida a la bolsa de la empresa, los fundadores Larry Page y Sergey Brin aseguraron: "Nuestros empleados, que se han llamado a sí mismos Googlers, son todo". En esos tiempos, los trabajadores temporarios o tercerizados eran aproximadamente un tercio del total. En 2019, superaron por varios miles a los "Googlers". Equipos completos se contrataban para un desarrollo para luego ser despedidos. Buena parte del traumatizante trabajo de moderación es realizado por tercerizados que se queman mirando por algunos segundos contenidos señalados por usuarios: desde videos de golpizas o asesinatos a pedofilia. Existen otros trabajos más aburridos como escaneo de libros. La brecha entre los salarios más bajos por este tipo de tareas y el de un desarrollador de software puede variar entre los dieciséis dólares y los 125 por hora, sin contar los otros beneficios.

Pero la mayoría de los conflictos laborales surgió, en realidad, del desfasaje entre una empresa cuyo lema es "Don’t be evil" ("no seas malvado") y algunos de sus desarrollos y prácticas. Los ejemplos son varios. En octubre de 2018 cerca de 20 mil trabajadores en todo el mundo abandonaron sus puestos para protestar luego de que la empresa despidiera e indemnizara con 90 millones de dólares a Andy Rubin, un ejecutivo señalado por acoso repetido. Los trabajadores también protestaron repetidas veces por desarrollos poco éticos como el de un buscador diseñado a medida de la censura china (Dragonfly) o los sistemas de reconocimiento facial que serían utilizados para ataques autónomos de drones (Maven), entre otros. Los trabajadores incluso publicaron una carta cuestionando estas decisiones y llamando a un protocolo ético y de transparencia.

Es en este contexto que en los últimos meses, luego de una organización en las sombras, cerca de 200 ingenieros lanzaron el Alphabet Workers Union (Sindicato de Trabajadores de Alphabet), afiliado al Communications Workers of America que nuclea a trabajadores del área en Estados Unidos y Canadá. El porcentaje de afiliados es bajísimo respecto del total de empleados y contratados que se calcula en unos 260 mil, pero viene creciendo y son sobre todo los ingenieros, cuyos puestos son más difíciles de cubrir, quienes ponen la cara por el resto. El objetivo es dar protección y organizar mejor los reclamos que cuestionan los contratos con regímenes autoritarios, el aparato militar y de inteligencia o despidos de trabajadores que cuestionaron la ética de los proyectos, como explicaron los líderes del sindicato en una carta pública.

Más recientemente se formó también Alpha Global, una coalición de sindicatos de más de diez países que nuclean trabajadores de Alphabet y que está afiliada a la UNI Global Union, una federación con más de 20 millones de trabajadores y una de las organizadores de la campaña Make Amazon Pay. Uno de sus objetivos es presionar a Google para que favorezca la organización sindical de los trabajadores.

Estas organizaciones de trabajadores aún no tiene personería para sentarse a discutir oficialmente con la empresa y hay resistencias en otros grupos que les cuestionan su representatividad. Aun así, son el emergente de la contradicción entre los sueños utópicos de los comienzos de Internet sobre los que florecieron las grandes compañías tecnológicas y un comportamiento predador bastante similar a las prácticas históricas de las grandes corporaciones. La organización de los trabajadores resulta clave para comprender realmente lo que ocurre en el interior de estas empresas de punta muy opacas a otros tipos de controles.